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Dr. Frankenstein

Probablemente la película de terror más famosa de todos los tiempos sea Frankenstein (1931), basada en la novela de Mary Shelley titulada Frankenstein or The Modern Prometheus (1818), en la que se aborda la posibilidad de que el ser humano emule a Dios, creando vida humana. Pero el experimento se transforma en pesadilla a causa del error cometido por el ayudante del Dr. Frankenstein, que en lugar de robar el cerebro de un ciudadano pacífico hurta el de un criminal por lo que la criatura se convi
CLAVES AUTOR Wenceslao Calvo 08 DE DICIEMBRE DE 2005 23:00 h

La película dio fama al actor Boris Karloff que encarnaba al monstruo, hasta el punto de que a partir de entonces su carrera cinematográfica se circunscribió al género de terror. El monstruo del Dr. Frankenstein -que dicho sea de paso no se llamaba Frankenstein pues no tenía nombre- plantea el problema del mal, dando una respuesta a su origen y localización: el cerebro humano. Es en ese órgano, según el guión de la cinta, donde residen las facultades morales o por lo menos las que tienen que ver con la agresividad y la violencia, de manera que dependiendo del cerebro así será el carácter bondadoso o maligno de la persona.

Es evidente que el mensaje de la película transmite una idea muy en boga entonces y ahora denominada monismo (del griego monos, uno), es decir la creencia filosófica en la absoluta unicidad de todo. Dentro del monismo existe uno de carácter materialista por el cual el cuerpo y el espíritu no son más que una sola sustancia, pudiéndose explicar todo lo que atañe a la conciencia a partir de las neuronas del cerebro y de su funcionamiento físico-químico. Según el monismo materialista la única diferencia entre nosotros y los simios residiría en nuestro cerebro, mucho más avanzado y de mayor tamaño que el de ellos. De ahí que en realidad no haya cosas tales como alma o espíritu sino a lo sumo algo que podemos denominar mente, pero entendiéndola como una mera proyección de ciertas facultades cerebrales, siendo evidente que si no hay alma o espíritu no hay tampoco nada trascendental como eternidad, Dios, juicio, pecado, salvación, condenación, etc.

Claro que el monismo materialista, tras llegar a estas conclusiones, se enfrenta a un absurdo irreductible al no tener respuesta para explicar la idea universal de lo moral, una idea que la materia por sí sola es incapaz de generar. Además, si el mal está alojado en la materia, como es el caso del cerebro, surge la pregunta: ¿Cómo llegó allí? Lo que nos lleva entonces a concluir que su origen ha de estar ligado inseparablemente al de la materia, con lo cual se afirma que el mal es congénito a la existencia y por lo tanto, ésta es imposible sin él. Si alguna vez hubo una idea pesimista sobre la naturaleza humana ésa es el monismo materialista, que nos deja irremisiblemente a merced del mal. Pero además de ser pesimista es contradictoria porque por un lado provee una solución fácil para la extirpación del mal al localizarlo en un punto concreto de nuestro organismo, el cerebro, pero por otro lo hace inexpugnable al asociarlo al origen de todo, la materia.

Esta idea de la circunscripción material del mal no es exclusiva de un relato de ficción del pasado como es Frankenstein sino que sigue vigente en círculos científicos actuales. El neurólogo portugués Antonio Damasio, galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de 2005 en la rama de Investigación Científica y Técnica, era entrevistado recientemente y ante la pregunta ¿Hay algo en el cerebro humano que nos predisponga a la violencia? Contestaba: ‘La respuesta es que sí. Lo hay. En nuestro cerebro hay una muy buena naturaleza y una tendencia hacia lo malo. El gran trabajo del científico es intentar comprender cuál es esta materia mala para la sociedad. Políticos, sociólogos, investigadores tenemos que entender cómo se puede suprimir esa faceta mala...’ En otro momento de la entrevista niega abiertamente la existencia del alma.

De manera que Damasio es monista, lo cual queda subrayado por el hecho de no ocultar su admiración hacia uno de los filósofos que más hicieron por difundir esa idea en la Europa previa al racionalismo y la Ilustración, Baruch Spinoza (1632-1677), a quien dedica un libro titulado En busca de Spinoza (2003) en el cual trata de reconciliar la filosofía de este personaje con la neurobiología.

Pero, aún concediendo que fuera cierto que el mal estuviera localizado en alguna parte de nuestra corteza cerebral y pudiera ser aislado y anulado ¿En qué clase de seres nos convertiríamos? ¿Qué tipo de bondad sería aquella que fuera una mera función físico-química sin otra posibilidad de elección? Y sobre todo ¿Dónde quedaría nuestra capacidad de autodeterminación o libre albedrío? ¿Cuál sería el resultado final de eso? ¡Una sociedad de autómatas manipulados en el laboratorio que cumple las premoniciones de Aldous Huxley en Un mundo feliz! ¡El sueño de todos los dictadores! Convertir a sus gobernados en una masa cándida de borregos.

Pero las tesis de Damasio todavía provocan una pregunta de mayor calado aún: Si el gran trabajo del científico es ‘intentar comprender cuál es esta materia mala para la sociedad’ y la tarea de políticos, sociólogos e investigadores es ‘entender cómo se puede suprimir esa faceta mala’ ¿Quién decide lo que es malo y lo que es bueno, para así suprimir lo que ha de ser suprimido? Si en una época dada se extirpa del cerebro de todos los seres humanos una región donde se supone que está alojado lo malo, pero venida otra época se decide que los estándares morales han cambiado ¿Cómo recuperar lo que se extirpó? ¿A quién reclamar por el daño irreparable realizado? ¿Puede ser el cerebro humano un objeto de ensayo de laboratorio de acuerdo al relativismo moral de cada época? ¡Qué peligroso resulta que un científico materialista se meta a moralista! ¡Pero más peligroso es todavía que gobernantes se apoyen en sus tesis para legislar! En este sentido es importante recordar que el régimen nazi antes de legislar filosofó. Y legisló mal porque filosofó mal.

Pero volviendo al asunto de la ubicación del mal, en realidad su localización está en otra parte (como el pasaje abajo reproducido nos enseña); no es el cerebro el órgano portador de ese terrible virus sino el corazón, entendiendo por éste no la víscera física que recibe sangre de las venas y la impulsa hacia las arterias, sino el centro de nuestra personalidad. De manera que el mal no puede ser delimitado o arrinconado aquí o allá sino que es algo que permea todo nuestro ser, sin que haya ninguna parte del mismo que esté exenta de su maligna influencia.

Por eso no puede ser tratado en un laboratorio. Bueno, en realidad sí hay un laboratorio donde puede ser tratado y extirpado, aunque no es uno convencional. Es en el evangelio donde el mal -el pecado- y sus consecuencias temporales y eternas encuentran remedio sin que nuestra humanidad quede reducida al rango de robot. Sólo Dios en Jesucristo por medio del Espíritu Santo podía hacer algo tan sublime. ¡Gloria a él!

‘Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.’ (Mateo 7:21-23).
 

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