J. P. Mallory
en su libro
In Search of the Indo-Europeans ( Thames and Hudson) sostiene la tesis de que lo que caracterizó a los pueblos indoeuropeos, aparte de su común raíz lingüística, fue la clara división estamental de sus sociedades de acuerdo a estas tres categorías: el sacerdote, el guerrero y el comerciante; según él esa aportación es distintiva de los indoeuropeos y gracias a la misma alcanzaron preponderancia sobre los pueblos de su entorno. Desde luego la postura de Mallory tiene fundamento y vigencia porque, hasta el día de hoy, los pueblos descendientes de aquellos antiguos indoeuropeos nos seguimos rigiendo por estas tres figuras fundamentales: el intelectual (en un amplio abanico que abarca todo lo que atañe al mundo de las ideas, sean éstas religiosas, científicas o filosóficas), el militar, que pese a quien pese sigue cumpliendo una función primordial y el comercial, con una proyección jamás lograda porque vivimos en un mundo globalizado.
Pero aunque Mallory reserva esa triple división en especializaciones sociales a los indoeuropeos, en el pasaje bíblico arriba citado se recoge esa misma división como siendo algo propio de pueblos semitas, como el hebreo, y por extensión como algo natural a cualquier pueblo sin necesidad de ser indoeuropeo. De hecho algunos de los personajes prominentes del Antiguo Testamento podríamos catalogarlos fácilmente bajo una o varias de esas categorías; por ejemplo, un Josué o un David entrarían de lleno en la categoría militar, mientras que un Salomón lo podríamos adscribir tanto a la comercial como a la intelectual.
Pero sea como sea una cosa está clara:
con toda la carga de importancia que cada una de esas parcelas de la actividad humana tiene, no poseen el peso suficiente como para que sean fines en sí mismas . El conocimiento del intelectual no es bastante motivo para gloriarse en ello, ni el heroísmo, conquista o bravura del hombre de acción lo es, ni tampoco la riqueza que el acaudalado pueda tener. En ninguna de esas cosas, tan buscadas y soñadas por tantos, radica la excelencia de la vida. ¿Por qué? Porque son puramente humanas: nótese el adjetivo posesivo su delante de cada una de ellas. Su sabiduría, su poder, su dinero… en definitiva se trata de algo efímero y frágil como es todo lo humano. Además, la complacencia propia en los logros conseguidos en tales actividades sólo lleva a la soberbia, ya que la persona en cuestión considera que es gracias a su inteligencia, tesón y esfuerzo que los ha obtenido, con el consiguiente sentimiento de vanidad que acompaña todo ello. Es decir, la gloria se convierte en vanagloria. Pero si al menos descollar en tales ámbitos proporcionara satisfacción permanente… pero la realidad es que las personas que alcanzan el éxito en esos campos tienen también su lado oscuro de infelicidad como el resto de los mortales.
Frente a eso la Biblia nos presenta el objetivo más excelente, la cumbre de las metas , porque en definitiva sólo hay una cosa que es necesaria. No se trata de algo efímero sino que es duradero y que resiste el paso del tiempo; lejos de conducirnos al orgullo nos humilla, nos empequeñece, poniéndonos en nuestro verdadero lugar, como criaturas delante de nuestro Hacedor.
Ese objetivo no es otro que el conocimiento de Dios. Un conocimiento que consiste: - En lo que Dios es : ‘pues yo soy el Señor.' Él es el Ser por excelencia, tal como la raíz de la palabra YHWH enseña. Si el conocimiento de las cosas es recomendable ¿cuánto más el conocimiento de aquel que hizo todas las cosas? Si es conveniente investigar la creación ¿cómo no será mucho más conveniente conocer al Hacedor de la misma?.
- En lo que Dios hace : ‘que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra.' Nótese la actividad de Dios resumida en tres grandes palabras; la primera, misericordia, es la base de su fidelidad al pacto; esa palabra contiene las ideas de bondad, generosidad y amor y en la misma tenemos toda la faceta paternal de Dios en su plenitud. Es la que aparece en primer lugar porque de todo lo que hace es lo más entrañable y por tanto lo que más nos invita a acercarnos a él. Las otras dos palabras, derecho y justicia, tienen que ver con el desempeño de su faceta soberana y de gobierno, en el sentido de impartir rectitud y de ejercer autoridad. Es interesante observar que el texto dice que estas tres actividades las lleva Dios a cabo aquí abajo, en la tierra. En otras palabras, a pesar del rechazo de los seres humanos a que Dios nos gobierne él no ha abdicado de tal derecho sino que lo sigue ejerciendo: no sólo es soberano en las regiones celestes sino también en los asuntos terrestres.
Este conocimiento, que es de naturaleza espiritual, se recibe solamente por medio de Jesucristo, porque él es la Imagen de Dios. Tal conocimiento no es una mera actividad intelectual ni un simple ejercicio cerebral, por eso no está reservado para los más capaces ni los más listos. De hecho, está vedado para los que se consideran tales. Ese conocimiento es vida eterna, por lo que aquí sí hay motivo para gloriarse. ¿Buscas la gloria en el saber, en el poder o en el dinero? No la encontrarás. Búscala donde solamente se puede hallar: en el conocimiento de Dios que viene por medio de Cristo.
‘Así dice el Señor: No se gloríe el sabio de su sabiduría, ni se gloríe el poderoso de su poder, ni el rico se gloríe de su riqueza;
mas el que se gloríe, gloríese de esto: de que me entiende y me conoce,
pues yo soy el Señor que hago misericordia, derecho y justicia en la tierra,
porque en estas cosas me complazco, declara el Señor.'
( Jeremías 9:23-24 ) Biblia de las Américas.
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