De hecho su familia es un feliz caso de floración de personalidades y dones, tanto por vía masculina como femenina, que van a enriquecer a la Iglesia de aquel tiempo y de todos los tiempos: El abuelo materno murió mártir bajo Diocleciano; la abuela paterna había sido alumna de Gregorio Taumaturgo y en memoria de éste recibió el de Nisa su nombre; el padre y la madre, procedentes de las clases altas, fueron un ejemplo de piedad y coherencia cristiana y de los hermanos, diez en total, varios de ellos se consagraron al ministerio cristiano. El dicho
‘Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer’ se cumple totalmente en la vida de estos dos hermanos, pues al quedar huérfanos de padre a temprana edad su formación estuvo moldeada por la influencia de su abuela Macrina, de su madre Emelia y de su hermana mayor Macrina, quienes fueron instrumentos determinantes en la impronta cristiana de estos dos varones.
De no haber sido por Gregorio, que pastoreó la iglesia en esa ciudad, probablemente la insignificante población de Nisa, situada en el centro de la actual Turquía, habría pasado desapercibida para siempre. No hay demasiados datos biográficos sobre él aunque sí constancia de su incapacidad para lidiar con asuntos prácticos, entre ellos la administración económica y la política eclesiástica; su fuerte no eran esas cuestiones sino escribir sobre temas doctrinales y morales, lo que hizo con mayor profundidad de pensamiento que los otros dos Padres capadocios. Una de sus obras más importantes es la
Catechesis, que es el primer tratado de teología sistemática tras el
De principiis de Orígenes de quien Gregorio es deudor y discípulo. En la misma va desgranando las principales enseñanzas de la fe cristiana, comenzando por la Trinidad, continuando por la Encarnación y Redención y terminando por la aplicación de la Redención.
Es precisamente en la Catechesis donde Gregorio desarrollará su peculiar planteamiento de la Redención y que ha llegado a ser conocido como la teoría del rescate pagado al diablo. En síntesis viene a decir que el ser humano se vendió al diablo y por lo tanto éste tenía derechos sobre él, de ahí que Dios no pudiera redimir sin tener en cuenta esa condición. Por eso Cristo se dio a sí mismo como pago de rescate al diablo a cambio de los seres humanos.
En el desarrollo de la idea Gregorio afirma lo siguiente:
‘…era un requisito que el método diseñado por él (Dios) no fuera arbitrario sino uno acorde con la justicia. Lo cual este método es: ceder al dueño del esclavo el rescate que estuviera de acuerdo en aceptar a cambio de la persona bajo su posesión.’ Este aspecto de la justicia de Dios hacia el diablo es vital en el pensamiento de Gregorio y todas sus conclusiones posteriores sobre la Redención nacen del mismo. Pero si Dios se comportó justamente con el diablo al tener en cuenta sus derechos no fue lo mismo en sentido recíproco, ya que el diablo aceptó la transacción al pensar que salía ganando en la misma:
‘¿qué aceptaría él a cambio de lo que tenía sino algo más elevado y mejor, obteniendo una ganancia en el intercambio que alimentaba así su notoria pasión de orgullo?’.
Es evidente que poniendo en un platillo de la balanza a Jesús y en el otro a todos los seres humanos el peso de la misma se inclinaba hacia el primer lado, razón por la cual el diablo no dudó en soltar la segunda presa para obtener la primera porque según Gregorio:
‘El Enemigo percibiendo en él (Jesús) tanto poder, vio también una oportunidad de ventaja en la transacción… por esta razón le escoge a él como precio de rescate de aquellos que estaban encerrados en la cárcel de la muerte.’
Pero al hacer esto el diablo se pierde, porque desconoce que tras el velo de la humanidad de Jesús se esconde su Deidad, lo cual es la jugada maestra de Dios:
‘…para hacerse accesible al que exigía un rescate por nosotros, Dios se escondió bajo el velo de nuestra naturaleza con el fin de que, como ocurre con los peces voraces, junto con el cebo de la carne se tragase el anzuelo de la Deidad.’ Asís es como el diablo es atrapado en su ataque a Cristo, lo cual abre la puerta para que Gregorio hable abiertamente del engaño de Dios al diablo, cosa que ya hiciera Orígenes anteriormente, y cuya justicia Gregorio defiende sin paliativos:
‘…es justo que a quien nos descarrió se le pague con la misma moneda, porque así como él nos engañó al principio con el anzuelo de la codicia carnal, ahora él ha sido engañado por Dios que se vistió con el velo de la humanidad.’ Por lo tanto, incluso este engaño al diablo está basado en la justicia de Dios.
Esta forma de entender la Redención fue abandonada posteriormente e incluso por uno de los tres capadocios, Gregorio de Nacianzo, quien niega absolutamente que el diablo tuviera derechos sobre nosotros. Con el paso del tiempo se desarrollarán otras explicaciones en las que o bien el elemento objetivo, la propiciación de Dios, o bien el subjetivo, el impacto saludable sobre el pecador, serán las vigas maestras que sustenten la interpretación de la muerte de Cristo en la cruz, pero desapareciendo en todas ellas el protagonismo del diablo en el asunto.
En Las Crónicas de Narnia C. S. Lewis retoma la postura de Gregorio de Nisa y la hace suya para explicar el drama de la cautividad y rescate del género humano a través de la muerte del León, quien se entrega como precio de rescate por Edmund a la Bruja, porque tal y como ella le recuerda al León: ‘… esa criatura humana es mía. Su vida ha pasado a mi poder. Su sangre me pertenece.’
En otras palabras, el diablo tiene derechos legítimos sobre cada uno de nosotros a causa de nuestra traición; exactamente lo mismo que enseñara, aunque en otro estilo, Gregorio de Nisa. Es más, Lewis avanza en la misma dirección al mostrar que la perdición de la Bruja está basada en la ganancia que ella cree haber conseguido con la muerte del León, su enemigo por antonomasia.
Pero es precisamente su ignorancia sobre la singularidad de esa muerte la que provoca su ruina, pues como el León mismo, ya resucitado, explica a los niños: ‘…aunque la Bruja conocía la existencia de la Magia Insondable, existe una Magia Más Insondable aún que ella desconoce. Sus conocimientos se remontan únicamente a los albores de los tiempos; pero si hubiera podido mirar un poco más atrás, a la quietud y la oscuridad que existía antes del amanecer del tiempo, habría leído allí un sortilegio distinto. Habría sabido que cuando una víctima voluntaria que no ha cometido ninguna traición fuera ejecutada en lugar de un traidor, la Mesa se rompería y la muerte misma efectuaría un movimiento de retroceso.’
Creo que
si Gregorio de Nisa pudiera leer o ver Las Crónicas de Narnia se sentiría muy identificado con ella y con C. S. Lewis. Y aunque hay más de mil quinientos años de distancia entre ambos y el primero vivió en Anatolia y el segundo en Gran Bretaña, ambos fueron dos cristianos de talla que se dan la mano, entre otras cosas, por su manera de entender la muerte de Cristo en la cruz.
'...y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.'
(Colosenses 2:15)
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