Un hombre excepcional: Andrés Sánchez Pérez

Existen personas; muy pocas que yo conozca, capaces de entrar en un lugar y hacer que ese lugar se llene de luz. Conseguir que una estancia vacía quede saturada, en décimas de segundo, de una calidez inexplicable.

Hay escasos seres aptos para aprisionarte con palabras ungidas de amor y mostrarte la senda del Dios verdadero.

Existen hombres y hombres, pero además está él.

Su nombre no es conocido entre teólogos, intelectuales y eruditos de la palabra, sin embargo, es muy respetado entre enfermos, presos y marginados.

Me siento orgullosa de pertenecer a ese gremio que ha sido instruido por él, llevados de su mano hasta los pies de Jesús para encontrar entre sus frases las credenciales que hoy me hacen una mejor persona.

Andrés Sánchez Pérez es un hombre del que cuesta hablar sin tener la sensación de estar cayendo en frases hechas, en comunes elogios, en precaria verborrea que no plasma lo que en realidad su persona se merece. Pero a veces, las palabras son las únicas herramientas que una posee para poder expresar la admiración que siento hacia un hombre de gran calado en mi vida.

Siempre he admirado su naturalidad, su capacidad para llegar a otros, su vehemencia en la oración, sus frases siempre matizadas por la voz de Dios.

Andrés es un hombre con hechura divina. Un hombre que te mira a los ojos mostrándote las cicatrices de una vida sometida al evangelio. Un hombre que habla de una forma sencilla a la gente sencilla portando en su corazón un mensaje muy grande.

Un hombre sabio que se ha forjado a través de los años en el camino estrecho, en la senda angosta. Un cristiano de rodillas que ha sabido guiar embarcaciones que estaban a la deriva dirigiéndolas hasta la orilla de Dios.

Conocerlo es todo un privilegio. Oírlo es aprender una lección útil para tu vida.

Quererlo es tan sencillo que no creo que exista persona que después de armonizar con él no lo haya amado.

Mi vida no sería la misma si no lo hubiera conocido, pues él me llevó hasta el Maestro. Me mostró la senda de la verdad, me indicó el camino hacía el Padre.

Cuando trazos melancólicos azotan mi presente y evoco los años de triste ausencia de Dios, aparece la imagen de Andrés para hacerme una visita y recordarme con alegría aquella tarde en la que apareció en mi vida para hacerme receptora del mejor de todos los regalos.

Hoy sigo gozando de su amistad. Puedo recrearme viéndolo envejecer con la vitalidad de la que sólo gozan los que envejecen siendo útiles. Su ancianidad te provoca desconcierto, no concibes como puede albergar tanta energía un cuerpo octogenario. No deja de sorprenderme su presencia, porque, sigue siendo una persona que cuando entra en un lugar, todo se transforma, todo se llena de luz.