Eran los tiempos en los que un mito, El Cordobés, arrasaba en las plazas de toros y su estilo de torear encendía pasiones y tenía dividida a media España contra la otra media. Eran los tiempos en los que una vena patriótica nos invadía por la cuestión de Gibraltar, espina que todos los españoles llevábamos clavada en el corazón a causa de la pérfida Albión. Menos mal que habíamos podido compensar de alguna manera esa herida con la que le habíamos infligido en fútbol a otro enemigo por excelencia: la URSS. Aquel gol de Marcelino al guardameta ruso Yashin en la final de la Copa de Europa de naciones simbolizaba la victoria de España sobre la fuerza atea del comunismo.
Mientras tanto ‘El Lute’, que se había fugado varias veces de la prisión, agrandaba su leyenda entroncándose con aquellos bandoleros famosos del siglo XIX que trajeron de cabeza a las autoridades de la época y que Cervantes ya había retratado en el personaje de Ginés de Pasamonte en
El Quijote o en los de Rinconete y Cortadillo en las
Novelas Ejemplares. No en vano uno de los géneros de la novela española por excelencia fue el de la picaresca, donde los protagonistas vivían permanentemente al límite y fuera de la ley para sobrevivir en un medio hostil, de manera que como dice el licenciado Vidriera
‘todos tenían su punta de rufianes, de cacos y de truhanes’. Siglos después Federico García Lorca recrearía en su poesía la figura del gitano, que simboliza la fuerza indomesticada, en continuo enfrentamiento con la Guardia Civil, encargada de velar por el orden establecido.
Sí, Eleuterio Sánchez ‘El Lute’ era la encarnación, en pleno siglo XX, de todos aquellos personajes literarios del hampa que la literatura hispana había forjado. Su vida, desde su estancia en el reformatorio en una época de necesidad apremiante como fue la posguerra, parecía no tener otro horizonte más que la marginación y la cárcel. Sin embargo, durante su estancia en prisión se iban a producir en España cambios políticos y sociales de gran trascendencia. La muerte de Franco y el advenimiento de la democracia significaban la muerte de una España que había surgido de las cenizas de la guerra civil pero que se había quedado empantanada en un discurso obsoleto incapaz ya de apelar a las nuevas generaciones. Éstas deseaban otra forma de entender las relaciones sociales y políticas, no basadas en la antigua división vencedores-vencidos sino en la búsqueda del diálogo con el otro. La nueva realidad se trasladaba también a los centros penitenciarios donde el énfasis se desplazó del castigo al delincuente a su recuperación. Y así es como, asiéndose a la oportunidad que se le brindaba, El Lute comienza a estudiar desde la cárcel y a recuperar el tiempo perdido. Se licencia en Derecho y comienza a escribir, hasta que en 1981 es indultado de las más de 90 causas por las que debía cumplir un millar de años en prisión.
La transformación es espectacular, hasta el punto de que se puede hablar de dos personas, siendo hija cada una de ellas de un régimen político bien diferenciado:
El Lute hijo de la dictadura y la represión, Eleuterio Sánchez hijo de la democracia y la libertad. Enseguida la reciente democracia, necesitada de logros y pruebas que demuestren su bondad y eficacia, presenta a El Lute como la mejor demostración de la superioridad de sus tesis frente a las de la dictadura. He aquí un maleante convertido en un ciudadano ejemplar. Lo que la dictadura era impotente de lograr, por su incapacidad para descubrir el potencial humano que hasta un delincuente tiene, es lo que la democracia ha llevado a cabo al saber encauzar los valores que incluso el peor maleante tiene. De esta manera es como nuestro personaje se convierte en la mejor propaganda para la democracia frente a sus detractores.
La transformación de El Lute invitó a pensar que la educación, la formación y las oportunidades eran las claves para erradicar las lacras sociales y personales.
Su caso se convirtió en indicador de lo que era posible hacer con el peor delincuente sin necesidad de recurrir a nada que oliera a religión. En un momento en el que en España se vivía una auténtica caza de brujas contra las sectas (ésta es la palabra que se empleó en los años ochenta para estigmatizar a todo el que pretendiera introducir a Dios en algún aspecto de la vida que no fuera el del interior de un templo) El Lute era la evidencia palpable que mostraba la suficiencia de la educación para cambiar a las personas. He aquí el nuevo evangelio. He aquí la nueva buena noticia. Y he aquí su fruto.
Pero
el 28 de febrero de 2006 Eleuterio Sánchez era detenido por la Guardia Civil acusado por su esposa de presuntas amenazas y de malos tratos habituales; como medida cautelar el juez ha dictado una orden de alejamiento en espera de lo que resuelva el Juzgado de Violencia Doméstica de Sevilla. En un momento en el que la sensibilidad social en España está a flor de piel ante la alarmante realidad de los malos tratos en el hogar, con un goteo ininterrumpido de asesinatos y suicidios, la denuncia contra Eleuterio Sánchez no podía venir en peor momento. Su imagen de hombre nuevo ha quedado tal vez irreparablemente dañada para siempre, al haber incurrido en lo que actualmente es uno de los peores cargos que se puedan hacer contra alguien. No en vano para definir lo que ocurre en tantos hogares se habla de terrorismo doméstico.
Y es que
Eleuterio Sánchez precisa un cambio más profundo que el producido por la educación y los estudios. Un cambio que va más allá de pasar de ser un delincuente a ser un buen ciudadano, porque hasta los buenos ciudadanos son potenciales delincuentes. Un cambio que sólo el evangelio de Jesucristo puede obrar, tal como el texto bíblico de abajo afirma. Un cambio que, éste sí, produce hombres nuevos. Pero no sólo Eleuterio Sánchez lo necesita; todo ser humano, independientemente de su formación o falta de la misma, lo precisa también.
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