Sin embargo, esa fe no es ni un mero asentimiento a proposiciones teológicas ni una supersticiosa credulidad. Es la fe en que efectivamente Cristo murió por nuestros pecados en la cruz realizando la expiación que nosotros no podemos llevar a cabo:
“Esto es lo que el apóstol quiere dar a entender cuando dice que el hombre es justificado por la fe... Esto se dice de ti mismo, y para que tu te lo apropies: que Cristo murió por tus pecados y dio satisfacción por ellos” (WA 56, 370, 11 ss).
Ha sido común en la apologética antiprotestante el acusar a Lutero, en particular, y a la Reforma, en general, de ofrecer una salvación barata que evita las buenas obras.Semejante acusación no se corresponde con la realidad como ha quedado de manifiesto en obras de eruditos más rigurosos incluidos los católicos.
De hecho, la posición de Lutero era la misma que había expuesto Pablo en su carta a los Romanos. Primero, la salvación es imposible para el hombre, pero Dios acude en su ayuda mediante la muerte de Cristo en la cruz que satisface la pena que merecen nuestros pecados; segundo, esa justicia de Dios ejecutada por Cristo sólo podemos apropiárnosla mediante la fe y tercero, esa justificación por la fe, lejos de ser un acicate para la inmoralidad, es la clave para llevar de ahora en adelante una vida de obediencia a los mandatos de Dios:
“El camino del Señor es la justicia de Dios vista como el Señor presente en nosotros, que después realiza a través nuestro estas buenas obras” (WA 56, 233, 30)
En otras palabras, el hombre no lleva a cabo obras buenas para ser justificado sino que, como ya ha sido justificado por gracia a través de la fe, realiza obras en señal de obediencia agradecida. La conclusión de Lutero cuenta con paralelos paulinos fuera de la carta a los romanos como es, por ejemplo, el pasaje de
Efesios 2:8-10 donde el apóstol Pablo afirma: “
Porque por gracia somos salvos, por medio de la fe, y eso no es de vosotros, es un don de Dios, no es por obras, para que nadie pueda jactarse. Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”.
La posición teológica de Lutero resulta meridiana y explica más que sobradamente el paso de la inquietud espiritual del pecador que no sabe cómo obtener la salvación valiéndose de los medios con que cuenta, a la paz profunda, grata y serena del pecador que se sabe redimido no por si sino por la obra de Cristo en la cruz.
Ante la incapacidad para cumplir con las exigencias de la ley de Dios, son muchas las personas que acaban cayendo en un tormento continuo, verdadero potro del espíritu, al contemplar su insuficiencia o que derivan hacia la hipocresía fingiendo que viven de una manera que no alcanzan a encarnar. Lutero sorteó ambos peligros gracias a la lectura de la Biblia. En ella encontró que su desazón espiritual no debía derivar hacia la desesperación sino que tenía que convertirse en el primer paso para arrojarse de rodillas ante Dios reconociendo su incapacidad para merecer la salvación y aceptando lo que había ganado Cristo en la cruz. En ese sentido, su experiencia recuerda a la del pobre publicano de la parábola que no se atrevía a levantar la mirada en el Templo abrumado por sus pecados (
Lucas 18:9-14), a la de la oveja que, extraviada en el monte, nada puede hacer por regresar al aprisco (
Lucas 15:1-7), a la de la moneda que es incapaz de regresar al bolsillo de su dueña (
Lucas 15:8-10) o a la del hijo pródigo que, tras arruinar su existencia, cayó en la realidad terrible de su presente y buscó el perdón, totalmente inmerecido, de su padre (
Lucas 15:11-32).
Llegado a ese punto, Lutero había descubierto también la acción de Dios que consistía esencialmente en el hecho de que Cristo se había entregado por amor en la cruz muriendo y pagando por los pecados del género humano. Ahora el pecador debía decidir si se apropiaba mediante la fe de la obra salvadora de Cristo o la rechazaba con incredulidad, incredulidad dirigida hacia la Palabra de Dios. Si se producía el rechazo, obviamente, el pecador se apartaba del camino de la salvación, pero si, por el contrario, abrazaba el sacrificio de Cristo en la cruz, era justificado por la fe y se abría un nuevo camino en su vida, camino surcado de buenas obras realizadas por Dios en él.
Hasta ahí todo resultaba de una enorme claridad, pero, a la vez, era notablemente incompatible con el sistema de salvación articulado por la iglesia católica durante la Edad Media. ¿Cuánto tiempo tardarían en chocar ambas concepciones en el corazón de Lutero?
Continuará: Lutero y la defensa de la gracia de Dios
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