Las contingencias que, de forma aleatoria, se presentan ante nosotros sirven para poner a prueba los cimientos en los que están basadas nuestras prioridades. Entre esas contingencias podemos mencionar enfermedades, accidentes, muertes inesperadas, pérdidas de empleo y toda clase de acontecimientos que no entraban en nuestros cálculos o que soplan en contra de la dirección que nos habíamos propuesto.
El mundo que hemos construido en la sociedad del bienestar es un mundo en buena parte imaginario, porque a pesar de todos nuestros esfuerzos para erradicar lo desagradable y doloroso, éste se presenta sin pedir permiso e irrumpe echando por tierra el castillo de naipes que habíamos edificado. Y es que aquí estamos frente a algo que no entiende de derechos ni respeta los más mínimos criterios humanitarios. Y cuando hace acto de presencia, de repente nos damos cuenta de que es inútil esgrimir la bandera reivindicativa de nuestros derechos, bandera de la que hemos hecho el santo y seña de nuestra vida, porque la adversidad es sorda y no entiende esa clase de lenguaje. No es extraño que, ante esas contingencias terribles que la vida nos depara, muchos, enseñados a no contemplar otra cosa que no sea prosperidad y bienestar, escojan una vía de escape para salir de este mundo. Es previsible que en las sociedades de la abundancia aumente más y más el número de personas que opten por esa escapatoria, incrementándose también el número de entidades creadas para ayudar a tal fin.
La publicidad es en buena parte responsable de la creación de ese mundo imaginario, al presentarnos el producto como la solución para tal o cual problema. Y dada la casi infinita variedad de productos que hay en el mercado, se cubre prácticamente toda la variedad de problemas, de manera que seguir las pautas publicitarias nos llevará a la felicidad. Una crema anti-arrugas que detiene la huella del tiempo, un automóvil que deslumbra a todos a su paso, una operación de cirugía estética que transforma nuestro cuerpo…
Desgraciadamente, esa poderosa corriente de materialismo a atrapado a muchos cristianos, hasta el punto de que ha producido una verdadera subversión de prioridades en sus vidas. Lo que durante cierto tiempo estaba más claro que el agua se ha desnaturalizado y ahora resulta difícil reconocer aquella prístina consagración a Dios que hubo en su día. La segunda residencia (el chalet o apartamento en la playa o en la sierra) ha tomado un lugar preponderante en la mente de muchas familias, convirtiéndose en la prioridad número uno de su proyecto de vida. Es evidente que algo así exige una inversión considerable, no sólo económica sino también de energía, planificación y recursos. Y desde luego demanda atención y cuidado. Casi nadie se mete en un proyecto de esa envergadura para disfrutar solamente el mes de vacaciones. Hay que aprovechar todas las oportunidades imaginables: Semana Santa, Navidad, puente de la Constitución y todas las ocasiones festivas que el calendario nos provea. Y ¿por qué no algún que otro fin de semana? Se trata de rentabilizar al máximo lo invertido.
De esta manera, casi sin darnos cuenta, nos ha pasado lo que cierto profeta denunció en su día:
‘¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?’ (Hageo 1:4). Aquellas casas artesonadas, es decir, a la última y en las que no faltaba de nada, eran ahora la pasión principal que había desplazado a la antigua pasión que se había tenido por la casa de Dios. El primer entusiasmo y los esfuerzos que los pioneros, regresados del exilio, realizaron en pro de la casa de Dios, fueron sustituidos con el paso del tiempo y las amenazas de los adversarios por el conformismo, la mediocridad y el materialismo. Ahora, sus casas artesonadas eran el principal objetivo en sus vidas, desplazando a Dios y su casa a un lugar secundario.
Hay que reconocer que
vivimos en un mundo en el que hace falta mucha resolución para ir contra corriente, pero no hay otra alternativa, si es que queremos aspirar a algo más que a un mero ir tirando. En este punto es donde se requiere que los cónyuges tomen decisiones conjuntas y hagan los ajustes necesarios para poner los bienes materiales en su sitio, esto es, en el de ser un medio y no un fin. Naturalmente, eso exigirá replanteamientos y renuncias.
En el texto superior Jesús nos recuerda cuál es el sitio de las cosas materiales (no sólo de las superfluas sino de las esenciales) y cuál debe ser la prioridad número uno en nuestra vida y también en nuestra familia. Entonces nuestros hogares serán fuertes porque sus cimientos serán sólidos.
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