Y si en la esfera nacional se hizo coincidir la fecha con el propósito, lo mismo ocurre en la esfera personal, porque ¿quién no tiene algo que reparar, mejorar, saldar o extirpar? Y aunque puede ser que sólo afecte a nuestra salud, como el tabaco, o que únicamente perjudique a nuestra imagen, como unos kilos de más, también es posible que se trate de algo más profundo y que tiene que ver con todo nuestro ser, como ese lado oscuro de nuestra personalidad, esos viejos demonios en nuestro carácter o esos nefastos y arraigados hábitos en nuestro comportamiento. Lo cual significa que ya no estamos ante un simple problema de estética o de salud sino de algo más profundo.
Un día vi en un centro de rehabilitación de toxicómanos un letrero en la pared que decía ‘Éste es tu problema’ con una flecha señalando a un trozo de tela debajo del letrero. Cuando se descorría la tela para ver en qué consistía el problema lo que había era un espejo. Y, claro, allí aparecía la asombrada cara del buscador del problema, quien nunca hubiera pensado recibir tal respuesta. Pero inmediatamente el sujeto se daba cuenta de la sabiduría que había en aquel sencillo oráculo constituido por la tela y el espejo. Así pues el problema en sí no es tal o cual detalle o aspecto de mi vida sino esencialmente yo mismo. Es por eso por lo que aunque podamos hacer ciertas buenas proposiciones al comenzar el año, e incluso tener éxito en las mismas, siempre se tratará de cambios parciales o periféricos, pero no de uno total en el sentido pleno de la palabra. Eso está más allá de nuestra capacidad. Para eso necesitamos ayuda externa, y no me refiero a la de otros seres humanos por muy profesionales que sean, ya que ellos también están en esa situación de necesidad.
De ahí que
el pasaje bíblico abajo indicado nos muestra la importancia de que además de un comienzo y una intención precisamos algo más, algo que puede resumirse en una frase: la presencia de Dios. Una presencia que tiene las siguientes características:
- La realidad de su presencia. ‘La nube cubrió el tabernáculo…’ Durante la Edad Media los teólogos escolásticos enseñaron que la presencia de Dios está en toda la creación en tres maneras: por esencia, por conocimiento y por potencia. Pero aquí se está hablando de una presencia especial y particular de Dios que no se da en ninguna otra parte: su presencia en medio de su pueblo, materializada en la nube y el fuego.
- La naturaleza de su presencia. ‘…la nube lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego.’ La nube simboliza lo que es etéreo o inmaterial y también lo que es celestial; el fuego lo que es luminoso e incandescente. El desierto es lugar de extremismos: brillo cegador de luz y calor tórrido durante el día y oscuridad espesa y frío gélido por la noche. Es como este mundo, donde la vida espiritual es imposible ante las condiciones extremas reinantes. Pero la nube y el fuego de la presencia de Dios atenúan el rigor mortal de este mundo haciendo posible que su pueblo transite sin peligro de perecer.
- La permanencia de su presencia. ‘Así era continuamente…’ Esa nube y ese fuego no aparecían esporádicamente sino que siempre estaban allí, lo cual es signo evidente de la fidelidad de Dios quien ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
- El fundamento de su presencia. ‘…yo apareceré en la nube sobre el propiciatorio.’ (Levítico 16:2). Pero ¿cómo es posible que puedan coexistir la presencia de Dios, que es santo, y la realidad cotidiana del pueblo, que es pecador? La palabra propiciación es la respuesta, la única, a esta pregunta. Es gracias a la sangre propiciatoria que satisface todas las demandas de la justicia de Dios por las que es posible que el Dios santo esté en medio de un pueblo pecador. Nube, es decir, presencia, y propiciatorio, es decir, satisfacción, son términos que van íntimamente unidos. En este apartado brillan al mismo tiempo la justicia y la gracia de Dios. La primera porque Dios no hace la vista gorda al pecado sino que éste recibe su castigo en la víctima inmolada; la segunda porque es Dios quien provee un sustituto inocente en lugar del pecador.
- El dinamismo de su presencia. ‘Cuando se alzaba la nube…’ Pero lejos de ser algo estático su presencia es dinámica. Si bien es cierto que Dios es inmutable eso no significa que es inamovible. Inmutabilidad no es inamovilidad. Dios se mueve, avanza y se desplaza. No hay nada inerte en él. La inercia tiende a la muerte, el movimiento es sinónimo de vida.
- El liderazgo de su presencia. ‘Al mandato del Señor los hijos de Israel partían…’ La nube y el fuego eran quienes marcaban las pautas y los tiempos del movimiento del pueblo de Dios. En otras palabras, no es nuestra iniciativa sino la suya la que determina nuestro avance; no son nuestros tiempos sino los suyos los que establecen nuestro descanso y nuestra actividad. Hay una verdad añadida aquí: la presencia de Dios es la norma que nos provee dirección, porque en un desierto, en un mundo, donde es fácil perderse necesitamos guía para saber adónde vamos y así llegar a la meta con seguridad.
¡Qué importante es comenzar el año no con nuestras pobres y frágiles intenciones, sino con esa presencia bendita y fiel!
'El día que el tabernáculo fue erigido, la nube cubrió el tabernáculo sobre la tienda del testimonio; y a la tarde había sobre el tabernáculo como una apariencia de fuego, hasta la mañana. Así era continuamente: la nube lo cubría de día, y de noche la apariencia de fuego. Cuando se alzaba la nube del tabernáculo, los hijos de Israel partían; y en el lugar donde la nube paraba, allí acampaban los hijos de Israel. Al mandato del Señor los hijos de Israel partían, y al mandato del Señor acampaban; todos los días que la nube estaba sobre el tabernáculo, permanecían acampados.'
(Números 9:15-18)
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