Esta obra no ha dejado de representarse desde hace setenta años. Fue de hecho especialmente popular en la España franquista.
Muerte de un viajante se presentó por primera vez en Madrid, en una versión dirigida por Tamayo en el
Teatro de la Comedia, la Semana Santa de 1952. Las colas se sucedieron entonces durante meses, para ver la tragedia de este hombre, tan viejo y agotado como nuestro país. El nombre de Miller era entonces sinónimo de audacia y ruptura, pero luego entra en un limbo de ostracismo a partir de los años setenta, en que adquirió una fama de moralista, anticuado y sermoneador, hasta ser rescatado por Pilar Miró en 1994.
Arthur Miller recibió el
Premio Príncipe de Asturias, a la vez que Woody Allen. Entonces viajaba por todo el mundo, aclamado como el último de los clásicos vivientes. Para muchos, es todavía el escritor que se casó con Marilyn Monroe. Una combinación sorprendente, para aquellos que ven la belleza y la inteligencia como algo incompatible. Aunque su matrimonio no duró mucho. La actriz, que era once años más joven que él, se encaprichó del cantante francés Yves Montad, y un año después se suicidó.
Antes de su ruptura hicieron una turbulenta película con John Huston,
Vidas rebeldes (1961)
, donde Miller conoce a una fotógrafa austriaca llamada Inge Morath, que había huido de los nazis para trabajar en París. Ella será su siguiente esposa, hasta que muere el año 2002. La hija que tuvieron los dos, Rebecca es ahora director de cine y está casada con el actor Daniel Day-Lewis. El año 2005, cuando estaba preparando a sus 89 años, una antología de su obra y sus diarios para su publicación, su corazón le falló en su granja de Connecticut (Nueva Inglaterra).
EL FIN DEL SUEÑO AMERICANO
Este judío polaco, hijo de la Depresión, nació en el barrio neoyorquino de Harlem en 1917. Aunque era
hijo de una maestra de escuela, no había ido al teatro nada más que dos ocasiones, siendo niño. Terminó el instituto a trancas y barrancas. Ya que prefería los deportes a los libros. Una lesión jugando al rugby, le libró de combatir en la Segunda Guerra Mundial. Tras trabajar en un almacén y como lavaplatos, acabó matriculándose en la Universidad de Michigan y escribió su primera obra en 1944,
Un hombre con mucha suerte. Vapuleado por la crítica, se dedica entonces a la novela. Su libro
Focus (1945) es un curioso alegato contra el antisemitismo americano, que fue llevado al cine en Canadá por el prestigioso actor William Macy.
Miller vuelve entonces al teatro, donde tiene su primer éxito con su segunda pieza,
Todos eran mis hijos (1947), un drama sobre un empresario sin escrúpulos que vendía material defectuoso al ejército. Desde el estreno de
Muerte de un viajante en Nueva York en 1949, en un montaje dirigido por el cineasta de origen armenio Elia Kazan, el autor es considerado como un clásico vivo, aunque sólo tenía 33 años. Con una sola obra, se colocó a la altura de Ibsen o Chejov. Por lo que junto a Eugene O´Neill y Tennessee Williams, no hay duda que Miller es uno de los más grandes dramaturgos americanos del siglo XX.
La obra que fue representada por última vez en Madrid el año 2000, en un montaje del
Centro Dramático Nacional, tiene una demoledora capacidad para inquietar a una sociedad maquillada de bienestar, confort, éxito y consumismo. Pues en lo más hondo de nuestro ser, todos sabemos que esto no es más que un gran espejismo, que se va a desvanecer en cualquier momento bajo nuestros píes. Miller es el gran dramaturgo de la crisis, que señala el fin del sueño americano.
LA TRAGEDÍA DE UN HOMBRE PATÉTICO
Muerte de un viajante refleja la historia del hombre de la calle, el americano medio en este caso, que quiere triunfar en la sociedad, sea como sea y a costa de lo que sea. Este viajante que cubre el territorio de Nueva Inglaterra con sus maletas repletas, no sólo vende mercancías, sino que intenta hacer negocio con todo lo que tiene a mano, incluyéndose a sí mismo y a sus hijos.
Y al final de esta carrera sin freno que se ha marcado, se encuentra cansado espiritualmente y físicamente exhausto.
Lo único que ha hecho en la vida Loman, es vender sus servicios a una empresa que ahora puede ya prescindir de ellos, porque han dejado de resultar rentables.
Su trabajo y su familia (los ideales más importantes de su existencia) se le van ahora de las manos sin la más mínima explicación. A pesar de su espíritu emprendedor y creativo, ahora es un viejo al que su empresa despide, sus hijos abandonan y por quien su mujer siente más compasión que admiración.
Consciente de que su vida ha sido un fracaso –aunque nunca lo admitirá en público–, y dolido por la deserción de sus amigos e hijos, se deja llevar hacia su propia destrucción, en una galopante depresión senil.
Desbordado por sus propias contradicciones internas, Willy ha imbuido a sus hijos de un falso evangelio de éxito. Predicó con solemnidad ante su familia, que
el secreto del triunfo es ser arrogante, impresionar a los demás, vestirse bien, sonreír y soltar un chiste a tiempo. Les infundió admiración por su nombre, deslumbrado por el poder sugestivo de los anuncios publicitarios, cuando fascinado por los artilugios de neón, soñaba con el día en que lo vieran escrito en grandes paneles luminosos. Y ahora que su nombre no cuenta nada, no conoce otra realidad que la pasada. Sus sueños rotos, no anuncian más que un futuro incierto, para un protagonista que carece de presente.
EL DRAMA DE NUESTRA CONDICIÓN HUMANA
Su obra nos llega al alma, porque está hablando de nosotros. Nuestro destino parece estar unido al de Loman. Nuestro temor es que la tierra que arroja Linda sobre el féretro de su marido, se
convierta en un anuncio de nuestro propio entierro. Porque cuando afloran las lágrimas ante la tragedia de este hombre ridículo, sentimos nuestro propio fracaso como padres y el patetismo de esa figura que adora los valores que le están destruyendo.
Es por eso que esta es una obra imperecedera, que nos toca en lo más íntimo. Ya que habla de la desolación de nuestra condición humana.
A pesar de su habitual interpretación política, Miller dice en la introducción a sus obras completas (publicadas en Nueva York en 1957) que
Muerte de un viajante no pretende defender ideologías, ni criticar sistemas políticos determinados. Nadie le creyó entonces. Ahora que se han derrumbado los grandes sistemas ideológicos, estamos tal vez en condiciones de creerle.
El autor advierte en el prólogo, que la obra se ve como “una prueba de la muerte del espíritu, cuando no hay Dios”.
¿Qué queda de nuestras ambiciones, cuando llega el fracaso?, ¿dónde está nuestra autoestima, cuando después de confiar en nuestros esfuerzos, nos vemos sin valor y dignidad?, ¿cómo seguir viviendo, cuando ya no encontramos nuestra identidad en el trabajo y el aprecio de los demás? Si nuestro sentido y propósito en la vida depende de nuestra capacidad, estamos abocados a la más completa desesperación.
NUESTRO TRABAJO NO PUEDE SALVARNOS
A pesar de la idea de muchos de que el trabajo nos salva, tenemos que darnos cuenta que no podemos salvarnos por nuestros esfuerzos. El trabajo no nos puede dar la felicidad. No hay en él seguridad o control. Esa es la experiencia de
Eclesiastés 2:10-11: el trabajo en si no tiene finalmente valor. Si buscamos el sentido de nuestra vida en el trabajo, tendremos un corazón vacío.
Nuestro significado está en relación con el Creador del trabajo. Debemos reconocer a Dios como el Creador y descansar, dice la Ley de Dios. Es así como se presenta la salvación en el Nuevo Testamento, como entrar en el descanso de Dios, dice
Mateo 11:28.
“Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”, dice el Señor.
La fe no es una obra más. Las Escrituras nos enseñan que la salvación es por gracia, un regalo de Dios, que no es resultado de nuestros esfuerzos. Es un don de Dios a aquellos que confían en Él.
La Biblia relaciona por eso el rechazo de la gracia de Dios con la salvación por obras. Porque cuando descansamos, reconocemos que todos nuestros esfuerzos no son nada en sí mismos. Significa dejar el mundo de lado por un tiempo. El verdadero descanso exige el reconocimiento de que Dios y nuestros hermanos, pueden vivir sin nosotros. Es aceptar nuestra insuficiencia y traspasar la responsabilidad a otros, rendirse a los caminos de Dios. Es por eso que hace falta fe para poder descansar. Ya que cuando descansamos, aceptamos la gracia de Dios. Fluye de la fe viva en el Salvador, que puede llevar todas nuestras cargas.
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