Al final, toda la trascendencia de su estancia en Turquía quedó opacada por los ya mundialmente famosos ‘tomates’.
Hay que reconocer cierta crueldad en los chicos de la prensa al cebarse en el mencionado detalle, pero también hay que comprender que estos avispados profesionales de la información han sido adiestrados precisamente para eso: captar, con una agilidad y perspicacia pasmosa, cualquier pormenor que llame la atención y por lo tanto sea noticia potencial. Ya sabemos que eso tiene su lado depredador y deshonesto, pues muchos famosos son asediados y perseguidos por la ‘prensa del corazón’ hasta extremos que traspasan todas las normas éticas. Sin embargo, el ensañamiento con los calcetines rotos del presidente del Banco Mundial yo lo calificaría de travesura o ‘pequeña maldad’ que nos ha proporcionado una buena ocasión para soltar una carcajada. Y ya se sabe que entre las muchas terapias que están de moda actualmente, una de ellas es la risoterapia, cuyo fundamento consiste en lo saludable de la risa sana, que nada tiene que ver con la malsana. Y es que en un mundo donde el enfrentamiento, la crispación, el odio y el mal humor tienen la hegemonía, es de agradecer de vez en cuando una gota de buen humor, mediante la cual podamos reírnos de nosotros mismos, aunque sea al vernos reflejados en la situación cómica del prójimo. Por eso, hay que agradecer a los periodistas, por esta vez al menos, su agudeza; sin olvidar al presidente del Banco Mundial que, de manera involuntaria, nos ha brindado una ocasión idónea para poder reírnos a mandíbula batiente. Aquí sí ha funcionado lo de la ‘Alianza de Civilizaciones’, porque sin importar ideología, religión o cultura, el señor Wolfowitz nos ha unido a todos, turcos y occidentales, por medio de la risa.
Viendo esos ‘tomates’ me viene a la memoria la cotidiana escena que durante generaciones se repitió en tantos hogares, españoles al menos, en los que una esposa-madre o una abuela zurcían pacientemente, con la ayuda de aquellas piedras muy pulidas en forma de huevo, los calcetines rotos del marido o de los hijos. Se trataba de aprovechar al máximo los escasos recursos existentes y, al mismo tiempo, cuidar el detalle, porque la pobreza y la frugalidad no debían estar reñidas con la dignidad. Ahora que tanto se habla de respeto a los recursos del planeta y moderación en el consumo ¡Cuánto tendrían que enseñarnos al respecto aquellas amas de casa del ayer! y ¡cuánto hubiera deseado todo un presidente del Banco Mundial que una de aquellas esposas o abuelas zurcidoras de antaño le hubieran cosido sus calcetines!
Pero al lado de la faceta hilarante, los calcetines rotos del presidente del Banco Mundial nos proporcionan también una ocasión para extraer ciertas lecciones provechosas. La primera de ellas sería la igualdad neta de todos los seres humanos, que tenemos un común denominador, independientemente de la condición o el puesto que ocupemos en la vida. Que alguien que se entrevista con jefes de Estado, que dispone de escolta y coche blindado, despacho y secretaria particular, que atiende a los foros mundiales de mayor trascendencia y cuyas decisiones repercuten para bien o para mal en la vida de muchos millones de personas, lleve los calcetines rotos como cualquier mortal es claro indicio de que, despojados de toda la parafernalia exterior, en esencia todos los seres humanos tenemos una misma naturaleza, con su grandeza y con su miseria.
La segunda lección sería que en un mundo obsesionado por la imagen, donde tantas veces se cuida al extremo lo externo y la apariencia, la imagen de los calcetines rotos del presidente del Banco Mundial nos enseña la importancia de cuidar no sólo lo que los demás ven sino también lo que no ven, no sea que seamos puestos en evidencia. Cuidar la imagen, dar buena imagen y lemas parecidos son el
summum bonum que persiguen hoy tantos dirigentes políticos y eclesiásticos, para los cuales todo o casi todo se reduce a la imagen. ¡Qué error! En realidad, lo que ahora se denomina imagen no es sino lo que toda la vida se ha llamado fachada o apariencia, sólo que la palabra imagen tiene una connotación más agradable que las otras dos, pero a fin de cuentas el significado último, que es lo que vale, viene a ser el mismo: el aspecto exterior de algo o alguien.
Si no tenemos cuidado es fácil que nos pase lo mismo que al señor Wolfowitz, pero en un nivel más profundo. Algo que, en definitiva, es lo mismo que ya les pasó a ciertas personas a las que Jesús, en el pasaje superior, reprendió y para las cuales la prioridad número uno consistía en dar una buena imagen.
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