De manera casi simultánea a la reunión entre Lutero y Cochlaeus a la que nos referimos en la última entrega, la comisión nombrada por la Dieta presentó su informe. Los partidarios del emperador exigieron la marcha inmediata de Lutero, pero el elector de Tréveris propuso una alternativa que despertó la suspicacia de un Aleandro que temía que se le escapara la presa a la que llevaba persiguiendo tanto tiempo.
Durante la tarde del día 25, el Elector de Tréveris ofreció a Lutero su protección. Estaba dispuesto a entregarle un buen priorato, a admitirlo a la mesa episcopal y a invitarlo al consejo. Además, el arzobispo le dio a elegir entre varias posibilidades: someter la cuestión al juicio conjunto del papa o del emperador; o al emperador solo que mantendría conversaciones con el papa; o apelar al emperador y a la Dieta; o retractarse de algunos errores especialmente graves y esperar a que un concilio decidiera en el futuro sobre los demás.
Lutero rechazó la propuesta del arzobispo. No era sólo que las ofertas materiales –como había quedado demostrado una y otra vez con anterioridad– no le tentaban. Se trataba, fundamentalmente, de que sus adversarios estaban, al fin y a la postre, dispuestos a renunciar a los principios que defendían con tal de acabar con el Caso Lutero, como ha reconocido, por ejemplo, el dominico D. Olivier. De hecho, la solución planteada por el arzobispo constituía un mentís en toda regla al principio de primacía papal y, de manera bien significativa, una aceptación de lo que Lutero llevaba sosteniendo hacía años. Lutero, que hacía tiempo que había dejado de creer en la institución, debió de contemplar todos aquellos episodios como una confirmación evidente de las conclusiones a las que había ido llegando de manera lenta, dolorosa e irreversible.
Esa misma tarde,
el emperador envió a Lutero una notificación en la que se le ordenaba salir de Worms al día siguiente, 20 de abril. El salvoconducto todavía tendría una vigencia de veintiún días, pero le estaría prohibido predicar, reunirse con gente o publicar escrito alguno durante su camino,
debiendo permanecer después en Wittenberg a la espera de lo que se decidiera sobre su suerte.
El mensaje del emperador tenía un contenido evidente. El monje contaba tan sólo con veintiún días antes de que se iniciara su caza, una caza que sólo podía concluir con su captura y su ejecución en la hoguera. Aleandro se sentía satisfecho. Ya no quedaban resistencias frente a sus propósitos y el camino tan trabajosamente seguido en los meses anteriores había llegado a su fin. Ahora sólo había que dedicarse a dar forma al texto que permitiría finiquitar el Caso Lutero. Precisamente, se encontraba entregado a esa labor, cuando le
llegó una noticia que sacudió a todo el imperio. El monje había desaparecido.
Como resulta fácil comprender, los rumores se dispararon inmediatamente. No pocos –entre ellos Alberto Durero– temieron que el agustino hubiera sido asesinado por sicarios papales. Se llegó a hablar de que lo habían degollado y de que su cadáver había sido arrojado a una mina. Para colmo, el 12 de mayo, el Elector de Sajonia declaró ante la Dieta que ignoraba donde estaba Lutero.
¿Dónde se encontraba el monje? Lutero había abandonado Worms al recibir la orden imperial. Después de haber dejado a la mayor parte de sus acompañantes en el camino real que llevaba a Gotha, Lutero, junto a Amsdorf y a otro agustino, se desvió hacia Möhra con la intención de visitar a su tío Enrique. Sus parientes lo recibieron cordialmente e incluso pasó la noche en casa de sus abuelos. A la mañana siguiente, predicó a los campesinos al aire libre porque la aldea carecía de edificio para la parroquia. Por la tarde, se despidieron. Al hacerlo, todos se encontraban tranquilos. Los Lutero no temían el castigo canónico derivado de acoger a un excomulgado y Martín sentía una paz extraordinaria tras lo que había sucedido en Worms. En términos eclesiales, había cruzado el Rubicón y su confianza en Dios era tan acusada que decidió prescindir del heraldo imperial que lo acompañaba con la misión de protegerlo.
En Friedberg, a unas leguas de Frankfurt, Lutero escribió al emperador. En esta nueva misión, volvió a reiterarle que siempre había estado dispuesto a retractarse si se le convencía con las Escrituras de que estaba equivocado. Insistió también en la necesidad de predicar el Evangelio al pueblo para superar las capas que, generación tras generación, se habían ido sumando a un edificio doctrinal cada vez más distante de lo enseñado en la Biblia. El texto resultaba muy revelador porque enfrentaba la visión reformada con la de los opositores de Lutero. Mientras que ambas partes insistían en que estaban defendiendo la Verdad, el fraile la identificaba con lo contenido en la Biblia mientras que sus adversarios lo hacían con la autoridad papal.
Después de la misiva al emperador, Lutero dirigió otra a la Dieta que, en esos momentos, estaba redactando el edicto que debía permitir acabar con él. Ya en Frankfurt, escribió también a su amigo Cranach resumiéndole lo que había sido la Dieta. En tan sólo unas frases, el monje le señalaba donde sólo le habían preguntado si los libros eran suyos y si estaba dispuesto a retractarse de su contenido.
Así,
prosiguió el viaje y cuando se encontraba a cuatro jornadas de Wittenberg, el carricoche en el que viajaba Lutero fue asaltado por cuatro hombres. Sin hacer caso de los gritos de Amsdorf –el hermano corrió a esconderse en la espesura– los jinetes se abalanzaron sobre el agustino que apretaba contra si un ejemplar del Antiguo Testamento en hebreo y otro del Nuevo en griego. Con rapidez, los emboscados ataron las manos de Lutero y arrojaron los libros que llevaba en una alforja. Acto seguido, montados a caballo, obligaron al secuestrado a seguirlos a pie. Y entonces sucedió algo inesperado. Tras desaparecer en la primera vuelta del camino, los raptores desataron al monje y le proporcionaron un caballo. A continuación, partieron a galope tendido junto con Lutero.
Aquella misma noche, la comitiva llegó ante un castillo situado al final de una empinada y dilatada cuesta. Lutero fue conducido a una estancia de dos habitaciones y se le entregó ropa secular para que se despojara de su hábito de fraile y se cambiara. Igualmente, le informaron de que tenía que dejarse la barba y de que, a partir de ese momento, para todos era el caballero Jorge. Sus secuestradores tan sólo tenían una intención, la de brindarle protección frente al edicto imperial en el lugar donde se encontraba que no era otro que el castillo de Wartburgo.
Algunas semanas después, Lutero recibió en la fortaleza un ejemplar del
Edicto de Worms de 8 de mayo de 1521, que había sido firmado el día 26 del mismo mes. El texto, en el que no era difícil percibir la mano del nuncio Aleandro, lo convertía oficialmente en un proscrito.
Sin embargo,
Lutero no sintió inquietud al encontrarse frente a la consumación legal de un caso, el suyo, que se había extendido durante varios años. Desde hacía unos días, había comenzado a traducir la Biblia de las lenguas originales al alemán vulgar. Su intención no era otra que la de acercar al pueblo el mensaje del Evangelio en su forma más pura, la contenida en las Escrituras.
Difícilmente, hubiera podido responder el monje de manera más adecuada a aquella condena.
Continuará
Si quieres comentar o