La palabra ministerio sería uno de esos casos en los que etimología y semántica van cada una por su lado. El vocablo procede del latín
ministerium que significa literalmente servicio, de manera que
un ministro sería uno que realiza un servicio. Es un precioso significado que nunca hemos de olvidar, porque implica no mando ni tampoco posición de relieve sino más bien subordinación y obediencia, ya que hay un jefe que es a quien se sirve y obedece.
Pero el significado semántico en manera alguna tiene esa connotación, sino más bien la contraria, porque
la palabra ministro, desde hace mucho tiempo, automáticamente introduce la idea de alguien muy importante en una posición destacada e incluso con privilegios que el resto de los mortales no tienen, de ahí las expresiones populares ´vivir como un ministro´ o ´vivir mejor que un ministro´.
Pues bien, esta dislocación de las palabras ministro y ministerio es bien expresiva de otro de los graves peligros a los que está sujeto el ministerio cristiano.
Lo que originalmente comienza siendo un servicio hecho de corazón generoso, e incluso con un punto de locura para aquellos que todo lo miden por el rasero del cálculo, puede terminar convirtiéndose en lo que yo llamo un ministerio clericalizado. ¿En qué consiste esa clericalización? Básicamente en hacer del ministerio, y de todo lo que le rodea, un fin en sí mismo. A tal punto, que lo que importa es el sostenimiento de una serie de intereses creados y adquiridos, los cuales hay que preservar por encima de todo. Esos intereses son ahora el propósito del servicio, de manera que lo que en su día fue hecho por y para Dios, ahora es realizado por y para tales intereses. Por eso, al ministerio cristiano le puede suceder lo mismo que a la palabra de donde toma nombre, donde todo parecido con lo original es pura coincidencia, porque el
ministerium se ha clericalizado.
El pasaje superior es iluminador al respecto y nos remite al instante en el que la situación está a punto de írsele de las manos a los ministros de Israel ante la irrupción imparable de ese fenómeno de masas que se llama Jesús. No forma parte de su círculo, no comparte sus intereses e incluso les pone en evidencia ante el pueblo. Si no se toman medidas urgentes la situación puede volverse incontrolable, hasta el punto de que ocurran acontecimientos muy graves y perjudiciales. ¿Cuáles son esos acontecimientos? Que los romanos intervengan y acaben con los símbolos que dan sentido al ministerio clericalizado, esto es, el templo y la nación.
Lo que importa no es la verdad, no es saber si ese hombre, Jesús, es quien dice ser, sino el mantenimiento de un determinado estatus que les permita seguir conservando sus posiciones e intereses. Por eso se impone la conveniencia política, porque de ese modo sobrevivirán como cuerpo ministerial clericalizado. No conviene sobresaltar al poder político porque las consecuencias pueden ser desastrosas y las razones que se aducen son muy poderosas; son razones de Estado porque, efectivamente, es eso lo que está en peligro, y ya se sabe que sin Estado, sin sus símbolos, que son el templo y la tierra, no hay ministerio institucional.
Aquí tenemos a un ministerio preocupado no por los intereses de Dios, sino por los suyos propios. Aunque aparentemente están perturbados por dos cuestiones que están en el corazón de Dios, el templo y la tierra, en realidad no es el Dios del templo ni el Dios de la tierra quien les preocupa, sino el templo y la tierra en sí mismos, convertidos en fines que perpetúan su estatus ministerial. Se ha divorciado a Dios de esas dos entidades y ahora son ellas lo que verdaderamente importa. Por eso y en aras de ese estatus, están dispuestos a todo, incluso a renegar de aquel que es mayor que el templo. Se rechaza al Hijo de Dios, en el nombre de Dios, para retener lo que ya no es de Dios: un ministerio clericalizado.
Pero las conveniencias políticas no son problema exclusivo de Caifás y compañía, ya que a nosotros nos puede suceder fácilmente algo parecido. Cuando lo que hay que sacar adelante es nuestra historia, nuestra influencia, nuestra cultura, nuestra tradición, nuestra posición y nuestra imagen, pero a costa de la verdad de Dios, entonces es señal de que estamos cerca, si no ya dentro, del ministerio clericalizado. Un ministerio corrompido.
1) Gramática esencial del español, Manuel Seco, Espasa Calpe
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