Naturalmente la tipificación del desacato se presta muy bien para ser usada por los regímenes dictatoriales y totalitarios, como una de sus más temibles armas a fin de acallar toda disidencia o denuncia de sus atropellos, por lo que no es extraño que muchos países, una vez lograda su entrada en la democracia tras la noche de la dictadura, hayan eliminado de sus códigos penales toda referencia al desacato.
Sin embargo, naciones donde la democracia está bien asentada, como Estados Unidos o el Reino Unido, contemplan en su ordenamiento jurídico el desacato,
contempt of court, como un concepto cuya noción primaria es garantizar la acción judicial en defensa del poder judicial mismo, definiéndose como un acto o una expresión que es una afrenta a un tribunal o que interfiere en la gestión de su tarea. Nótese, pues, que la crítica o la oposición al Gobierno (poder ejecutivo) no es contemplada como desacato, porque de hacerlo entraría en colisión con el derecho a la libertad de expresión y de ideas, que es fundamento de cualquier democracia. En este sentido, lo que el Consejo General del Poder Judicial quiere solicitar es que se tipifique el desacato como delito, pero siempre en el ámbito exclusivo de las actuaciones judiciales.
Y es que
las alarmas han saltado ante los espectáculos protagonizados por algunos etarras que estaban siendo juzgados por sus crímenes. Primero fue Javier García Gaztelu alias
Txapote, dando patadas al habitáculo en el que estaba siendo encausado, desafiando a los jueces y alardeando de sus hechos delante de los familiares de sus víctimas, y luego Ignacio Javier Bilbao Goikoetxea, quien amenazó al juez Baltasar Garzón mientras testificaba ante el tribunal que juzgaba a Goikoetxea:
"Pienso cumplir lo que te dije, c…"; "no me olvido de ti, fascista",
"estate seguro de que te voy a dar en la cabeza". Claro que lo que le soltó al presidente del tribunal, Alfonso Guevara, no son precisamente piropos:
"Fascista de m…, si eres hombre ven aquí, ven aquí, tú. Ven aquí c… Ven aquí c… Tú, tú, tu, ven tú. Que te voy a atizar. Te voy a arrancar la piel a tiras c…, ven aquí. Tú ven aquí, tienes esto, tú, esto. Fascista de m…, ven tu aquí, si tienes h…, ven aquí. Tú aquí, enano, borracho (...) El día que te eche mano te voy a pegar siete tiros, c…". Al tiempo que decía esto hacía el gesto de disparar apuntando con el dedo. En comparación con esto los continuos desacatos de Sadam Husein al tribunal que le juzga, al que reclama no tener que asistir al juicio, son
peccata minuta.
Aunque el concepto de desacato es eminentemente forense, sin embargo creo que tiene una validez que sobrepasa el ámbito jurídico, al estar íntimamente relacionado con el de autoridad.
Los entendidos dicen que estamos sumidos en una grave crisis de autoridad y ciertamente no hace falta ser muy entendido para detectarlo. Algunos maestros, en las aulas, están sometidos a una insoportable presión y desafío por parte del alumnado ante el cual se sienten impotentes e indefensos. Las bajas por depresión y estrés se acumulan en ese colectivo, tras haber quedado desposeída la figura del profesor de toda autoridad en la clase. Mucha vocación hay que tener para ejercer tan importante función, especialmente cuando el magisterio ha de impartirse a adolescentes y a jóvenes problemáticos.
La persona de edad, que por el solo hecho de serlo antiguamente merecía un respeto, es hoy avasallada y vejada sin contemplaciones si se atreve a llamar la atención por algún desmán público que algún imberbe esté cometiendo.
Y si entramos en el ámbito del hogar hemos pasado de la autoridad del
pater familias a la filiarquía o gobierno (¿desgobierno sería más correcto decir?) de los hijos. Hay menores delincuentes que pillados
in fraganti desafían a la policía en sus mismas narices, amparándose en las garantías que les da su minoría de edad. Aunque uno piensa que si alguien tiene la suficiente perspicacia para abusar de esa manera de la ley del menor, es porque tiene también la suficiente conciencia y responsabilidad para dar cuenta de sus hechos.
Si bien la palabra desacato no aparece en la Biblia, el concepto sí está presente. Hay dos vocablos, uno en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo, que van en esa dirección. El primero,
pesha’, es hebreo y en su acepción general designa el rechazo a la autoridad; naturalmente, una aplicación particular del vocablo es el rechazo a la autoridad de Dios. En español se traduce como trasgresión o rebelión.
Ludwig Kohler dice que
pesha’ es
‘el término más profundo que el Antiguo Testamento tiene para pecado.’ El segundo,
asebeia, es griego y según el erudito W. E. Vine va más allá que el mero desafío a la ley de Dios, pues consiste en el rechazo a Dios mismo. Se traduce como impiedad e iniquidad y es el opuesto a
sebasma, esto es, lo digno de ser honrado, reverenciado y adorado. Resumiendo,
pesha’ y
asebeia podrían traducirse perfectamente como desacato, un desacato a la autoridad de Dios y a Dios mismo.
Esta clase de desacato no es exclusivo de terroristas o de jóvenes despotricados, sino que es propio de todo el género humano, sin distinción. Es también la raíz de cualquier otro tipo de desacato, sea en el ámbito judicial, escolar, familiar o social.
De la universalidad de este pecado deja constancia el primer texto de más arriba. También de sus consecuencias: la ira de Dios. El segundo texto nos muestra la manera en la que alguien, culpable de desacato contra Dios, puede obtener no simplemente perdón del mismo sino el reconocimiento de justo por parte del mismo Dios. En esto, que parece absurdo, es en donde reside precisamente la grandeza del evangelio, mediante el cual Dios otorga gratuitamente la justicia perfecta de Cristo a los desacatadores que ponen su fe en él.
Así pues, la incomparable buena noticia contenida en el evangelio es que por medio de la fe en Cristo un desacatador descalificado pasa a ser reputado como justo. ¡Gloria a Dios!
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