Y es que la Ley del menor sería perfecta si siempre se diera esta hipótesis: que un menor es capaz de cometer delitos menores, de la misma manera que un mayor es capaz de perpetrar delitos mayores. Es decir, si hubiera una equivalencia entre la edad y la gravedad del delito, de modo que los menores de edad serían potencialmente sujetos de trastadas y gamberradas propias de la edad.
Pero desgraciadamente las cosas no son tan sencillas, porque la maldad humana, que parece ir en aumento, también comienza a despertarse cada vez en época más temprana, de manera que nos encontramos con menores que son protagonistas de delitos propios de mayores. Y aquí es donde la Ley del menor entra en una contradicción, porque
¿cómo aplicar una condena menor a alguien que ha cometido un crimen mayor, aunque sea menor? La capacidad de cometer un crimen mayor es indicio de que, en algún sentido, ya no estamos ante un menor, aunque cronológicamente lo sea. Y si lo tratamos como a tal, la que sale perjudicada es la justicia. Aunque a decir verdad, ésta ya sale lesionada en las condenas de crímenes perpetrados por mayores, no importa que las sentencias eleven las cifras de cárcel a miles de años. Porque una característica de la justicia en España es su esquizofrenia, entendiendo por tal la profunda descompensación en ciertos casos de asesinato, entre la condena sobre el papel y la condena real. Para cumplir la condena sobre el papel se necesitaría vivir seis o siete veces el tiempo que vivió Matusalén; para cumplir la condena real solamente hace falta poco más de una década para salir a la calle.
Y es que
la justicia en España es reflejo de la realidad que vivimos, porque así como hay padres cuya fuerza es la voz, pero les falta resolución y fortaleza para llevar a cabo lo que han amenazado hacer quedándose todo en huecas palabras, así la justicia sentencia a condenas abultadas, hasta cantidades astronómicas en número de años, para a la postre quedarse todo en unos cuantos años de condena. Es el espejo de una sociedad que es la nuestra.
¡Qué bueno sería evitar los dos extremos! Es decir, las maximizadas condenas virtuales y las minimizadas condenas reales. Las primeras son una burla a la noción de justicia, las segundas una afrenta a la misma. Y sería bueno evitarlos especialmente, para no entrar en la contradicción que solamente provoca estupor, entre una dureza aparente y una blandura real, y también para que la Justicia sea Justicia.
Pero
volviendo a los menores que delinquen, si en España la ley es demasiado benevolente en ciertos casos, en otros lugares del planeta están en el extremo opuesto, siendo el caso de Filipinas un ejemplo a evitar en todos los sentidos.
Nada menos que 20.000 menores, algunos de ellos de 9 años de edad, están encarcelados en esa nación en condiciones infrahumanas, condenados sin el debido proceso o respeto por sus derechos humanos y legales. Muchos son detenidos por delitos triviales y otros por sospechas, siendo amenazados y obligados a confesarse culpables, para lo cual no faltan los golpes, patadas y abusos sexuales, en las abarrotadas y fétidas cárceles filipinas.
Lo peor de todo es que están en las mismas celdas que los adultos, algunos de los cuales son criminales y violadores, lo que hace que los niños se conviertan en esclavos sexuales. Duermen sobre el suelo de cemento, cuando no está inundado, porque no tienen camas, acribillados por los mosquitos, cucarachas y hormigas. Naturalmente, en estas condiciones insalubres, son presa fácil de enfermedades y contagios. No se les da educación, ni estímulo mental, por medio del juego o del ejercicio, de manera que esta brutal experiencia sólo les puede llevar a un círculo infernal de abuso y violencia que terminará por convertirlos en los delincuentes del mañana. Su crecimiento humano está atrofiado y su personalidad traumatizada, porque la cárcel es una escuela de criminales.
Si esto sucede en Filipinas, donde hay un sistema democrático, no quiero pensar lo que puede estar sucediendo en países donde la ley la impone el más fuerte. Si una democracia bien asentada, como Francia, tuvo su particular patio de vergüenza trasero en Cayena hasta el año 1945, donde los sentenciados eran tratados como si estuvieran en la antesala del infierno ¿qué se puede esperar de naciones de trayectoria dudosa?
Hay que levantar la voz para que los niños encarcelados en Filipinas y en cualquier parte no queden en el olvido. Hay que apoyar a los que trabajan en ello, como la entidad británica Jubilee Action que está promoviendo una campaña a nivel mundial para concienciar sobre la tragedia de estos niños y denunciar a los que permiten tal atropello. Y hay que levantar la voz por la madre de Sandra Palo, cuya justa indignación no puede ser pasada por alto, si no queremos que nuestra justicia sea cada día más virtual y por lo tanto menos justa.
(La foto que acompaña este artículo no es un montaje sino la realidad de Rosie, una niña en una cárcel filipina)
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