Piénsese por ejemplo en el caso de
William Carey (1761-1834), el denominado padre de las misiones modernas, cuyo memorable sermón,
Emprended grandes cosas para Dios, esperad grandes cosas de Dios, basado en
Isaías 54:2-3 y predicado ante una venerable asamblea de ministros del evangelio para motivarlos a las misiones, tuvo como respuesta la enérgica protesta de un anciano pastor que mandó sentarse a aquel joven que se atrevía a proponer una idea tan descabellada como llevar el evangelio a ultramar, ya que cuando Dios quisiese convertir a los paganos ya lo haría a su manera. Pero la tenacidad del joven Carey fue mayor que el desaliento y la incomprensión, de ahí que se convirtiera en el pionero de una empresa que todavía está inconclusa: la predicación del evangelio a toda criatura.
Aunque a decir verdad, los verdaderos pioneros en el campo evangélico no fueron Carey y sus ayudantes sino
los moravos, quienes con su pasión pietista no se quedaron encerrados en sus comunidades eclesiales sino que salieron por doquier llegando a los sitios más insospechados. En un tiempo en el que las fuerzas de la Reforma se gastaban a fondo en discusiones y controversias internas, los moravos miraron más allá de ellos mismos y emprendieron misiones a Groenlandia, Surinam, Sudáfrica y entre los nativos americanos, con el resultado de que hasta el día de hoy hay fruto del evangelio en muchos lugares del orbe como consecuencia de aquel impulso.
Pero si alguna vez hubo una iglesia que careció de modelos misioneros ésa sería la iglesia de Antioquía, a la que podríamos denominar la primera agencia misionera del evangelio que ha habido en la tierra. Es interesante la génesis y desarrollo de esta iglesia que luego se convertirá en un modelo de lo que debe ser una iglesia local. Lo primero de todo es que su fundación se debe al esfuerzo de algunos cristianos anónimos que, procedentes de Jerusalén, se atrevieron a romper los rígidos esquemas etno-centristas que reducían la predicación del evangelio a los judíos. No conocemos los nombres de estos transgresores, porque lo único que se nos dice de ellos es que
´había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos´(1).
Y aquí es donde podemos captar una preciosa lección, al percibir que los medios que Dios usó para comenzar lo que luego sería una potencia espiritual de la talla de dicha iglesia fueron instrumentos anónimos, gente de a pie que no eran de los reconocidos ni de los importantes. Claro que con el paso del tiempo, toda iglesia que se quisiera preciar asociaba a su fundación un nombre importante, para darle así lustre y prestigio. El caso más conocido, pero no el único, de esa tendencia es la iglesia de Roma que hizo de su asociación con Pedro su bandera emblemática, aunque está de sobra demostrado que él no tuvo nada que ver con la fundación de la iglesia en la ciudad imperial. Pero en fin, los humanos somos así y procuramos enmendarle la plana a Dios, quien ha cometido el ´error´ de no emplear nombres grandes para hacer cosas grandes.
Otra gran lección, en la génesis de esta iglesia, es la espontaneidad y naturalidad con la que se produce su nacimiento. Sin necesidad de jerarquías, estructuras ni planificaciones, sino de una manera más bien improvisada, se produce su alumbramiento. ¿Quiere eso decir que las jerarquías, estructuras o planificaciones son perversas en sí mismas o innecesarias? Ni mucho menos. Pero sí quiere decir que si se convierten en fines en sí mismos, rígidos e inflexibles, pueden resultar letales. El hecho de que
´la mano del Señor estaba con ellos´(2) es una clara evidencia de que aquella iniciativa que se salía del guión establecido, gozaba del respaldo divino.
Menos mal que la jerarquía en Jerusalén tuvo el acierto de enviar a un hombre de amplitud de miras para ver lo que estaba pasando en Antioquía; porque Bernabé supo captar lo esencial de lo que allí sucedía: la gracia salvadora de Dios en acción
(3). Y eso era lo importante, lo demás era secundario.
Es interesante que fuera en Antioquía donde se diera el nombre de cristianos por primera vez a los seguidores de Jesús
(4). No es una casualidad ese detalle, por doble motivo: gramatical y teológico. Gramatical, porque la palabra procede de
Xristós, el nombre griego para Ungido o Mesías, y dado que esa iglesia estaba compuesta mayormente por gentiles de lengua griega viviendo en un entorno griego, era lógico que se les diera ese nombre, que luego ha resultado ser de uso universal. Así que Antioquía, por ese nombre de
cristianos contrapuesto al de
nazarenos o
galileos –ambos términos localistas-, es el paradigma de la catolicidad (universalidad) del evangelio. Teológico, porque indica que el eje alrededor del cual giraba la vida y la predicación de los discípulos de esta iglesia era Cristo. Había algo que sobresalía por encima de todo en los miembros de esta iglesia y ese algo era la persona de Cristo. Un algo que los de fuera percibían de manera inequívoca.
Pero antes de convertirse en la potencia misionera que llegaría a ser, Antioquía supo dar generosamente cuando la necesidad se presentó con motivo del hambre en Judea
(5). Es decir, fue una iglesia que aprendió a ser desprendida en recursos materiales, como es el dinero, lo cual fue su preparación para ser desprendida posteriormente también en recursos humanos, como son los misioneros enviados desde su seno.
No cabe pues, tras ver el caso de Antioquía, que nos sigamos escudando de que en España no tenemos modelos misioneros nacionales. Por cierto que los hay. Pero aunque no los hubiera, el pretexto no tiene peso alguno.
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5) Hechos 11:29
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