No es para menos. Estamos, pues, ante un más que previsible nuevo escenario de confrontación bélica, por si no fuera bastante el que ya hay en toda la región del Oriente Próximo y Medio.
Pero la diferencia entre otro polvorín como es Kim Jong Il, el dictador norcoreano que juega también con la energía atómica, y el presidente iraní es que el primero está fosilizado en las coordenadas de la ya trasnochada guerra fría, al haberse quedado petrificado en la misma, mientras que el segundo se mueve en un plano diferente: el de la teología chiíta.
Es importante entender algunos aspectos de esa teología porque la misma nos da las claves para captar lo que está pasando por la mente de Mahmud Ahmadineyad.
Uno de los elementos distintivos que diferencian a los chiítas de los demás musulmanes es la creencia de que al final de los tiempos aparecerá un personaje, el Mahdí (literalmente, el guiado), que vendrá a esta tierra para restaurar el Islam en plenitud, implantar la justicia y dar al mundo una era dorada de prosperidad y paz. Se trata, pues, de una esperanza escatológica que alimenta la fe de los chiítas, especialmente en tiempos de dificultad, incertidumbre y caos. La figura del Mahdí entronca con la del Imán, el dirigente que para los chiítas posee impecabilidad, infalibilidad, conocimiento de lo oculto, autoridad espiritual absoluta y mediación ante Allah. No hay que confundir al Imán chiíta con la persona encargada de dirigir las oraciones en las mezquitas, cosa que puede hacer cualquier musulmán instruido, y a la que a veces se denomina imán. El Imán para los chiítas tiene rango sobrenatural, estando en espera de la aparición del Imán oculto que desapareció en el siglo IX. Ese Imán oculto o Imán del tiempo sería el Mahdí.
La creencia en el Mahdí ha sido el desencadenante histórico de algunos de los cambios más espectaculares en el mundo musulmán, debido a que con su figura va asociada la idea de restauración y pureza del Islam. Por ejemplo, estuvo detrás del derrocamiento de la dinastía Omeya y el surgimiento de la dinastía Abasí en el siglo VIII; mahdístico fue también el ascenso de la dinastía fatimí en el siglo X, así como el surgimiento en el norte de África del Imperio Almohade en el siglo XII. Después de la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), que señaló el comienzo del fin del Islam en España, se alimentó la creencia entre los musulmanes hispanos de que el Mahdí reconquistaría un día Al-Andalus de nuevo para el Islam.
Incluso el cine ha recreado la figura del Mahdí en la película
Khartoum, protagonizada por Charlton Heston y Lawrence Olivier, el primero dando vida al general británico Charles Gordon y el segundo al líder musulmán Muhammad Ahmed Al Mahdi. La cinta está basada en hechos históricos acaecidos entre 1880 y 1885 en Sudán, cuando el gobierno británico envió al general Gordon, cristiano de profundas convicciones, a defender Khartoum y sofocar la revuelta alimentada por el líder musulmán autoproclamado Mahdí. El desenlace del enfrentamiento entre ambas personalidades acaba con la caída de Khartoum en manos del Mahdí y la muerte de Gordon. La cinta es todo un despliegue de interpretación magistral de dos gigantes de la pantalla, como son Charlton Heston y Lawrence Olivier, recreando a dos hombres guiados por dos libros diferentes: la Biblia y el Corán.
Pero
volviendo a Mahmud Ahmadineyad, él está convencido de que su misión consiste en apresurar la llegada del Mahdí y preparar a Irán para recibirlo; persuadido como está de que esa llegada es inminente, toda su acción política está gobernada por esa orientación teológica.
Es interesante que Hezbollah, que es una sucursal iraní en Líbano, comparte la misma idea. Una idea ausente del Corán y que comenzó a fraguarse ya en el siglo VII pero que recibió su soporte ideológico en un cuerpo de literatura elaborada en el periodo que va desde la desaparición del duodécimo Imán, Muhammad Al-muntazar (desaparecido en el año 878), hasta la invasión mongol (1050). Es evidente que la idea del Mahdí ha sido y es un referente para los chiítas en su anhelo de instaurar su religión en todo el mundo.
No hace falta ser un erudito en religiones comparadas para darse cuenta de los paralelismos que la figura del Mahdí tiene con la del Mesías. En ambos casos se trata de una figura sobrenatural, escatológica y con una misión divina consistente en poner las cosas en su sitio en este agitado mundo; pero mientras que los chiítas no tienen soporte, sino su tradición, para basar su creencia, los judíos y los cristianos tenemos mejor fundamento porque las Escrituras del Antiguo Testamento profetizan al Mesías y las del Nuevo nos lo presentan. La diferencia entre judíos y cristianos está en que los primeros creen que el Mesías vendrá mientras que los segundos creemos que regresará; el contraste es fundamental.
Ahmadineyad cree en la venida del Mahdí y se prepara, a su manera, para ello. Pues bien, creo que hay un sentido en el que hemos de tomar nota de la actitud del presidente iraní, solamente que con la diferencia de que esperamos no al Mahdí sino a Jesucristo (nombre compuesto que significa Jesús-Mesías) y que esa espera consiste no en armarnos hasta los dientes y pretender implantar la fe por la fuerza sino en velar y predicar el evangelio.
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