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La Reforma indispensable (39)
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Prolegómenos de la Dieta de Worms

Vimos la pasada semana que Aleandro no estaba dispuesto a permitir que Erasmo se sumara al partido de Lutero y no perdió tiempo a la hora de ordenarle que compareciera ante él.
LA VOZ AUTOR César Vidal Manzanares 22 DE DICIEMBRE DE 2011 23:00 h

El nuncio entregó a Erasmo de Rotterdarm una copia de la bula de excomunión en un acto cargado de simbolismo. El humanista podía darse por enterado de lo que le esperaba si no sabía elegir bando, desde luego, pero, a la vez, quedaban de manifiesto las limitaciones de la Reforma que había propugnado Erasmo. Había sido un intento brillante, dotado de altura, acertado en no pocos de sus planteamientos, pero carente del valor y, sobre todo, de la fe en Cristo que caracterizaban, con todas sus limitaciones y fallos, al agustino Lutero.

Si Aleandro pensó que el camino había quedado allanado tras comprobar la falta de valor de Erasmo, no debió de tardar mucho en percatarse de que se trataba de una impresión apresurada. De entrada, el elector Federico partió de Colonia sin comprometerse a obedecer las órdenes papales. Por lo que a la ciudad se refería, Aleandro consiguió que se arrojaran a la hoguera los escritos de Lutero, pero ni el príncipe obispo, ni el capítulo, ni el consejo municipal ni la universidad quisieron colaborar en ello. Para colmo, al final, en una muestra añadida de desapego, al fuego no fueron a parar los escritos del agustino sino unos papeles sin valor.

Aquella negativa a someterse a la bula papal, por mucho que la respaldara el emperador, se repitió en Maguncia donde el verdugo rehusó obedecer al nuncio. Conocedor de la ley, se aferró al hecho de que sólo podía dar a las llamas lo que hubiera sido condenado por una sentencia judicial y ése, ciertamente, no era el caso. En este caso, el arzobispo se había dignado respaldar al nuncio, pero, al fin y a la postre, los estudiantes acabaron lanzando a la hoguera los textos de los enemigos del excomulgado.

Por si fuera poco, Aleandro no tardó en enterarse de que el día 10, en Wittenberg, los profesores habían quemado varios libros de derecho canónico y la bula de excomunión. A esas alturas, ni el clero, ni la nobleza, ni los humanistas, ni los estudiantes, ni siquiera el pueblo llano parecían dispuestos a someterse a la bula procedente de Roma. Obviamente, para los nuncios del papa la única posibilidad de acabar con el Caso Lutero consistía en contar con todo el apoyo del emperador.

El 28 de noviembre, el emperador llegó a Worms acompañado de la corte. También Aleandro se dirigió a ese mismo destino y no tardó en comprobar que no era querido en la ciudad. Su alojamiento estaba reservado, pero se le negó la entrada. Tras proponer incluso la entrega de un pago suplementario, Aleandro sólo consiguió alquilar una miserable habitación propiedad de un hombre demasiado pobre como para renunciar a unos ingresos suplementarios. Los siguientes días, marcados por el frío, la humedad y la suciedad, serían recordados por Aleandro con profunda amargura.

Quizá todo lo habría dado por bueno el nuncio si su misión hubiera progresado, pero sólo se encontró con una omnipresente hostilidad. De hecho, Aleandro se vio obligado a suspender los autos de fe en los que se quemaban los escritos de Lutero por el temor a las reacciones. Para colmo de males, el elector Federico había rogado al emperador que convocara a Lutero para comparecer ante la dieta y la petición había prosperado. Daba la impresión de que el poder temporal no se sometía al papal que ya había condenado a Lutero y que exigía la ejecución de la bula.

A decir verdad, Carlos no era un desobediente al papa. Simplemente, uno de los consejeros del emperador –Carlos Guillermo de Croy, señor de Chièvres, que dormía en el mismo aposento de Carlos– no estaba dispuesto a olvidar la manera en que León X había favorecido a Francisco I de Francia en contra de su señor cuando la corona imperial aún estaba en el aire.

Se trataba de un comportamiento que el nuncio no podía aceptar. Fuera por las razones que fueran, Aleandro era consciente de las graves consecuencias que podía tener el hecho de que el emperador diera inicio a su reinado pasando por alto las órdenes del papa. Resultaba, por lo tanto, obligado conseguir un edicto del gobierno que decretara la aplicación pública de la bula.

Esta vez, el empeño de Aleandro no concluyó en fracaso. De hecho, logró convencer a Chièvres y a Gattinara de que Lutero no podía comparecer ante la dieta sin haberse retractado previamente y de que incluso en ese caso lo mejor sería que no se presentara en Worms por la mala imagen que podía recaer sobre la ciudad. Por si fuera poco, el Elector envió una carta Carlos en la que reclamaba que Lutero fuera examinado por jueces imparciales y que se detuviera la quema de libros si no contaba con la anuencia del emperador. Podía pensarse que el Elector estaba dando marcha atrás y Aleandro aprovechó la ocasión para solicitar que la bula se convirtiera en una ley imperial que contara con una aplicación inmediata. El 29 de diciembre, el consejo permanente de representantes de los estados alemanes aprobó la petición del nuncio. Sólo quedaba ya por estampar el sello del archicanciller, y el consentimiento del arzobispo de Maguncia y del Elector Federico y el Caso Lutero quedaría zanjado.

Animado por sus últimos avances, Aleandro redactó las instrucciones que dos emisarios suyos debían llevar al Elector en nombre del consejo permanente. Se trataba de una enumeración exhaustiva de razones para que, de una vez, entregara a Lutero. La misión de los enviados de Aleandro consistía en hablar a solas con el príncipe evitando la presencia de sus consejeros y convencerle de que la única salida coherente con sus antepasados y con su propia trayectoria personal era sofocar la rebelión y la división creada por Lutero.

La obediencia del Elector, según Aleandro, no sólo era una conducta indispensable desde la perspectiva religiosa sino también de la social, ya que ¿a dónde llegaría la sociedad si, siguiendo el ejemplo del monje Lutero que cuestionaba el comportamiento del papa, los inferiores se permitían criticar a los superiores? Aleandro no negaba que hubiera habido malos papas, pero, a fin de cuentas, habían sido papas también los que habían coronado emperador a Carlomagno y luego habían concedido la elección imperial a los alemanes. Si no se aceptaba esa autoridad, resultaba imposible sostener la existencia del emperador, del imperio y, por supuesto, de los príncipes electores como el mismo Federico. Los enviados del papa debían además insistir en que no era permisible conceder una disputa a Lutero sobre las ceremonias y la fe católica; en que además no existían jueces para la misma y en que la convocatoria de un concilio no era ni eficaz ni razonable, sino muy peligrosa para quien la solicitara. Lutero tenía que retractarse o atenerse a las consecuencias y, al respecto, el príncipe no debía temer la reacción del pueblo porque éste tenía que limitarse a obedecer a sus superiores. Por supuesto, no debía comparecer en Worms porque no se juzgaba a una persona sino a una serie de doctrinas heréticas y su presencia sólo serviría para complicar la situación.

Aleandro incidía en la misma conducta que había caracterizado a la Santa Sede durante los años anteriores. Lutero no tenía el menor derecho a ser escuchado sino que debía retractarse sin condiciones. El no hacerlo se traduciría en que el poder temporal lo arrojaría a las llamas al igual que ya sucedía con sus libros. Al argumentar de esa manera, volvía a incurrir en un error de trágicas consecuencias. A esas alturas, la opinión pública en Alemania sostenía que la doctrina incriminada tenía todo el derecho a ser defendida y que su mejor paladín era precisamente el hombre que no había dudado en arriesgar todo, incluida la vida, en defensa del Evangelio.

Y entonces, una vez más, las circunstancias experimentaron un cambio inesperado.

El 5 de enero, el Elector llegó a Worms antes de que la delegación estuviera preparada y de que el archicanciller entregara el edicto de ejecución. Inmediatamente, Federico pidió explicaciones al emperador. No era de recibo que Carlos anulara una gracia concedida a uno de los electores por mucho que se lo hubiera solicitado el nuncio. Desde luego, no sería la mejor manera de comenzar un reinado. Carlos, finalmente, accedió a la petición del Elector. Lutero sería escuchado ante la Dieta y gozaría de un salvoconducto que garantizara que contra él no se emplearía la fuerza.

La próxima semana: Lutero es convocado a la Dieta de Worms
 

 


1
COMENTARIOS

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Respondiendo a

Isnardo J. Giusseppe
25/12/2011
01:23 h
1
 
Interesante artículo, aunque algo tendencioso. ¿Pero quién escribe sin dar pruebas de sus convicciones y prejucios? Eso es lo bello del amor cristiano: aunque no coincidamos en todo los puntos NOS UNE EL 'ÁGAPE' DE CRISTO. Dios les continúe usando y bendiciéndoles.
 



 
 
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