Mirando el futuro, libre del ayer

Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante. Ef 3:13

Que absurdo vivir preso en el ayer!

Hace tres años, una psiquiatra me expresó con dureza y frialdad que el desarrollo neuronal de mi hija no estaba dentro de los parámetros que se consideran normales y que por lo tanto, esta anormalidad repercutiría en su desarrollo teniendo por ello que vivir una vida limitada en áreas muy concretas debido a su incapacidad de interacción social, el aislamiento dada su falta de lenguaje y las estereotipias.

Aquel día quedó marcado en mí. Sentí un duro golpe que zarandeó fuertemente mi vida hasta hacerme sentir un doloroso pesar por aquello que estaba sucediendo.

Durante un espacio de tiempo todo mi presente quedó supeditado a lo que allí había acontecido. Mi mente me llevaba una y otra vez a aquella pequeña sala dónde oí aquel diagnóstico.

Con el paso de los meses comprendí el daño que aquello me estaba produciendo y decidí no permanecer, ni por un segundo más, sentada en aquella sala.

No quería quedarme anclada en aquel lugar y doblegar mi existencia a un duelo silencioso.

Dios me abrió la puerta y salí.

Rechazo cualquier pensamiento negativo que me insta a quedarme varada en el pasado. Rechazo aquello que me limita y me hace poner límites en la vida de mi hija.

Nuestras vidas prosiguen. Dios sigue mostrándonos que Él lleva el control de la situación y que no debo quedarme aprisionada en un episodio del pasado.

Conseguir las fuerzas para seguir y abandonar varadero es una asignatura no exenta de dificultad. Quienes hemos experimentado un profundo e insondable dolor sabemos que sólo Dios es capaz de virar nuestras vidas y darles un nuevo sentido.

Insano y erróneo es quedarse mutilado bajo el acoso de un sentimiento pasado, una tragedia que nos marcó lacerándonos la vida con ímpetu y volviéndonos preso de temores.

Cuando aprendemos a dejar atrás el cilicio estamos abriendo sendas en la oscuridad. Estamos predisponiendo nuestras vidas para ser receptoras de un gran cambio.

Los malos recuerdos siempre están ahí fustigándonos para hacernos volver atrás y recordar con pesar aquello creídamente olvidado. Al extendernos hacia Dios recibimos el ungüento sanador, el bálsamo preciso para curar las sangrantes heridas.

Cada día me animo a seguir el camino mirando todo lo bueno que queda por hacer sin lamentarme por aquello que ocurrió.

Cuando aprendemos a vivir el momento presente saboreamos la vida, prestamos atención a esas pequeñas escenas que se representan ante nosotros y que muchas veces permanecen en la invisibilidad porque somos incapaces de olvidar los claroscuros del pasado.