Chorizos

Ante esta noticia y para un lego en macroeconomía como yo, es fácil llegar a la conclusión de que España debe ser el país más rico de la Unión Europea, superando con creces a gigantes económicos como Francia o Alemania. Y la pregunta que a continuación me hago es cómo España, con tal nivel de dinero, no está dentro del selecto grupo del G-8 codeándose y hablando de tú a tú a Estados Unidos y Japón. Pero claro, aquí ocurre lo que en tantos aspectos de la actividad humana: las cosas no son lo que parecen.

Y es que aunque el dato del Ministerio de Hacienda es verdadero, va acompañado de otro no menos revelador: en su mayor parte ese extraordinario volumen del billete grande es dinero negro que tiene en el sector inmobiliario uno de sus principales escondites. Y aquí es donde las cosas ya comienzan a aclararse y uno, aunque torpe para todo lo que tenga que ver con finanzas, empieza a entender el por qué habiendo tantos billetes sólo unos pocos los tienen. Para realizar un pago de muchos millones de euros sin que el fisco se entere de la operación, basta un fajo de unos pocos centímetros de espesor y algunos gramos de peso que cabe en cualquier bolsillo. Los maletines que otrora circulaban con millones de pesetas de forma clandestina son ya cosa del pasado. Ahora en un modesto sobre cabe lo mismo que anteriormente en un ostentoso maletín. Y si los maletines, para sacarlos y meterlos del país, tenían que pasar por los escáneres de los aeropuertos, los sobres, que uno lleva consigo en su ropa, no pasan por tales detectores. Por lo tanto la idea de crear ese billete de tan alto valor (equivalente a 600 dólares USA al cambio actual) ha venido que ni pintada a los delincuentes de cuello blanco. Es decir, que la sobreabundancia de billetes de 500 euros no es ni origen ni resultado de la riqueza colectiva de la nación sino el producto de la rapiña de algunos.

Seguramente donde debe haber muchos de esos billetes es en Marbella, porque las cifras de los escándalos urbanísticos y financieros que en la famosa población se han destapado alcanzan montantes verdaderamente espectaculares. La venta de permisos de construcción, los chanchullos para recalificar suelos y las comisiones en toda clase de contratos han convertido a la señora del turismo en España en el paraíso del billete morado con el que se han puesto morados algunos políticos, empresarios y funcionarios, que a base de cohecho, prevaricación, blanqueo de dinero y fraude fiscal han amasado fortunas desorbitadas.

Claro que este terreno del fraude da para mucho aquí en España y demuestra el ingenio y la imaginación de la que somos capaces cuando se trata de engañar; y si no que se lo pregunten a las aseguradoras, que pierden 600 millones de euros al año por causa de indemnizaciones millonarias pagadas a accidentados por secuelas que no padecen. Y así hay “tetrapléjicos” que pasean, nadan y montan en bicicleta como si tal cosa. También la Seguridad Social sabe bastante de “enfermedades” simuladas para conseguir bajas laborales temporales o incluso definitivas. No hace mucho se descubría una trama en Andalucía, en la que estaban implicados algunos familiares directos del torero Jesulín de Ubrique, para conseguir a cambio de sustanciosas sumas de dinero pensiones de invalidez basadas en análisis médicos falsos. En fin, en el país inventor del ‘timo de la estampita’ se acaba de producir lo que se ha denominado el ‘timo de la estampilla’ protagonizado por Fórum Filatélico y Afinsa que han dejado con lo puesto a 350.000 pequeños ahorradores y pensionistas que habían invertido en el negocio de los sellos sus recursos.

Y es que el problema viene de lejos. No es cuestión del color del Gobierno de turno, sea de derechas o de izquierdas, ni siquiera del tipo de régimen, sea dictadura o democracia. El problema está enquistado en la manera de ser y entender la vida, tal como lo percibieron los escritores españoles que en los siglos XVI y XVII crearon y desarrollaron la novela picaresca. Una de las mejores obras de tal género es la Historia de la vida del Buscón de Francisco de Quevedo (1580-1645) en la que el protagonista de la novela afirma lo siguiente:
‘Haz como vieres, dice el refrán, y dice bien. De puro considerar en él, vine a resolverme de ser bellaco con los bellacos, y más, si pudiese, que todos. No sé si salí con ello, pero yo aseguro a vuestra merced que hice todas las diligencias posibles.’

Es decir, la sociedad española que Quevedo nos dibuja es una donde la corrupción ha penetrado en todo el cuerpo social, de modo que nobles y villanos, clérigos y laicos, gobernantes y gobernados, son un conjunto de escoria moral. Claro que tal vez Quevedo exagerara debido al pesimismo con el que contemplaba a la nación, pero no fue el único que tuvo tal percepción.

En España tenemos un vocablo, chorizo, que sirve para describir al delincuente cuya especialidad es robar. Se trata de un préstamo (en lingüística un préstamo es una palabra que una lengua toma de otra) que procede del caló, la lengua que hablaron los gitanos españoles y cuyo origen remoto está en el sánscrito.

Del caló han pasado al castellano otros términos como canguis (temor), pinrel (pie), molar (gustar), gachí (mujer), currar (trabajar) o chaval (niño o joven). Concretamente chorizo procede de chori (ladrón). Ahora bien, ¿cómo se produjo la derivación de chori a chorizo? Posiblemente por razones fonéticas, al ser dos palabras cuyas dos primeras sílabas coinciden, pero también semánticas, porque así como el chorizo comestible que procede de la carne de cerdo suelta grasa y pringa, así el chorizo deja rastro de su acción, de donde surgiría la frase ‘estar pringa(d)o’, es decir, estar implicado en asuntos turbios.

¿Cómo cambiar este estado de cosas? No es nada sencillo porque hay un problema humanamente insoluble y es que, tal como el pasaje bíblico de abajo demuestra, esa maldad es nacional y congénita. Sólo la conversión a Dios, que está compuesta de arrepentimiento y fe, podrá realizar tal milagro .