¿Habéis tenido alguna vez una piedra en el zapato?
Es molesta, hace daño, nos impide andar. Es un elemento pequeño e insignificante cuando está fuera del zapato, pero dentro, nos provoca un dolor que nos condiciona a la hora de caminar.
Los problemas son como piedras introducidas dentro de nuestro calzado.
Los seres humanos somos azotados por problemas de diferentes índoles, pero, indudablemente todos padecemos adversidades. La diferencia está en la forma en la que solventamos, o atajamos esos problemas.
A veces, cuando nos encontramos en conflictos, en momentos de dolor, nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por tramos amargos, por qué hace cosas que parecen no tener sentido.
Los “sinsentidos” de Dios están plagados de enseñanzas.
Al leer su palabra podemos encontrar pasajes en los que contemplamos a un Dios que obra de manera “ilógica”, formas un tanto irrazonables para la mente humana.
Por ejemplo: Pide a Abraham que tome a su único hijo Isaac y que lo ofrezca en sacrificio.
Tal petición resulta inhumana, plagada de sinrazón, pero he aquí Dios trabaja el corazón de Abraham de una forma magistral, aunque las herramientas que utiliza puedan resultarnos un tanto crueles.
Cuando uno es padre esta historia la vislumbra de una forma diferente, con más incomprensión si cabe. Un acto que nada tiene que ver con las aptitudes de un Dios misericordioso. Cuando leemos todo el pasaje descubrimos que ese acto de sumisión y obediencia por parte de Abraham es premiado con sobreabundancia.
Dios le dice: por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo, de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar. ; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos , en tu simiente serán bendita todas las naciones, por cuanto, obedeciste a mi voz. Gn 22:16-18
Dios conoce nuestras limitaciones y obra sabiendo cuanto podemos soportar. Él tiene un plan para con cada una de nuestras vidas, y lo va a cumplir si tú y yo nos préstamo a obedecerle.
El sufrimiento de Job, es algo carente de razón. Un hombre íntegro, recto, amado por Dios y que es sometido a la pérdida de todos sus bienes materiales, la muerte de sus hijos y el repudio de su mujer. Sus amigos lo condenan y no recibe el consuelo de ellos.
Dios permitió que Job fuese probado, y llegado el momento preciso otorgó a Job la bendición y la libertad que tanto había ansiado.
En Job 42:10-17:
Y quitó el Señor la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job. Y vinieron a él todos sus hermanos y todas sus hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y comieron con él pan en su casa, y se condolieron de él, y le consolaron de todo aquel mal que Dios había traído sobre él; y cada uno de ellos le dio una pieza de dinero y un anillo de oro.
Y bendijo Dios el postrer estado de Job más que el primero; porque tuvo catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas, y tuvo siete hijos y tres hijas. Llamó el nombre de la primera, Jemima, el de la segunda, Cesia, y el de la tercera, Keren-hapuc. Y no había mujeres tan hermosas como las hijas de Job en toda la tierra; y les dio su padre herencia entre sus hermanos.
Después de esto vivió Job ciento cuarenta años, y vio a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Y murió Job viejo y lleno de días.
Hay situaciones en nuestras vidas en las que podemos cuestionarnos Por qué Dios no estaba allí.
Pudo evitar la muerte de un ser querido, pudo estar allí cuando aquella mala noticia zarandeó tu vida, pudo evitar aquél trágico accidente… pero no lo hizo.
Él tiene otra ruta preparada para ti y para mí. Un cambio de sentido que no logramos entender, sin embargo, su fin nos hará ser personas más fieles, más sensibles, más cercanas al corazón de Dios.
Los problemas nos acometen y hacen cambiar nuestros planes. La vida da un giro y no tenemos otra alternativa que admitir que Dios lleva el timón de nuestro barco y que por lo tanto hemos de descansar en él.
Admito que los silencios de Dios son dolorosos, que los cambios de ruta de Dios a veces no parecen tener sentido. Pides explicaciones, respuestas y a veces sólo recibes un doloroso silencio.
Quienes nos hemos sentido desubicados y conducidos a través de desiertos, hemos descubierto que la vida puede ofrecer paisajes insólitos tan sólo perceptibles a los ojos del caminante que sostiene el cayado y se apoya en la dirección divina.
Podemos atravesar páramos de dolor, circunstancias difíciles que mermen nuestra capacidad para concebir esperanzas, pero si sabemos quién es el que guía nuestros pasos, abrazaremos la ilusión de conseguir lo que tan ansiosamente aguardamos.
Es difícil sentir paz en la tormenta, sentir que Dios está a nuestro lado cuando ante nosotros se despliegan tempestades.
Recordemos que Dios no es un Dios caprichoso ni olvidadizo, Él va por delante, Él conoce el sendero, Él sabe hasta dónde podemos llevar nuestra pesada valija y no nos dará más cargas de las que podamos soportar.
Dios no hace cosas sinsentido, Dios es un Dios todopoderoso al que tenemos que acercarnos cada día más y más, y en esa cercanía, aprender de Él.
Si quieres comentar o