La familia kurda objeto de la investigación consta de 20 miembros de los cuales los que andan con las manos y los pies padecen un profundo retraso mental transmitido por los padres, debiéndose la imposibilidad de andar erguidos a daños cerebrales de origen genético. Sin embargo, según Nicholas Humphrey, el especialista en psicología de la evolución en la London School of Economics, que ha visitado a la familia, sus miembros han regresado a una forma instintiva de comportamiento abandonada en el transcurso de la evolución humana.
De continuar por este camino, la ciencia perderá el lugar de oráculo infalible que tiene ante la opinión pública al convertirse en terreno propicio desde el que cualquier parlanchín puede pregonar a los cuatro vientos las ideas más estrambóticas.
Si hace tiempo la ciencia desplazó en credibilidad a la religión debido a algunos errores y a muchas supercherías defendidas por sus representantes, es previsible que ante los casos de Hwang y Humphrey, que pueden ser sólo la punta de un iceberg escondido, la ciencia termine por perder la credibilidad que tuvo y acabe convirtiéndose en un magma de verdades, mezcladas con errores y engañifas, que le acercarían mucho a la religión otrora denostada por ella misma.
No obstante,
hay una diferencia entre Hwang y Humphrey: mientras que el primero se ha inventado sus experimentos, el segundo se ha inventado las conclusiones. Uno es un mentiroso redomado, el otro es, como mínimo, un demagogo pseudocientífico. El problema es que Nicholas Humphrey tiene un abultado currículum profesional en el que aparecen nombradas prestigiosas universidades británicas, lo cual parece darle un respaldo abrumador. Sin embargo, no hay que apresurarse ni dejarse impresionar por ese tipo de cosas, porque no sería la primera vez que afamados hombres de gran conocimiento meten la pata en cuestiones que hoy harían reír a un niño de siete años.
Por ejemplo, el padre del escepticismo moderno, David Hume, afirmó de los negros lo siguiente:
‘Estoy inclinado a sospechar que los negros… son naturalmente inferiores a los blancos.’ Y cuando alguien le mencionó un determinado logro llevado a cabo por un negro contestó:
‘Probablemente hay que admirarlo por tan irrisorio logro igual que a un loro, que puede hablar unas pocas palabras.’ Si para Hume la fuente del conocimiento humano es la experiencia y de su experiencia sacó la conclusión de que los negros son inferiores a los blancos, entonces no parece que sus postulados filosóficos vayan por buen camino. De ahí que no sea disparatado ser escépticos con la filosofía de Hume.
En el siglo XIX el afamado cirujano Sir William Lawrence, basándose en sus conocimientos científicos sentenció:
‘La estructura del negro se aproxima inequívocamente a la del mono.’ Así que mucho antes de que Nicholas Humphrey hallara en Turquía el eslabón perdido, ya Sir William Lawrence lo había encontrado: los negros. Incluso en la prestigiosa Encyclopædia Britannica se leía en su undécima edición:
‘El negro en ciertas… características… parecía estar en un nivel inferior en el plano evolutivo que el hombre blanco.’
Las anteriores afirmaciones no sólo son falsas, suponen un ataque a la dignidad humana de muchas personas que son objeto de especulaciones pseudocientíficas que los rebajan y degradan a la categoría de animales. Algo parecido a lo que Nicholas Humphrey ha hecho al viajar al Kurdistán turco con el fin de investigar a esta pobre familia para, a continuación, exponer sus ‘brillantes’ conclusiones.
Pero si preocupante es que haya personas que en nombre de la ciencia se dedican a utilizar a otras para su propio beneficio, igual de preocupante es que los medios de comunicación del mundo entero se hagan eco de noticias de ese tenor para lanzarlas a los cuatro vientos sin los más mínimos criterios de comprobación y cautela. Claro que el criterio de los medios no siempre se mide por la verdad sino por lo sensacional y su impacto en la opinión pública.
Ya Orson Welles demostró cómo una mentira mediática puede ser tomada como una certeza por la opinión pública, cuando el 30 de octubre de 1938 miles de oyentes fueron presa del pánico ante la radiodifusión de un programa de radio en el que Welles simulaba que se estaba produciendo un ataque sobre New Jersey por invasores marcianos.
Así pues, ante los despropósitos que algunos plantean en nombre de la ciencia
las palabras del texto bíblico inferior adquieren una actualidad inusitada. Allí se habla de una determinada clase de ciencia o de conocimiento cuyas características son las siguientes:
- Su naturaleza: ‘lo que falsamente se llama ciencia’. Es impostora, al ser calificada abiertamente como falsa. De aquí no hay que sacar la errónea conclusión de que toda ciencia es falsa, pero sí la necesidad de separar lo que es ciencia de lo que es pseudociencia.
- Su discurso: ‘palabrerías vacías y profanas’. Que consiste en charlatanería hueca. Así como existe una demagogia en el mundo de la política, lo cual no quiere decir que toda política es demagógica, existe una demagogia en el mundo de la ciencia, que usa las palabras para manipular la verdad.
- Su fruto: ‘se han desviado de la fe’. No puede ser más devastador, porque supone el extravío de muchos que dan por veraces las falsas pretensiones enseñadas.
Ten cuidado tú también, como le dijo Pablo a Timoteo, y guarda tu fe, no sea que estos propagandistas del error te la arrebaten con sus chifladas fantasías.
‘Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado,
y evita las palabrerías vacías y profanas,
y la objeciones de lo que falsamente se llama ciencia,
la cual profesándola algunos,
se han desviado de la fe. La gracia sea contigo.’
(1 Timoteo 6:20-21 La Biblia de las Américas)
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