En los últimos años, algunos autores católicos han intentado desviar la atención de posibles responsabilidades de la iglesia católica en el Holocausto hacia la supuesta culpabilidad de Lutero en ese episodio. Merece la pena detenerse en el tema porque, aparte de disipar mitos sobre el protestantismo, de él se deriva una reflexión indispensable sobre uno de los grandes dramas de la Historia.
De entrada,
Lutero manifestó al inicio de su carrera como reformador una compasión hacia los judíos que no era habitual en la Alemania católica de la época. No deja de ser significativo que en uno de sus escritos de esa época llegue incluso a indicar que hasta cierto punto la falta de conversión de los judíos al cristianismo arranca, fundamentalmente, del maltrato que ha recibido de la iglesia católica. Durante los años siguientes, los judíos dejaron de tener interés para Lutero envuelto en una controversia teológica en la que se jugaba personalmente la vida y Europa, su futuro.
De esa situación, salió al final de su vida al redactar un tratado titulado “Los judíos y sus mentiras” (1543). El texto, efectivamente, rezuma un deplorable anti-semitismo, pero me atrevo a señalar que constituye una de las obras más profundamente católicas de Lutero. La razón es obvia: hasta Lutero habían llegado noticias de cómo los judíos difundían la noticia de que Jesús era el hijo de una prostituta:
“Así lo llaman (a Jesús) el hijo de una prostituta y a su madre, María, una prostituta, que lo tuvo en adulterio con un artesano. Con dificultad tengo que hablar de una manera tan áspera para oponerme al Diablo. Ahora bien, saben que hablan tales mentiras por puro odio y voluntariamente, únicamente para envenenar a sus pobres jóvenes y a los judíos simples contra la Persona de nuestro Señor, para evitar que acepten Su doctrina”
La acusación era cierta ya que, efectivamente, en algunos pasajes del Talmud se hace referencia a que María es una adúltera y Jesús es llamado específicamente bastardo. De hecho, esa razón fue una de las que más pesaron en el papado para ordenar quemas del Talmud durante la Baja Edad Media y también la que llevó a algunos editores judíos a suprimir los pasajes para evitar ser objeto de esa represión papal.
Sin embargo, Lutero no se limitaba en su acusación a los insultos dirigidos contra Jesús y su madre. Además, consideraba que los judíos eran un colectivo que, mediante la usura, oprimía a los más humildes. La afirmación puede ser matizada, pero es la misma que desde hacía siglos venía vertiendo la iglesia católica sobre los judíos provocando decisiones civiles y eclesiales de especial dureza contra ellos.
Ante esa situación, Lutero proponía como solución – “la de los reyes de España” cita expresamente – es decir, la expulsión llevada a cabo por los Reyes Católicos en 1492. Puede o no gustar, pero lo cierto es que si alguna vez a lo largo de su dilatada carrera apoyó Lutero una decisión católica reciente fue ésa.
Visto con perspectiva de tiempo, el texto de Lutero es innegablemente lamentable. Lejos de seguir la línea propia de la Reforma de respeto a la libertad de expresión y de culto, Lutero se dejó llevar por la cólera que le provocaban las injurias contra Jesús y María -¿algún católico de la época habría actuado con más moderación?- y optó por la solución católica medieval al problema judío que venía aplicándose desde hacía siglos: la expulsión.
Ciertamente,
si Lutero fue culpable de algo especialmente en este escrito fue de no seguir las líneas marcadas por la Reforma sino de continuar una multisecular tradición católica. Es precisamente esa circunstancia la que explica la reacción que provocó el panfleto de Lutero. A pesar de ser un autor profundamente odiado en el mundo católico, no he conseguido dar con un solo texto católico de su época que le afeara sus conclusiones, seguramente porque la coincidencia con lo que pasaba en la Europa católica era muy notable. Sin embargo, en la Europa protestante, el texto de Lutero fue repudiado. El príncipe de Hesse –que, supuestamente, debía haber escuchado la enseñanza de Lutero– se negó rotundamente a expulsar a los judíos siguiendo el ejemplo de los Reyes católicos y los mantuvo en su territorio. Felipe Melanchton, la mano derecha de Lutero, también manifestó su oposición al texto señalando que no debía seguirse sus directrices.
Fue la posición generalizada de las iglesias nacidas de la Reforma y era lógico que así fuera. La Reforma había introducido en las mentes y los corazones de las personas un principio fundamental que no era otro que el de juzgar las acciones y las enseñanzas de todos los hombres a la luz de la Biblia. Partiendo de esa base, nadie se consideró obligado a seguir el criterio de Lutero si chocaba con la Biblia lo que, dicho sea de paso, era el caso. En el mundo católico, apenas unos años antes, el papa había celebrado la expulsión de los judíos de España con una serie de festejos entre los que se incluyó una corrida de toros. Ahora, a pesar de la autoridad moral de Lutero, en la Europa protestante nadie lo siguió en sus conclusiones.
Al respecto, y por analizar una situación contemporánea, no deja de ser curioso que exista una causa de beatificación de Isabel la católica que pasa por alto el episodio de la expulsión de los judíos y, a la vez, haya católicos que pretenden cargar a Lutero con la responsabilidad del Holocausto precisamente por proponer como solución al “problema judío” la llevada a la práctica por esa misma Isabel.
El mito anti-protestante no pasa de ser un mito, pero, como hemos visto en otras ocasiones, viene caracterizado por la ignorancia o por la mala fe. Ciertamente, el Holocausto tuvo algunas raíces históricas previas al nacimiento de Hitler, pero de ello me ocuparé en la siguiente entrega.
CONTINUARÁ: El antisemitismo de Lutero y el Holocausto: el origen de las primeras medidas antisemitas de Hitler
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