El mismo Jefe del Estado Mayor se ha sumado de forma inusitada a tales iniciativas al leer una declaración que aunque en la forma era cortés y diplomática, en el fondo no ofrecía la menor ambigüedad al manifestar la sensibilidad que las Fuerzas Armadas tienen hacia el problema planteado con el Estatuto de Cataluña. Para otros como José Bono, Ministro de Defensa, la situación no puede ser más comprometida, perteneciendo por un lado a un Partido de entre cuyas filas ha venido el apoyo para que el polémico Estatuto saliera adelante en Cataluña y siendo por otro lado el responsable último de las Fuerzas Armadas. No es de extrañar que durante unos instantes se quedara sin habla cuando recientemente un periodista le preguntó su opinión sobre la aprobación del Estatuto.
Ya el Plan Ibarretxe había sido un anticipo de lo que ahora tenemos entre manos; la diferencia es que el apoyo al mismo se circunscribía a Partidos con presencia en el País Vasco y por lo tanto con apenas peso en el Parlamento de la Nación, razón por la cual fue ampliamente derrotado en las Cortes Generales, lo cual no es óbice para que el señor Ibarretxe continúe dándole vueltas a su deseo de realizar una consulta popular en el País Vasco para solicitar la opinión de los ciudadanos sobre su voluntad de pertenecer o no a España. Pero ahora la situación es diferente al ser uno de los valedores del nuevo Estatuto catalán un sector del Partido del Gobierno de España. El mismo Presidente del Gobierno, en su día, se comprometió a respaldar lo que el Parlamento de Cataluña aprobara, si bien ahora parece darse cuenta de que una cosa es prometer algo en un momento de caldeada atmósfera electoral y otra es cumplirlo llegado el momento. ¡Ay, la lengua!.
El debate se centra en si el Estatuto de Cataluña es constitucional o no ; algunos afirman que sí y con ello tratan de solventar algo aún más difícil que la cuadratura del círculo; sin embargo cualquiera que sepa simplemente leer percibe inmediatamente que aquí no estamos frente a nuevo Estatuto sin más sino ante una Constitución en toda regla que proclama a una Nación, Cataluña, y a un Estado, la Generalitat, que habla de igual a igual con el Estado español. En otras palabras, no se trata de cuestiones de matices periféricos sino que el denominado Estatuto lo que hace es alterar el modelo de Estado que la Constitución de 1978 define. De ahí la profunda inquietud generada, porque lo que está en juego es el modelo de convivencia que desde el fin de la dictadura hasta ahora hemos tenido.
Si empezamos por Cataluña, seguimos por el País Vasco y continuamos por Galicia, es factible que Bollullos Par del Condado también, llegado el momento, invoque sus razones para constituirse como Estado. Seguramente cada cual las tiene y muy poderosas, por lo menos subjetivamente hablando, aunque tal vez los historiadores nunca se pondrán de acuerdo sobre esta cuestión. Pero yo voy a romper una lanza por la Constitución de 1978, no porque sea un texto intocable o perfecto, sino porque ha demostrado ser un instrumento válido para lograr lo que jamás en la Historia de España se había conseguido: que los que se consideran españoles y los que no hayamos podido disfrutar de libertad en cierta concordia durante más de veinticinco años. El consenso, y ésta es la palabra clave que define el acuerdo que dio a luz la Constitución de 1978, posibilitó un marco de convivencia en el que, tras cuarenta años de una España dividida en vencedores y vencidos, nadie era vencedor ni vencido; en cierto modo unos y otros tuvieron que ceder en sus diferencias irreconciliables y dejar sus maximalismos particulares por causa del bien general. No fue fácil para unos ni para otros, pero hubo un esfuerzo encomiable en ese sentido por parte de casi todos (ETA y el GRAPO fueron la excepción). Es decir, no es en sí misma la Constitución de 1978 lo que, cual varita mágica, produjo lo sorprendente, sino más bien los hombres y mujeres de aquella generación que, con algunos gramos de sensatez y prudencia, llegaron a un delicado pero bendito equilibrio.
Pues bien, ese equilibrio, admiración del mundo entero que pudo comprobar que en España éramos capaces de convivir pacíficamente, es lo que está ahora en peligro al haberse quebrado dos importantes principios: el de igualdad (al introducirse un elemento diferencial cualitativo respecto a otros territorios) y el de solidaridad (al introducirse un espíritu particular que entra en confrontación con el interés general). Parece que ya se nos ha olvidado que una de las causas de nuestra guerra civil fue precisamente el intento por parte de unos y de otros de sacar adelante sus radicalmente enfrentadas concepciones de España. En aquella generación de 1936 nadie fue capaz de ceder un ápice en sus posiciones irreconciliables; por eso pasó lo que tenía que pasar. La generación de 1978, escarmentada en cabeza ajena, aprendió la lección.
Claro que en cierto sentido no nos debe extrañar lo que se quiere hacer con la Constitución de 1978 para forzar el cambio del modelo de Estado, ya que recientemente se ha cambiado algo más profundo que eso: el modelo de matrimonio. Y si el matrimonio, que es anterior al Estado, es susceptible de ser cambiado ¿cómo no va a poder ser cambiado el Estado mismo?
Verdaderamente algunos nos han metido en un callejón de difícil salida; son algunos a los que se les podría aplicar el texto bíblico abajo citado. En el mismo se compara, con fino sentido del humor pero con innegable realismo, la contradicción y el peligro que suponen promover a personas insensatas a puestos de responsabilidad. La piedra no se ata a la honda pues aparte de ser un disparate que anula la razón de ser de la honda, constituye, además, un evidente peligro para el hondero que puede resultar herido al dar vueltas a la honda con la piedra a ella sujeta. Es el peligro en el que algunos gobernantes se han convertido. Hay que orar mucho por ellos.
'Como quien liga la piedra en la honda, así hace el que da honra al necio.'
Proverbios 26:8
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