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Las razones de una diferencia (10)
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España, entre el catolicismo y la masonería

En el caso de España, las guerras carlistas fueron el intento continuo de mantener la alianza del trono absolutista y el altar católico.
LA VOZ AUTOR César Vidal Manzanares 19 DE MARZO DE 2013 23:00 h

En las anteriores entregas hemos visto cómo, a inicios del siglo XVI, España pasó a formar parte de un grupo de naciones diferentes – Portugal, Italia, las repúblicas hispanoamericanas... – al extirpar la Reforma de su suelo y abrazar la Contrarreforma. Semejante paso la apartó de una nueva ética del trabajo, de una visión novedosa del crédito y de los negocios, de una alfabetización amplia como en las naciones reformadas, de la revolución científica, de la primacía de la ley, de una moral que calificaba de grave la mentira y el hurto, de la separación de poderes y de una visión constitucional realmente democrática como fue el caso de la anglosajona, en general, y la norteamericana, en particular. Por añadidura, colocó tanto a España como a las naciones de Hispanoamérica en una tesitura extraordinariamente difícil como fue la de elegir una perpetua minoría de edad sometidas al control de la iglesia católica no sólo en términos religiosos sino también políticos o al no menos férreo de la masonería.

En contra de lo que han sostenido los anti-norteamericanos que en el mundo han sido, el gran drama de Hispanoamérica no fue el de intentar copiar el modelo político, económico y social de los Estados Unidos sino el de reproducir, con todos los matices que se deseen, el aciago enfrentamiento que tenía lugar en España y en otras naciones donde la Reforma había sido desarraigada como fue el caso de Portugal o Italia. A un lado, quedó un catolicismo ultramontano y agresivo, dispuesto a alzarse en armas si llegaba el caso y partidario del absolutismo e incluso de la fragmentación territorial – ¿suena familiar? – si servía para mantener su influencia y sus privilegios. Al otro lado, estaba una masonería que, ciertamente, abogaba por la unidad nacional y por una cierta modernización, pero negando al pueblo la capacidad de decidir, incurriendo en la típica corrupción de las minorías en la sombra y envolviendo su proyecto de dictadura con alegatos de carácter populista. Los resultados no pudieron ser más amargos.

Francia tuvo su propia revolución, pero no inspirada en el pesimismo antropológico del protestantismo que exigía una división de poderes, sino en el optimismo antropológico de la masonería a la que pertenecieron sus grandes dirigentesdesde Mirabeau a Danton pasando por Lafayette. El resultado fue, ciertamente, el final del Antiguo Régimen y una extraordinaria modernización llevada a cabo a partir del gobierno de Napoleón. Sin embargo, la democracia resultó inexistente hasta la caída de Luis Napoleón en 1870. En el trágico ínterin, Francia – con claros paralelos en España – se vio desgarrada por el enfrentamiento entre el absolutismo monárquico apoyado por la iglesia católica y la masonería que creó regímenes oligárquicos desde los que proceder a la iluminada educación del pueblo francés. El inicio del siglo XX todavía contemplaría el último enfrentamiento entre el estado ya democrático, pero secularista, y la iglesia católica así como el triunfo total del primero. Es dudoso que se tratara de un modelo digno de ser imitado, pero así lo vieron no pocos al sur de los Pirineos.

En el caso de Italia, esta distribución de fuerzas significó una sucesión de guerras civiles que concluyeron con la unificación italiana, la práctica desaparición de los Estados pontificios – el gran obstáculo para la unidad nacional como había señalado Maquiavelo – y la creación de un estado liberal, aunque dudosamente democrático sólo en el último tercio del siglo.

En el caso de Hispanoamérica, los cuartelazos de uno y otro signo se fueron alternando durante el siglo XIX sin crear un solo modelo verdaderamente democráticoe incurriendo ya a inicios del siglo XX en algunos estados medularmente masónicos y anticlericales como fue el caso del México posterior a la revolución.

En el caso de España, las guerras carlistas fueron el intento continuo de mantener la alianza del trono absolutista y el altar católicofrente a una modernización del estado que, por razón natural, habría significado un recorte de los privilegios de la iglesia católica.

En todos y cada uno de los casos, se trató de experiencias nacionales dramáticas, con enfrentamientos armados evitables y, con aisladas excepciones, con conclusiones lejanas de una democratización y una madurez de la sociedad. Por supuesto, menudearon los conflictos de carácter regionalista cuando no separatista, algo que merece la pena recordar en la España de inicios del siglo XXI. No fue el caso español peor que el de Argentina o México si así se quiere ver. Incluso se pueden señalar los parecidos con Italia, pero estuvo a enorme distancia de Inglaterra, Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda y los Estados Unidos.

No extraña, pues, que con una población dividida entre el sometimiento absolutamente acrítico a la iglesia católica o a la masonería los proyectos constitucionales fracasaran uno tras otro. Fracasó la primera constitución democrática española que nació de la revolución de 1868 quizá porque el pueblo español, mantenido en la minoría de edad durante siglos por la iglesia católica, fue incapaz de trasegar esa libertad sin emborracharse con el cantonalismo o sin burlarse del imperio de la ley. Amadeo de Saboya, rey masón, pero cargado de buenas intenciones, acabó abandonando España desesperado y convencido de que los españoles no eran aptos para un sistema constitucional. Sobre lo que esa actitud significó en sufrimiento para su dignísima esposa es mejor no detenerse.

Duró más, pero, con escasa eficacia, la constitución de la Restauración del último cuarto del siglo XIX. Pero ¿podía salir bien a la larga un experimento político que no dependía de la voluntad popular expresada en las urnas sino que pactaba el "pucherazo" de los partidos conservador y liberal de acuerdo con sus intereses?A decir verdad, sorprende que a partir de 1898 siguiera dando tumbos el sistema sin que se desplomara antes de 1931. Quizá quepa atribuirlo a esa capacidad de los sistemas políticos españoles que espacian considerablemente el tiempo entre su muerte y su sepultura efectiva. Por último, la constitución de la Segunda República (1931) fue redactada desde sus inicios con la intención no de implantar un régimen democrático sino de llevar a cabo los deseos de fuerzas políticas incompatibles entre sí, con un peso extraordinario de la masonería en su redacción y con una carga anticlerical innegable.

Por una de esas paradojas en que tan pródiga es la Historia – no sólo la de España – esa misma constitución que significaba la expulsión de la Compañía de Jesús, como ya había hecho Carlos III en el siglo XVIII, trajo, sin embargo, la libertad religiosa plena a las minorías religiosas no-católicas, una libertad de la que no volverían a disfrutar hasta la Constitución de 1978.

Como en tantos episodios de la Historia de España, los mencionados abundaron en héroes y villanos, en gente noble y en locos de atar, en idealistas y carreristas. Sin embargo, la heroicidad de los carlistas en el campo de batalla no desmiente lo más mínimo que su proyecto era totalmente liberticida y medieval, cosa que, por otra parte, poco les importaba ya que sus prioridades no eran ni lejanamente las de una democracia que modernizara España sino la de una Arcadia católica que nunca existió, pero en la que creían. Algo similar, por supuesto, podía decirse de los masones empeñados en modernizar una España que necesitaba desesperadamente esa modernización desde hacía siglos, pero que no estaban dispuestos a compartir semejante carga con otros segmentos sociales.

Con todos los matices que se quiera y con escasas y minoritarias excepciones, así llegó el pueblo español a la Segunda República. De todos es sabido que el experimento republicano de inicios de los años treinta acabó desembocando en una guerra civil a la que siguió una dilatada dictadura. Dicho sea de paso, con una convicción en ambos bandos de que el pueblo español era una criatura menor de edad a la que había que embridar para que siguiera a sus dirigentes naturales que, según el caso, podían enarbolar un crucifijo o la hoz y el martillo. Pero para llegar a esa cuestión, tenemos que detenernos en algo que también es diferente en la Historia de España: la izquierda.

POST-SCRIPTUM:
Basta con molestarse en atender los noticiarios de las últimas semanas para percatarse de hasta qué punto todo lo consignado en los artículos anteriores es verdad. Guste o no reconocerlo, el respeto por la propiedad no existe en las administraciones públicas que han descargado impuestos confiscatorios sobre los ciudadanos; pequeñas minorías deciden sobre el futuro pensando especialmente en sus intereses de casta y no en el bien común y las reacciones del conjunto derivan más de una fe en una u otra opción que en un análisis racional. Siglos de iglesia católica y alternativa masónica no pueden dar más de si.
 

 


4
COMENTARIOS

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luis alberto
25/03/2013
15:59 h
4
 
Manuel Mora escribe: “tiene una relación personal con Dios basada en la lectura de la Biblia con la guía y dirección del Espíritu Santo,”. Lo curioso es que también los fundadores de las sectas han dicho lo que dice Manuel Mora: “sus hechos como fundadores, esta guiadas por el Espíritu Santo”. Una cosa puntual: ¿ o se contradice el Espíritu de la Verdad o somos nosotros los que nos engañamos y engañamos a otros?. En Cristo Lucho
 
Respondiendo a luis alberto

manuel mora
21/03/2013
16:02 h
3
 
Personas como el Sr. Vidal son un verdadero 'lujo'en paises espiritualmente y sicológicamente 'devastados'por la eclesiasticología basada en el permanente ¿con que Dios ha dicho?,no lo que quiere decir......que practica buena parte de la membresía irreal del actual panorama ecléctico español,formado por perítos expertos en profundizar sobre la irrelevante superficialidad.El sr. Vidal no solo tiene un conocimiento histórico amplio;tiene un conocimiento verdadero,pues al contrario de la realidad existente, tiene una relación personal con Dios basada en la lectura de la Bíblia con la guia y dirección del Espíritu Santo, lo que supone una relación personal con Jesucristo ,hermano Mayor de todo
 
Respondiendo a manuel mora

José Luis Medina Rosales
21/03/2013
16:02 h
2
 
Se está hablando de un fenómeno sociológico del devenir histórico de un país (España) sometido, por un lado, por un catolicismo ejerciendo un poder traumático y absoluto sobre las conciencias; y por otro, la otra España que ha venido intentando romper con ese yugo. Ambos con sus áreas de influencias: Unos sometidos a las directrices de una Roma con afanes imperialistas y los otros inspirados en los principios de la revolución francesa. Pero a su vez, los países que aceptaron los principios de la Reforma siguieron la senda de la obediencia a la Biblia. Los resultados están ahí para los que no tengan vendas en los ojos. Los lastres negativos de una herencia romanista pon un lado, y las ideas
 
Respondiendo a José Luis Medina Rosales

Domingo Cáceres
20/03/2013
19:51 h
1
 
Nunca he podido tener en claro, lo que por desarrollo entiende CV, ha puesto en la balanza la situación de norte y el sur en forma reiterada como para justificar su postura, no se si religiosa, porque al parecer pretende hacer apologética, o histórica, no queda claro ... pero eso si, descartando por completo, y eso si es evidente, las cuestiones antropológicas que configuran el ser de una nación, más allá der su simple afiliación religiosa. Desde un analisis bíblico, como CV pretende, todo desarrollo economico y cultural deben repercutir en el desarrollo humano integral de las sociedades. Se puede hablar de desarrollo humano integral si a traves de la historia norte-europea vemos esclavitud,
 



 
 
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