Las alas de la verdad nos hacen libres

¿Quién puede encarcelar el alma?

¿Quién tiene la llave para cerrar las puertas del corazón?

Hoy, las manos que os acariciaban se hallan lejos.

Los besos de afecto de quienes os aman, no se deshacen en gestos de amor, ni se entregan en vuestras mejillas como ofrenda de cariño.

Pero aún entre muros y barrotes, tenéis la oportunidad de sentir a quien más os ama.

Un ser de inigualable belleza que no mira vuestras faltas, y está dispuesto a olvidar los errores cometidos en el pasado.

Él omite el ayer y os regala hoy la oportunidad de ser libres.

Porque el alma es como un pájaro que conoce la libertad y vuela sin ataduras.

Puede que el cuerpo quede privado de libertad, sometido a la crudeza de unas rejas, pero los sueños, las ilusiones, los deseos, no conocen barreras, ni pueden doblegarse a leyes prohibitivas.

La verdadera libertad se halla cuando uno mira las manos horadadas de Cristo y comprende con emoción que su muerte nos dio vida y su vida nos hace libres.

La ausencia de horizontes hacia dónde mirar queda mitigada cuando escuchas las palabras de Jesús y sentado a sus pies reconoces que sus frases están plagadas del ungüento que tu alma necesita, que sólo Él puede derramar el agua que ha de saciar tu sed.

Conocer a Dios es tener la oportunidad de abolir el ayer y extenderse al futuro.

Concluir un capítulo nefasto, agrio, gris y comenzar a escribir una narración totalmente distinta.

Las puertas se cierran, el sonido desgarrado de un dolor solitario se mezcla con la salada tristeza. El tiempo parece insondable, profundo, eterno.

Cuando Dios se allega a una vida hace que ese dolor se diluya, provoca el arrepentimiento y convierte el alma.

Dios es el único que mira a os ojos y escudriña lo más profundo del corazón.

Dios es el único que nos hace verdaderamente libres.