Cayetano no era un hombre carente de virtudes. A su condición de erudito, se sumaba el hecho de que no estaba contaminado por los comportamientos corruptos de no pocos de sus compañeros y de que además se mostraba crítico con el comportamiento de los otros dominicos. De hecho, Lutero reconocería siempre que se había comportado cortésmente con él. Sin embargo, Cayetano era también un curialista convencido y, bajo ningún concepto, iba a aceptar la idea de discutir los temas en cuestión con Lutero o incluso la de acercarse al problema desde una perspectiva meramente pastoral.
Llegados al punto en que se encontraban, la única salida era el reconocimiento total de la autoridad papal y la sumisión absoluta a la misma.
Nada más iniciarse la entrevista, el agustino se disculpó inmediatamente por cualquier temeridad de la que pudiera ser culpable y expresó su disposición a reconsiderar sus opiniones.
Cayetano manifestó su agrado al escuchar aquellas palabras e, inmediatamente, planteó a Lutero un ultimátum. De acuerdo con la orden que había recibido del papa, le exigió que se retractara y prometiera que no volvería a plantear cuestiones que perturbaran la paz de la iglesia. Lutero solicitó ver entonces las órdenes del papa, pero Cayetano le indicó que no existía esa posibilidad. El agustino indicó entonces que no había realizado todo el camino desde Wittenberg para que se le dijera que tenía que retractarse y guardar silencio y preguntó cuáles eran sus errores.
Cayetano no tenía la menor intención de entrar en discusiones con el agustino, pero condescendió a darle dos ejemplos. El primero era el punto de vista de Lutero sobre el tesoro de los méritosque aparecía en la Tesis 58 y el segundo, su opinión sobre el sacramento de la penitencia recogida en la Tesis 7. El primero chocaba con la Bula Unigenitus del papa Clemente VI (1343) que afirmaba que Cristo había adquirido para la iglesia un tesoro infinito, al cual la Virgen y los santos habían sumado sus contribuciones, y que había sido entregado a Pedro y a sus sucesores para beneficio de los fieles. La segunda resultaba, a juicio de Cayetano, totalmente novedosa y errónea al exigir la fe para la eficacia de la absolución en el sacramento de la penitencia.
Posiblemente para las personas del s. XXI, las referencias de Cayetano resulten un tanto distantes. Sin embargo, el cardenal había apuntado a dos aspectos esenciales de la crítica llevada a cabo por Lutero al apuntalar la base de las indulgencia y cargar contra la justificación por la fe.Su error estaba en pensar que Lutero, un profesor de Teología bíblica a fin de cuentas, iba a encontrar convincentes unos argumentos basados única y exclusivamente en la autoridad eclesiástica, autoridad, dicho sea de paso, que se había expresado al respecto, tan sólo un siglo y medio antes. La respuesta de Lutero – y no puede sorprender a nadie - fue que la exposición sobre el tesoro de los méritos era una grave distorsión de lo que enseñaba la Biblia.
Al argumento de Lutero, respondió Cayetano señalando que el poder del papa era absoluto e inerrante y que se encontraba por encima tanto de la Escritura como del concilio. Como era de esperar, Lutero se opuso a ese punto de vista – que, dicho sea de paso, a la sazón era discutido y que es dudoso que sostuviera hoy en día algún católico instruido – y citó en apoyo suyo a la universidad de París.
Con todo, fue la segunda cuestión la que provocó una mayor desilusión en Lutero. El cardenal se aferró al punto de vista propio del tomismo en el sentido de afirmar la eficacia de la gracia sacramental e insistió en que tenía base en las Escrituras.La respuesta de Lutero fue sólidamente bíblica y consistió en apuntar a la doctrina de la justificación por la fe tal y como aparecía en las Escrituras. Había enseñado sobre las cartas paulinas a los Romanos y a los Gálatas durante años y, lógicamente, conocía el tema a la perfección. Por eso mismo, haciéndose eco de pasajes como Gálatas 1, 6-9, también pudo insistir en que negar esa doctrina equivalía a negar la obra de Cristo. Como era de esperar, la reunión terminó en un punto muerto.
Al día siguiente, 13 de octubre, Lutero apareció con una declaración escrita. En su redacción, le habían asesorado Staupitz, un notario y cuatro consejeros imperiales. El agustino aseguraba en el documento que ninguna de sus enseñanzas era contraria a la iglesia católica, pero que, si ése fuera el caso, estaba dispuesto a renunciar a ella.Insistía en que su preocupación había sido la verdad y que un proceso como el que se estaba llevando a cabo implicaba que se le escuchara y que aquellos que le acusaban de estar equivocado lo convencieran. Insistía igualmente en que nada de lo que había enseñado era contrario a la escritura, los Padres, las decretales y la sólida razón, y en que creía que su teología era sólida, verdadera y católica. Aceptaba que el cardenal no le permitiera expresarse en un debate abierto contra las críticas que se le habían formulado, pero, en tal caso, estaba dispuesto a responder por escrito a las críticas del cardenal y en dejar que el juicio fuera sometido a las universidades de Basilea, Friburgo, Lovaina o París.
Las instrucciones recibidas por Cayetano no dejaban resquicio para aceptar las peticiones de Lutero y el cardenal volvió a insistir en que debía retractarse de manera incondicional, renunciando a cualquier plan que tuviera.
En ese momento, Lutero pidió permiso para poner por escrito sus posiciones porque la batalla de palabras del día anterior no los había llevado a ninguna parte. Cayetano estalló al escuchar la palabra “batalla” y le dijo que no estaba allí para discutir ni llevar a cabo ninguna batalla, sino para amonestarlo y si era posible reconciliarlo con el papa y con la iglesia. De nuevo, la situación había llegado a un punto muerto que salvó la intervención de Staupitz.
El superior de Lutero suplicó al cardenal que accediera a recibir una declaración escrita de Lutero. Cayetano era reticente a semejante comportamiento, pero, a la espera de que todo pudiera concluir como esperaba, terminó por acceder.
Continuará
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