Y es que podrá haber un lapso de tiempo en el que la autoridad quede en suspenso, como en el aire, pero es evidente que, al igual que ocurre con la fuerza de la gravedad, finalmente se autoimpondrá por la misma constitución de las cosas.
Tal vez sería conveniente definir
qué se entiende por autoridad, lo cual nos sitúa ante tres grandes acepciones:
- Autoridad es la capacidad de ejercer un derecho, la libertad de poder hacerlo. Probablemente la palabra derecho sea la que mejor define este primer aspecto de la autoridad, porque dicho vocablo tiene un significado doble.
Por un lado es la facultad natural del ser humano para hacer lo que conduce a los fines de su vida. Por otro, esa facultad o derecho debe ir acompañada de otra vertiente, que es el de hacerlo conforme a Derecho, es decir legítimamente. Por lo tanto tendríamos que autoridad es el derecho para actuar de acuerdo a los principios del Derecho. Un ejemplo de este aspecto de la autoridad sería el siguiente: ‘Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.’ (Juan 10:18). Aquí Jesús declara tener derecho (autoridad o libertad) para hacer algo: poner su vida y volverla a tomar. Y eso es conforme a Derecho, porque está de acuerdo a la voluntad del Padre.
- Autoridad es la capacidad de influencia que se tiene sobre otros. Este matiz de la autoridad está basado en algún tipo de superioridad o excelencia. Por ejemplo, podemos afirmar de un determinado profesional de la medicina que es una autoridad en su campo porque su preparación, conocimientos o experiencia superan con creces a la de la inmensa mayoría de sus colegas, siendo de esa manera una referencia para todos ellos.
Este aspecto de la autoridad naturalmente no se circunscribe al campo profesional sino que puede tener otras vertientes, como son la personal, moral, etc. El prestigio que rodea a la persona por su valía es lo que le da autoridad. Es decir, estamos aquí frente a la noción de grandeza o categoría en cualquier esfera. Se trata de una autoridad que no necesita imponerse por la fuerza sino que se impone por el mismo peso de la evidencia, por la demostración patente de la realidad. Resumiendo, pues, este matiz de la autoridad tiene su fundamento en la ejemplaridad de la persona, que es un modelo a seguir.
Estamos muy necesitados de este tipo de autoridad en la sociedad, en la iglesia y en cualquier ámbito, siendo un valor que, al igual que el oro, no se devalúa con el tiempo. Se trata de un valor reconocido en cualquier cultura o lugar, independientemente de cuáles sean sus coordenadas de convivencia. Es la clase de autoridad que la gente advirtió en Jesús cuando acabó de hablar: ‘Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.’ (Mateo 7:29). Frente a las trivialidades, divagaciones e interminables apelaciones a la autoridad humana de los maestros de aquel tiempo, Jesús les habló apelando directamente a la suya propia y a la de la Escritura. Eso marcó la diferencia.
- Autoridad es la potestad o dominio para gobernar. Seguramente esta tercera acepción sería la que muchos tendrían en mente en primer lugar si se les preguntara qué entienden por autoridad. Este aspecto de la autoridad está basado en la fuerza institucional, ya sea del poder político, jurídico o militar o de una combinación de los tres, pero la idea de poder es fundamental para este matiz de la autoridad. Juntamente con la noción de poder corre paralela la de investidura, por la cual alguien recibe de manera oficial esa capacidad y se le entrega públicamente tal potestad.
Es evidente que para que la autoridad sea eficaz necesita el respaldo del poder, especialmente cuando es combatida por los que no quieren reconocerla. Si la autoridad solamente estuviera basada en la valía personal podría fácilmente ser suprimida por los que, sin tener valía personal, tienen la fuerza. Por eso en el caso de Jesús no solamente nos hallamos frente a alguien que tiene grandeza personal, hasta el punto de que no se halló a nadie, salvo a él, con la suficiente categoría o dignidad necesaria para realizar la obra que era preciso hacer, sino que además ha sido investido con el poder necesario para que su Reino no sea uno teórico o sobre el papel sino de hecho y real, como dice el texto: ‘Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.’ (Mateo 28:18) Sin este aspecto de poder, la autoridad puede quedarse en impotencia.
Si ponemos juntas estas tres acepciones de autoridad llegamos a la siguiente conclusión: Es la capacidad para actuar, basada en el derecho o legitimidad, que tiene el respaldo de la categoría personal y que cuenta con el poder necesario para ser ejecutada.
Así pues, hay tres palabras fundamentales en tal definición: legitimidad, categoría y poder. Una autoridad con legitimidad y categoría pero sin poder puede ser ilusoria. Una autoridad con poder pero sin legitimidad ni categoría es una tiranía. Una autoridad con legitimidad y poder pero sin categoría es una caricatura. Finalmente, una autoridad con legitimidad pero sin categoría ni poder es un hazmerreír.
Por eso Jesús es incomparable y su Reino inigualable, porque reúne en sí mismo los tres conceptos fundamentales de la autoridad, tal como el texto superior enseña.
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