Claro que para que fuera más eficaz el plan, habría que cambiar el sistema y en lugar de ser el actual de eliminación por partido tras el pase a los octavos de final, en el que el perdedor queda fuera de combate, debería ser una competición como la
Liga española, el
Calcio italiano o cualquiera de las competiciones de fútbol en otras partes del mundo, en las que durante todo el año todos los equipos participantes intervienen; así se evitaría el que una vez eliminado un país, le viniera la tentación de comenzar a pensar en guerras y cosas parecidas.
¿No sería magnífico crear una Liga mundial de fútbol en la que participaran Irán, Irak, Afganistán, Corea del Norte, Israel, la Autoridad Palestina, India, Pakistán y todos aquellos países que son polvorines? Yo creo que hasta Bin Laden quedaría neutralizado ante tal poder de persuasión, al quedarse sin nuevos candidatos para atentados suicidas por estar absortos con la competición futbolística. El arma antiterrorista más eficaz, pues, no serían los servicios de inteligencia ni las unidades de élite sino, sencillamente, el fútbol, que tendría enajenados a todos los terroristas.
Recuerdo los resultados casi mágicos que hace años experimentó un grupo de nuestra iglesia que llevaba una carga de Biblias a una determinada nación del Este de Europa. Entonces el comunismo estaba en su apogeo y los temibles guardias de aquellas fronteras imponían con su sola presencia. Pero cuando el vehículo con tal cargamento se aproximó al puesto de control pasó algo inesperado: los temidos oficiales estaban embebidos contemplando por televisión un partido de la Copa de Europa de fútbol que en ese momento se emitía, de modo que no querían que nada ni nadie les estorbase. Por eso, sin más dilaciones dieron paso al vehículo, sin preguntar ni registrar nada. Y así fue como, gracias al fútbol, las Biblias llegaron a su destino.
Ya los griegos se dieron cuenta de la relación entre deporte y paz, cuando establecieron la denominada
tregua olímpica, consistente en la paralización de los conflictos bélicos durante las Olimpiadas. Pero hay una diferencia vital entre aquella época y la nuestra: mientras que los griegos tenían que imponer por la fuerza la tregua olímpica y todo dependía de la buena voluntad de las partes, nosotros disponemos de un aliado que transforma voluntades sin necesidad de recurrir a la fuerza. Además es un aliado universal, omnipresente en todos los puntos del planeta. Se trata de la televisión. Con ella da lo mismo donde estés: su poder hipnótico llega hasta los lugares más recónditos de nuestro planeta. Es lo que Gerardo Olivares ha plasmado en su película
La gran final, donde la trama de la misma se sitúa en tres puntos bien distintos y distantes: entre unos nómadas mongoles, entre unos tuaregs del Sáhara y entre unos indios del Amazonas. ¿Qué es lo que tienen en común estos tres pueblos? Nada, salvo una cosa: Su ardiente deseo de conseguir, como sea, un televisor para ver la gran final del Mundial de fútbol. Y a pesar de sus precarios recursos y formidables obstáculos que parecen insuperables, los tres conseguirán su propósito a base de ingenio y perseverancia.
Y es que, no en vano, los episodios en el campo de fútbol se convierten en asuntos de Estado, que pueden variar desde vaciar un Parlamento nacional, si el partido se transmite a la misma hora en la que habría que dilucidar el reglamento de la Cámara, hasta implicar a presidentes de Gobierno, como Lula, preocupado por el sobrepeso de Ronaldo, o a mandatarios como Mohamed VI, quien ha tenido que intervenir personalmente para romper el monopolio de una cadena saudí para que los partidos puedan verse también en Marruecos. De esa manera la estabilidad de su trono se afianza notablemente.
Pero leyendo las noticias y profundizando un poco más me doy cuenta de que el mismo fútbol no está exento de dificultades. ¡Y yo que creía haber encontrado la solución a los graves problemas de nuestro mundo! Resulta que un ciudadano chino ha encerrado a su mujer en una habitación porque no le dejaba ver un partido del Mundial, razón por la cual fue detenido y ha ido a parar a la cárcel. Pero no terminan ahí los problemas que el fútbol origina: En España se ha creado una plataforma denominada
Mujeres por una España sin fútbol con página en Internet incluida y con proclamas tan incendiarias como:
Los hombres no nos dejan ver nuestros programas de televisión favoritos.
Los hombres nos ignoran.
Los hombres están mentalmente ausentes.
Los hombres piensan más en Manolo el del bombo que en nosotras.
O con reivindicaciones tan explosivas como:
Por cada hora de fútbol en televisión, tendremos derecho a dos horas de Mujeres Desesperadas y/o Sexo en Nueva York.
Cada gol de la selección será compensado con una tarde de compras, sin límite de tiempo y/o gasto.
Así pues, el fútbol no puede ser la solución porque en última instancia también es un problema y, por pura lógica, nunca el problema puede ser la solución. Porque ¿de qué serviría conseguir una tregua a escala planetaria si en la esfera doméstica ocasiona tales guerras? Claro que, bien mirado, el fútbol puede brindar una excelente ocasión para que los maridos (especialmente los muy forofos) amen a sus esposas, negándose a sí mismos, y pongan así en práctica lo que la Biblia enseña .
‘Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.’ (Colosenses 3:18)
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