Si hay una razón de peso por la que en realidad escribo, es porque no tengo otra forma de expresar lo que hay en mi interior, no encuentro una manera más eficaz de exteriorizar mis sentimientos.
Escribir me regala la oportunidad de poder llegar a otros, de enviarles mis palabras envueltas de aromas y deseos.
Si buscara otra razón por la que me gusta escribir, esta sería por la oportunidad que la escritura me otorga de hacer partícipes de mis escritos a gente con la que ni siquiera he cruzado una sola palabra, seres que aparecen en el escenario de mi vida y aunque no tienen un papel concreto a interpretar, son importantes para mí.
Ese ha sido el caso del protagonista de mi historia en el día de hoy, la historia de un saludo, de una sonrisa, de una mirada.
Lo encontré mientras paseaba, se hallaba sentado en su puesto de flores, con el rostro apoyado entre las manos, ajeno al alboroto producido por la gente que paseaba a su alrededor. Me fue imposible no prestarle atención a su rostro calmado, nostálgico, con ápices de cansancio.
Me dispuse a observarlo entre el gentío, descubriendo cómo aquel anciano se encontraba ensimismado en sus pensamientos, distante a todo lo que sucedía en torno a él. Aquella tierna imagen me conmovió y cual flor de tempranos pétalos me entregó toda su cálida carga de dulzura.
El sol azotaba los rostros de todos los viandantes, haciendo que las prisas emergieran y todo se volviera urgente en un día festivo. Sin embargo, allí seguía él, ignorado las prisas, vagando errante entre sus omitidos pensamientos.
No sé si alguien más prestó atención a aquella figura, si en alguna otra persona aquel hombre despertó la ternura que produjo en mí, su imagen me pareció casi angelical, como rescatada de un cuento infantil.
Antes de abandonar la plaza, busqué la mirada de aquel hombre y le di mis saludos de buenas tardes, él volviendo a la realidad me miró y sonriendo me devolvió agradecido el saludo, ofreciéndome una sonrisa tímida y sincera.
Hoy he querido compartir con vosotros este detalle, haciéndoos cómplices de impresiones a las que doy mucho valor.
Sé que no todos lograreis encontrarle sentido a estas historias, puede que os parezcan ridículas y poco sustanciales, lo realmente importante de contarlas es saber que ciertas personas dejan de ser individuos desconocidos para convertirse, durante un corto espacio de tiempo, en protagonistas de una historia. Y aunque una servidora no es quien mejor pueda rescatarlos de su anonimato, me alegro de encontrarlos en mi camino y ser receptora de todo el agradecimiento que sus ojos me transmiten.
Dios me ha enseñado a mirar a los ojos, pues hay un idioma en la mirada que a veces, por estar distraídos percibiendo otras cosas no somos capaces de descifrar. Me siento orgullosa por poder reflejar sentimientos que seres desconocidos me aportan. Sentir que aún se me despeina el alma cuando evoco momentos en los que ellos han aparecido en mi contexto, dejando su pequeña huella de imborrable ternura.
Doy gracias a todos, los que al igual que este anciano vendedor de flores , me siguen inspirando a escribir, a vivir.
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