Si fuera una fiesta movible y unas veces cayera en lunes, otras en viernes, etc. sería diferente y Pentecostés estaría en boca de todos mediante frases como: ‘Para Pentecostés nos iremos de vacaciones a la playa’ o ‘En Pentecostés haremos una escapadita a la sierra’. Y de esa manera estaría a la altura de sus hermanas gemelas Navidad y Semana Santa. Pero ¡ay! Pentecostés nunca podrá estar al nivel de ellas porque le falta el ingrediente esencial: es una fiesta que, por razones de calendario, no puede secularizarse.
Y es que
el transformismo al que paulatinamente han sido reducidas las grandes fiestas cristianas es una demostración del gran poder que tiene el mercado.De forma parecida a la metamorfosis que algunos individuos experimentan al inyectarse hormonas y operarse para cambiar de sexo, así ha ocurrido con Navidad y Semana Santa, casi irreconocibles ya a estas alturas por la acción de las fuerzas materialistas. Sin embargo, Pentecostés permanece inasequible a esa acción corrosiva porque nunca tiene ni tendrá ‘puentes’ festivos. Es decir, es una fiesta que no se ha paganizado como las otras dos y que conserva su sencillez original. Claro que precisamente a causa de esa sencillez es por lo que pasa desapercibida para la inmensa mayoría, incapaz de ver más allá de lo que pueda proveerles pasatiempo y diversión.
Pero si Pentecostés ha resultado ser intratable para las fuerzas seculares no ha ocurrido así para los poderes religiosos que, al menos en España, han convertido esta fiesta en algo de lo que con toda justicia se puede decir: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Dicen que el domingo de Pentecostés había este año en el Rocío un millón de personas devotas de la Blanca Paloma, que no es precisamente el Espíritu Santo sino la Virgen del Rocío, acongojadas esta vez porque una gran rociera, la cantante Rocío Jurado, acababa de morir.
El espectáculo es siempre el mismo: una multitud enfervorizada, una imagen que se bambolea sobre un mar de cabezas y una jerarquía dando el visto bueno. Si en todas las manifestaciones multitudinarias hay siempre una guerra de cifras con diferencias nada despreciables, según sea la fuente, que van de siete guarismos a seis, en la fiesta de la Blanca Paloma, sospechosamente, nadie hace cálculos ni hay quien contradiga lo del millón de asistentes. Los mismos medios de comunicación, tan críticos con todo lo que huela a exaltación espiritual si se produce en el interior de una iglesia evangélica y tan dados a presentarlo como exponente de fanatismo, son totalmente acríticos con el Rocío. Tampoco importa demasiado que vaya acompañado de abundancia de alcohol, gula y desenfreno; es más, se ve que tales ingredientes añaden respetabilidad a la fiesta religiosa, porque ningún periodista levanta su voz para denunciar tal estado de cosas. Al contrario, la unanimidad en las cadenas de televisión, sin importar del signo que sean, es absoluta: el Rocío es una gran fiesta de fervor popular.
¡Pobre domingo de Pentecostés! Desconocido para unos y tergiversado por otros. Cenicienta y adefesio. Y sin embargo, más allá de lo que los hombres hayan hecho o dejado de hacer con la fiesta, su significado permanece inmutable aunque para descubrirlo haya que ir a la fuente original, incorrupta, que no es otra que la Biblia.
En el pasaje de inicio de este artículo
Jesús habla del Espíritu Santo, que es a fin de cuentas quien llena de significado a Pentecostés. Si hay una semejanza entre nombre y carácter entonces los dos nombres que Jesús le adjudica nos hablan de su carácter.
El primer nombre es Consolador, que no es la mejor traducción del sustantivo
paraklêtos, aunque hay que reconocer que tal vocablo es muy difícil de traducir dada la complejidad y versatilidad que tiene. Gramaticalmente significa ‘uno llamado para estar al lado de otro’, transmitiendo así la idea de ayudante, asesor y auxiliador, con la componente de ánimo, calor, fuerza y estímulo que tales funciones conllevan. En el mundo antiguo era la palabra usada para describir la acción de un abogado a favor de su defendido, la de un amigo en pro de su amigo y la de un consejero a favor de alguien necesitado. Todos sabemos cuán importante es tener a alguien a nuestro lado en quien apoyarnos en los momentos de soledad o de dificultad, de manera que una traducción válida de
paraklêtos podría ser Auxiliador. En el colegio donde yo asistía cuando era muchacho al mes de mayo, mes de las flores, se le denominaba el mes de María Auxiliadora a quien, se nos enseñaba, debíamos acudir como un hijo acude a su madre. Tristemente nunca se nos habló del verdadero Auxiliador.
La expresión
‘otro Consolador’ indica la equivalencia (y equivalente significa ‘de igual valor’) entre Jesús y el Espíritu Santo. Por lo tanto, si Jesús es persona el Espíritu Santo también lo es, porque es imposible que algo impersonal sea de igual valor que alguien personal. Es decir, todo lo que Jesús hacía mientras estaba con ellos es lo que el Espíritu Santo hace.
El otro nombre es Espíritu de verdad (literalmente
Espíritu de la verdad). El mundo espiritual es uno que por su propia naturaleza es intangible e irreductible a categorías naturales, lo que lo convierte en terreno propicio para la abstracción, ambigüedad, superchería y fraude. Por eso es caldo de cultivo de tanto farsante. Sin embargo, el nombre que Jesús da al Espíritu Santo al denominarlo como
Espíritu de la verdad indica dos cosas: que no se trata de cualquier verdad sino de
la verdad y de que estamos ante alguien que es la garantía de la misma.
Así pues, Pentecostés, la fiesta de cumpleaños de la Iglesia, sigue y seguirá teniendo siempre su valor: nada más y nada menos que ser la demostración de que el perdón de pecados no es una autosugestión sino una realidad demostrada, que lejos de estar circunscrita al pasado es una experiencia gloriosa para aquí y ahora.
Si quieres comentar o