Pero como en caso de duda sobre la interpretación de las libertades, la misma Constitución establece que se han de entender de acuerdo a la Declaración Universal de Derechos Humanos, me dirigí a ese respetable texto que fue aprobado por unanimidad por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948. Pues bien, de nuevo se hallan allí la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión, de opinión, de expresión y de asociación pacífica… Pero ni una palabra sobre la sexual.
Pero, pensé, tal vez estos textos se han quedado obsoletos y no están al día; miraré en la Constitución europea (que desde hace unos días ha dejado de ser Constitución para convertirse en simple Tratado) que es muy reciente a ver si dice algo al respecto. Nada. Otra vez, como si se tratara de textos copiados casi al pie de la letra, se alude a la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión, de expresión, de información, de reunión y asociación, de empresa… Pero ni por asomo se menciona la libertad sexual.
De manera que,
una de dos, o los redactores de estos grandes documentos (juristas de alto nivel) no se enteraron de que la principal libertad de una persona es la sexual y resulta que teníamos todas las libertades menos ésa, o la ministra desvaría y no sabe lo que dice. Claro que pudiera ser que las grandes democracias asentadas sobre el Derecho, como el Reino Unido, Francia o Estados Unidos, necesitan ser instruidas en que la sexual, no sólo es una libertad más sino la principal libertad. Esto quiere decir que sería la madre de todas las libertades. Y de la misma hemos estado ignorantes, hasta que ahora la ministra nos ha abierto los ojos. De modo que hemos tenido las libertades secundarias pero nos ha faltado la primordial. Nunca te acostarás sin aprender algo nuevo, dice el refrán.
¡Ay! Si levantaran la cabeza aquellos esforzados paladines que en Inglaterra, Francia, Holanda y América tuvieron que luchar y hasta dar su vida por la principal de todas las libertades, que es la libertad de conciencia, y supieran que la guerra que libraron contra el despotismo y el absolutismo no iba bien dirigida, porque no estaban peleando por el establecimiento y reconocimiento de la libertad sexual. No andaban bien encaminados ni Cromwell ni Guillermo de Orange ni los padres peregrinos del Mayflower al sostener que la libertad de conciencia, fundamento de todas las libertades civiles, es la más grande de todas las libertades. Si hubieran tenido el privilegio que nosotros tenemos hoy de escuchar a nuestra ministra de Cultura, habrían sabido lo que de verdad tiene valor. Estaban todos equivocados: ya fueran cristianos, como los dirigentes puritanos; deístas, como George Washington o Thomas Jefferson; anti-dogmáticos, como Voltaire o humanistas, como Rousseau. Ni uno de ellos tenía las suficientes luces, ni siquiera viviendo en el Siglo de las Luces, para discernir claramente cuál era la piedra angular del edificio social y político. ¡Qué pena que Thomas Paine, Alexis de Tocqueville y Montesquieu, teóricos de las libertades civiles, no llegaran a alcanzar el conocimiento que nosotros ahora tenemos gracias a Carmen Calvo!
Sin embargo, cuando se observan las declaraciones, pregones, manifiestos y comunicados emitidos con ocasión del día del orgullo gay y, sobre todo, cuando se contemplan las escenas del día de la multitudinaria manifestación, le comienza a uno a asaltar la duda de si estamos ante la mayor de las libertades o ante una perversión de la noción de libertad.
A tenor de lo oído y visto ese día, la sociedad más avanzada en régimen de libertades, y antecesora de la que ahora se nos propugna como ideal, no sería ninguna de las que podríamos tener en mente sino otra u otras bien distintas. Y así encontraríamos que la generación del diluvio gozaba de gran libertad sexual, según dice el libro del Génesis, porque
´…viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas.´ O hallaríamos que la sociedad de Sodoma estaría en la cumbre de las libertades, porque los hombres de esa ciudad buscaron tener ayuntamiento carnal con los varones recién llegados. O tal vez fuera Roma la república ideal porque allí, según narra el poeta Ovidio (43 a. C.-17 d.C.), la celebración de determinadas fiestas era motivo de
lascivia maior: ´Flora… cuyos juegos escénicos con tanto exceso y desenfreno vergonzoso se celebraban…´ (Epístola 91,5). Con esta palabra,
vergonzoso, califica este autor, que vivió antes de la aparición del cristianismo y por lo tanto era pagano, lo que nuestra ministra calificaría como la mayor de las libertades.
Me parece que Carmen Calvo, ministra de Cultura, debería tener un poco más de cultura general, por lo menos en los campos de la historia y de la jurisprudencia. Simplemente para no decir tonterías y así hacer honor al cargo que ocupa. Yo me atrevería a recomendarle también que leyera el pasaje superior, donde se define en qué consiste la principal libertad y quién es el que nos la puede dar.
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