A principios de los años setenta, cuando el régimen de Franco estaba en su última etapa, proliferaron en España los cantantes y grupos musicales contestatarios creadores de composiciones cuyas letras, basadas muchas de ellas en autores literarios de izquierdas, contenían un mensaje de protesta contra el statu quo. Uno de aquellos grupos se llamaba Aguaviva y su mayor éxito fue la canción titulada
Poetas andaluces, basada en un poema de Rafael Alberti. Mientras una voz masculina iba recitando pausadamente el poema, con estrofas como
¿Es que ya Andalucía se ha quedado sin nadie?
¿Es que acaso en los montes andaluces no hay nadie?
¿Que en los campos y mares andaluces no hay nadie?
El coro, de fondo, repetía una y otra vez una machacona pregunta:
¿Dónde (están) los hombres? Ahora bien, esa misma pregunta, aunque con otro sentido al que le diera Alberti, sería aplicable a muchas familias actuales. Sí, ¿Dónde están los hombres? Porque nos encontramos ante una dejación del lugar que debieran ocupar. En muchos casos se ha caído en dos extremos igualmente nefastos. Uno sería el del varón pasivo y débil, que delega toda su responsabilidad en la mujer y prefiere esconderse y refugiarse en ella para no tener que tomar la iniciativa ni asumir la parte que le corresponde en la carga familiar. El otro sería el del varón muy macho, para el cual la mujer es un medio de satisfacción personal, una especie de pasatiempo para distraerse o bien una propiedad de la cual es el amo absoluto. Estos dos prototipos errados de varones estarían ejemplificados en Barac y Sansón, respectivamente.
El
síndrome de Barac se aprecia en la respuesta que le dio a Débora cuando ésta le exhortó a tomar el mando de Israel para presentar batalla al enemigo:
‘Barac le respondió: Si tú fueres conmigo, yo iré; pero si no fueres conmigo, no iré.’ (Jueces 4:8). Le faltó hombría, que es una expresión de la masculinidad, para ocupar su lugar. El
síndrome de Sansón se aprecia en sus continuos devaneos con las mujeres, de las cuales finalmente fue víctima. Él, que pensaba que las mujeres eran un juguete en sus manos, terminó siendo un juguete en las manos de una de ellas. Fue muy viril pero muy poco varonil. En resumidas cuentas, dos prototipos de hombres que no entendieron su papel y ante los cuales la pregunta de Alberti cobra toda su vigencia.
Ahora bien, como el matrimonio es un binomio y la palabra que lo define, conyugal, significa estar bajo el mismo yugo, es imprescindible la sincronía entre ambos cónyuges para que el proyecto funcione. De ahí que aunque un varón ocupe su lugar si no tiene a su lado una esposa que ocupa el suyo, el proyecto puede fracasar. Y así encontramos a un prototipo de mujer que es un formidable obstáculo para que un matrimonio salga adelante. Es, con palabras tomadas de la Biblia, la mujer de rencillas, es decir, la que es dada a discordias y contiendas. Con mucho realismo el libro de Proverbios nos presenta el
síndrome de la mujer rencillosa, cuya destructiva acción se compara con una gotera en tiempo de lluvia (27:15) y de quien se dice que es mejor vivir a solas en el desierto o en el tejado, soportando todas las inclemencias del tiempo, antes que con ella en una casa llena de comodidades (21:9,19). Y es que con una mujer así la convivencia se torna imposible. Se queja de todo y por todo de forma continua, poniendo sobre el marido una presión insoportable, que finalmente acabará por ser la ruina de su hogar. La crítica afilada es su especialidad y las palabras hirientes su arma preferida.
Como no podía ser de otra manera,
los síndromes de Barac y Sansón y el síndrome de la mujer rencillosa se retroalimentan entre sí. Es decir, hay muchas probabilidades de que un hombre débil o machista genere una mujer rencillosa, así como hay muchas posibilidades de que una mujer rencillosa produzca un hombre débil o machista.
Una vez que este proceso está en marcha resulta inútil, por desesperante, buscar el origen del problema. ¿Quién empezó primero? Y como en todo embrollo, cada parte acusará a la otra de ser la iniciadora del conflicto, llenándose de razones. Cualquiera que haya tratado de mediar en desavenencias matrimoniales sabe hasta qué punto esto es así y que el esfuerzo para desenredar el ovillo resulta frustrante, especialmente cuando no hay voluntad por una o por ambas partes.
Seguramente la cita bíblica de arriba pide a cada parte lo que más le cuesta dar (una señal de la profunda percepción de la naturaleza humana que hay en la Biblia): a la esposa que se someta a su marido y al marido que ame a su esposa. Ambos papeles se retroalimentan entre sí. Es decir, un marido amoroso facilitará a su esposa la sujeción y una esposa sujeta facilitará a su marido el amor.
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