El 17 de abril de 1521, después de esperar por espacio de dos horas, Lutero fue conducido a una sala abarrotada en la que el calor resultaba sofocante.
Los miembros de la Dieta se quedaron sorprendidos al ver aparecer al fraile. Pálido, delgado, cansado por las dos semanas de viaje, enfermo por la tensión de los meses anteriores, los presentes, especialmente los italianos y los españoles, no acertaban a entender cómo aquel hombre podía ser el origen de tantos problemas. Porque además a su ausencia de prestancia, unió el humilde comportamiento que se hubiera esperado de un religioso. Mantuvo la cabeza inclinada y dobló sus rodillas ante sus superiores.
Contamos con seis informes de la comparecencia de Lutero ante la Dieta que proceden de las dos partes.
Para el estudioso, resulta tranquilizador el hecho de que sean muy similares en su contenido y además recojan de manera literal lo actuado. Puede decirse que, ciertamente, los énfasis son diferentes según las versiones, pero, en términos generales, ningún hecho aparece omitido ni tampoco deformado tendenciosamente.
El primero de los relatos (29 páginas) es el denominado informe de Spalatino que fue recogido por éste con la ayuda de los teólogos de Wittenberg. Existe también una versión abreviada de este informe que no añade nada a nuestro conocimiento del episodio.
El tercer texto del que disponemos es
el informe oficial católico compilado fundamentalmente por el letrado Von Ecken, el fiscal oficial, y aprobado por Aleandro.
El cuarto informe, conocido como
el Informe alemán, ofrece detalles muy interesantes sobre el procedimiento legal y sobre personajes como el arzobispo de Tréveris, Glapión o Cochlaeus. A estas fuentes hay que añadir el Informe Vehus, un texto muy objetivo y no teológico, escrito por un laico que era letrado y canciller del elector Felipe de Baden, y dedicado a los procedimientos del 24-25 de abril, y el Informe Cochlaeus debido a este teólogo católico, que, a pesar de su carácter extremadamente parcial, proporciona datos interesantes sobre las personalidades implicadas.
En total, la comparecencia de Lutero fue contemplada por unas mil quinientas personas lo que explica el calor sofocante que había en la sala. Las más importantes eran el emperador Carlos, los electores Federico de Sajonia, Joaquín de Brandeburgo, Luis del Rhin y los arzobispos Alberto de Maguncia, Reinhart de Tréveris y Hermann de Colonia.
Una vez que Lutero se encontró en presencia del emperador, Ulrico von Pappenheim le advirtió de que no debería hablar a menos que se le interrogara. Entonces el fiscal
, Juan Von Ecken, en sustitución de Aleandro que no había querido estar presente, se dirigió a Lutero en latín y después en alemán para informarle de que se encontraba ante el tribunal por dos razones. La primera era reconocer públicamente si los libros expuestos que llevaban su nombre eran suyos y la segunda, si en tal caso, estaba dispuesto a retractarse de lo expuesto en ellos.
Acto seguido, el doctor Jerónimo Schurff, un suizo de San Gall, ordenó que se leyeran los títulos de los libros y se instó a Lutero a retractarse de ellos de acuerdo con el mandato imperial.
El monje respondió a la primera pregunta que, efectivamente, los libros eran suyos.
En relación con la segunda, contestó que estaba dispuesto a ceder ante cualquiera que le convenciera valiéndose de las Sagradas Escrituras. Ese hecho, hasta el momento, no se había dado a pesar de que se había ofrecido repetidamente a ello.
En ese instante, el emperador expresó su deseo de que Lutero fuera informado a través de Von Ecken de que en todo momento debía tener a la vista la unidad de la iglesia santa, católica y apostólica y de que no debía de desgarrar lo que tenía que sostener, venerar y adorar, ni tampoco debía apoyarse en su propia opinión ni en textos bíblicos pervertidos.
Lutero debía volver en sí y retractarse. Si así lo hacía, el emperador le prometía su gracia y favor y que obtendría esos mismos favores del papa. Pero si no lo hacía, le esperarían la pena y el castigo. En opinión de Carlos, el monje debía haber meditado en todo hacía mucho tiempo. Sin embargo, aceptó conceder a Lutero un tiempo para reflexionar que se prolongaría hasta las cinco de la tarde del día siguiente.
Pero Lutero añadió, inesperadamente, que se trataba de una pregunta difícil ya que iba referida a la fe. Por esta razón, no podía dar una respuesta en ese momento sin reflexionarla antes y por ello, humildemente, solicitó que se le concediera un tiempo para deliberar.
La petición de Lutero fue un paso muy hábil. No disponía de un abogado defensor y además Aleandro había preparado las preguntas que debía formular Von Ecken de tal manera que el agustino no pudiera pronunciar ninguna declaración de defensa y sólo tuviera la salida de retractarse o verse abocado a una condena. Sin embargo, a pesar de su cansancio y de su mal estado físico, Lutero supo captar que todo era una argucia para dar a su comparecencia la apariencia de una vista legal, pero sin ninguna de las garantías indispensables.
La petición de tiempo desconcertó al tribunal, obligó al partido papal a esperar, impresionó a los laicos y a los nobles por la humildad y la honradez del monje y le proporcionó una noche para orar y reflexionar sobre lo que iba a decir al día siguiente.
Pero de eso trataremos en nuestro siguiente artículo.
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