La humildad intrínseca de este juguete nos enseña que
no hacen falta grandes medios ni recursos para producir algo hermoso; bastan simplemente unos pocos componentes, que por sí mismos no valen casi nada, para transformar la tediosa geometría en algo que encandila a cualquiera. Claro que para que esos sencillos componentes causen tal efecto deben estar sometidos a una norma concreta: los espejos han de estar inclinados en un determinado ángulo para reflejar y multiplicar el juego de imágenes. Así que los principios básicos sobre los que el caleidoscopio se sustenta podríamos resumirlos en dos: sencillez y ley.
Hay muchas facetas en el campo de la actividad humana que se parecen, en ese sentido, a nuestro juguete.
Por ejemplo el de la música, en el que, con el concurso de sólo siete notas, es factible producir algo tan maravilloso como una Suite de Bach o tan emotivo como una canción de amor. Son siete elementos nada más, pero cuando están sometidos a la ley de la armonía y de la inspiración ¡qué poder son capaces de manifestar y cuántas posibilidades infinitas abren ante nosotros! Algo parecido ocurre con los números, cuyo número (valga la redundancia) es infinito y sin embargo para su representación se reducen, en nuestro
sistema decimal, a diez guarismos. Así que la profundidad y complejidad de las ecuaciones matemáticas, que reflejan a su vez lo intrincado de nuestro universo, sólo necesitan de diez simples pero ordenados obreros para transmitir toda su carga de información.
Y ¿qué decir de la palabra? ese don sublime que los humanos tenemos y que con algo más de una veintena de fonemas y en ciertas lenguas todavía menos, es capaz de producir, cuando esos sonidos se ponen en orden, tanto una oración a Dios como una conversación con el prójimo. Parece mentira que unos pocos fonemas sean suficientes para expresar y comunicar los más profundos y variopintos pensamientos. Este escrito que estás leyendo está hecho a base de solamente veintisiete símbolos, llamados letras, que sirven para plasmar este simple artículo o una obra inmortal, como Don Qujote o Hamlet.
Sí, las grandes creaciones se sustentan en unos pocos elementos, simples pero ordenados. Lo mismo que esa sinfonía literaria llamada Salmo 119, el más largo del Salterio, pero que todo él está construido sobre nueve notas que, combinadas entre sí, van desgranando delante de nosotros la versatilidad y riqueza de la Palabra de Dios. Las nueve unidades básicas que configuran esta composición son nueve vocablos, que diseminados por todo el Salmo van a permitir al autor componer una obra cumbre no sólo espiritual sino también literariamente hablando, ya que la pieza está elaborada como un acróstico según el orden de las veintidós letras del alfabeto hebreo. No es extraño que este Salmo haya sido denominado el abecedario de los santos. Pero aunque se trata de una pieza magistral en lo artístico, su propósito primordial no es estético sino espiritual. Estamos, pues, ante un humilde caleidoscopio de sólo nueve elementos mediante los cuales se nos presenta, en toda su multifacética riqueza, la Revelación.
Concretamente en la obertura de este Salmo, la primera octava de las veintidós que lo componen, ya se nos muestra esa gama de matices que preanuncia lo que viene a continuación. Hay siete vocablos (mejor dicho ocho, o sea uno por versículo, pero hay uno, estatutos, que se repite) para designar a la Palabra de Dios y son los siguientes:
- Ley. La palabra tôrâ procede de una raíz cuyo significado básico es ‘tirar', en el sentido de tirar para dar en la diana; por ejemplo, tirar flechas con arco a fin de acertar en el blanco. De manera que la Palabra es el medio para poder dar en el centro de la voluntad de Dios.
- Testimonios. La palabra ‘edôt no sólo contiene la idea de testimonio corroborativo sino también la de aviso o advertencia y recordatorio. Como los humanos somos olvidadizos necesitamos que se nos recuerde constantemente la verdad y vigencia de Dios y sus obras. Y eso es función de la Palabra.
- Caminos. La palabra derakîm está relacionada con un verbo que significa ‘pisar', de ahí la idea de hacer camino al pasar reiteradamente por un lugar. Por lo tanto, la noción de hábito o costumbre está presente allí. Así pues, la Palabra ha de ser no algo puntual en nuestra vida sino algo habitual, de todos los días.
- Preceptos. La palabra piqqudîm aparece veinticuatro veces, todas ellas en los Salmos y de las cuales veintiuna están en el Salmo 119. El significado básico es supervisar a un subordinado. Por lo cual la Palabra es el monitor que aprueba o reprueba nuestras acciones.
- Estatutos. La palabra huqqîm surge de una raíz que quiere decir grabar, esculpir, a la manera que en el mundo antiguo se grababan las leyes sobre tablas de barro, piedra o metal para que quedaran registradas para siempre. Así que, frente a la idea de cambio y alteración que sugiere lo que es meramente oral, está la idea de permanencia que nace de lo que está puesto por escrito. Por lo tanto, la Palabra está por encima de modas, gustos y épocas.
- Mandamientos. Como dice Derek Kidner en su Comentario sobre los Salmos la palabra miswôt ‘enfatiza la plena autoridad de lo que se dice; no meramente el poder de convencer o persuadir, sino el derecho a dar órdenes.' Por lo que la Palabra es, no una opción dejada a nuestro criterio sino una prescripción emitida desde la instancia más elevada.
- Juicios. La palabra mišpatîm contiene la idea de gobierno, no entendida a la manera occidental moderna como el ejercicio de la actividad ejecutiva sino entendida en su acepción global: legislativa, ejecutiva y judicial. Así pues, la Palabra es la pauta de gobierno total que debe regir toda nuestra vida.
¡Qué magnífico caleidoscopio es el salmo 119! ¡Cuántas enseñanzas profundas y preciosas tiene! Miremos a través de él para deleitarnos en aquel cuyo nombre es el Verbo.'¡Cuán bienaventurados son los de camino perfecto, los que andan en la ley del SEÑOR! ¡Cuán bienaventurados son los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan! No cometen iniquidad, sino que andan en sus caminos. Tú has ordenado tus preceptos, para que los guardemos con diligencia. ¡Ojalá mis caminos sean afirmados
para guardar tus estatutos! Entonces no seré avergonzado, al considerar todos tus mandamientos. Con rectitud de corazón te daré gracias, al aprender tus justos
juicios. Tus estatutos guardaré; no me dejes en completo desamparo.'
(Salmo 119:1-8 La Biblia de Las Américas)
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