Una de las creencias más populares – ciertamente, dogma – del catolicismo acerca de María es la de su inmaculada concepción. En breve, la creencia señala que María no nació con la marca del pecado original, una circunstancia única ya que no se da en ningún otro ser humano. Las Escrituras, desde luego, no contienen la menor mención a ese dogma y, a decir verdad, lo que enseñan de manera terminante es que TODOS – sin excepción alguna – pecaron y están destituidos de la gracia de Dios (
Romanos 3:23-24), situación de la que sólo se puede salir mediante la fe en el sacrificio expiatorio de Cristo (
Romanos 3:25 ss).
Ni que decir tiene que cualquier católico medianamente instruido – insisto: medianamente instruido – sabe que la salutación del ángel a María contenida en
Lucas 1:28 no significa que María no cometiera nunca pecado sino, simplemente, que Dios la favorecía al elegirla para concebir al mesías. Al respecto, no deja de ser significativo que en un interesante tratado de mariología el sacerdote católico J. M. Carda afirme: “La Sagrada Escritura no habla de los orígenes históricos de María ni alude expresamente a privilegio alguno en su concepción” (El misterio de María, Madrid, 1986, p. 55) o que señale que la referencia angélica de
Lucas 1:28 “no indica por si mismo una plenitud de gracia, como la indica, en cambio, la expresión pleres kharitos que se aplica a Cristo (cf.
Juan 1:14)… La palabra dirigida a ella por el ángel significa sencillamente agraciada” (Idem, Ibidem, p. 56). No hace falta decir que los evangélicos compartimos ese punto de vista porque es el correcto que se desprende de la Biblia y del conocimiento de la lengua griega. Baste decir que en
Efesios 1:6 se califica a los creyentes en general con el mismo término que a María en
Lucas 1:28 y hasta donde yo sé no creo que nadie piense que hemos nacido sin la marca del pecado original.
De hecho, no deja de ser curioso que
la primera referencia a que María no hubiera nacido sin la marca del pecado original no tuvo lugar hasta el s. V y la sostuvo… un hereje. Se trataba de Julián de Eclana, un miembro de la secta de los pelagianos, que negaba los efectos del pecado original en la especie humana. Para el hereje, María no podía haber cometido nunca pecado. Agustín de Hipona, respondiendo al herético Julián, señaló que si María se había visto libre de pecado no se debía a haber nacido sin él, sino a que había nacido de nuevo como señalaba
Juan 3. No deja de ser curioso que cerca de un milenio después la iglesia católica proclamara dogmáticamente la posición del hereje y rechazara la de Agustín de Hipona. La Historia del catolicismo – sin duda, apasionante – abunda en episodios semejantes.
En el s. VIII, comenzó a celebrarse por primera vez – y en Oriente – el nacimiento de María, pero, de manera bien reveladora, no se hizo ninguna referencia a que el mismo hubiera tenido lugar sin pecado y lo mismo sucedió cuando esa fiesta llegó a Occidente nada más y nada menos que en el s. XII.
En otras palabras, durante más de un milenio las iglesia mantuvieron una posición sobre este tema mucho más cercana al protestantismo que al catolicismo actual. Sí, fue mucho más de un milenio porque todavía en el s. XIII, el famosísimo
Tomás de Aquino, autor de la Summa Theologica, negaba la Inmaculada concepción por cierto sin que sobre él recayeran sanciones eclesiásticas. Así, en su Brevis Summa de fide dedicada a su compañero Fray Reinaldo, Tomás de Aquino escribió: “Ciertamente (María) fue concebida con el pecado original, como era natural… Si no hubiera sido concebida con pecado original, no habría necesitado ser redimida por Cristo y, de ser así, Cristo no sería el Redentor universal de los hombres, lo que derogaría la dignidad de Cristo” (CCXXXII bis. Hay traducción española: Compendio de teología, Barcelona, 1985).
Desde luego, no deja de ser revelador que en este tema, Tomás de Aquino sostuviera una posición similar a la del protestantismo… y totalmente contraria con el catolicismo actual. Al respecto, es significativo que cuando la mencionada obra se editó en castellano en 1862, el traductor, Carbonero y Sol, se permitiera omitir el párrafo que tan mal casaba con la enseñanza católica. Como prueba de falta de honradez intelectual y sectarismo, estuvo bien; como señal de amor a la verdad, resultó deleznable.
A finales del s. XIII, Duns Scoto hizo todo lo posible por imponer la creencia en la inmaculada concepción, pero su éxito fue limitado. El papa Sixto IV – franciscano como Scoto – se negó a apoyarla insistiendo en que nada había sido establecido todavía al respecto (DS 1426). Que a casi milenio y medio de distancia, la iglesia católica no se hubiera definido sobre tema tan importante da, desde luego, mucho que pensar. En 1439, un concilio reunido en Basilea definió el dogma, pero… el concilio no estaba en comunión con la sede papal lo que impidió que el dogma pudiera ser aceptado como tal.
Todavía en 1546, en el concilio de Trento, se tomó la decisión de no definir el dogma (DS 1516) porque a nadie se le ocultaba la posición de Tomás de Aquino y de tantos otros que habían negado la inmaculada concepción. Tan poco claro estaba el tema que en 1617, Paulo V prohibió las discusiones públicas sobre el mismo y en 1622, Gregorio XV extendía la prohibición a las conversaciones privadas. La única excepción eran los dominicos – seguidores de Tomás de Aquino a fin de cuentas – que podían abordar el tema, pero sólo en el seno de la orden y entre ellos, sin presencia de otros.
Finalmente, el dogma fue definido el 8 de diciembre de 1854 por la bula pontificia Ineffabilis Deus haciendo tabula rasa de las Escrituras, de las opiniones de teólogos como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino y de lo que había creído el cristianismo occidental durante la mayor parte de la Historia.
Tras este breve examen, creo que mis amigos católicos comprenderán sobradamente por qué los evangélicos no creemos en la Inmaculada Concepción.
- Sobre ella nada dice la Biblia y nada se creyó al menos hasta el s. XII salvo algún hereje como el refutado Julián de Eclana.
- Contra ella se expresaron rotundamente Agustín de Hipona y Tomás de Aquino.
- Sobre ella seguía existiendo controversia en el seno del catolicismo todavía en el s. XVII lo que acarreó prohibiciones papales de abordar el tema
- El dogma no fue definido hasta la segunda mitad del s. XIX lo que, en términos históricos, equivale a ayer por la noche y
- Si, finalmente, la iglesia católica se contradijo al definir el dogma ni nos sorprende ni nos turba. Nunca hemos creído que la iglesia católica fuera la única verdadera y episodios como éste nos confirman en esa apreciación.
Realmente, ¿puede alguien creer que sería sensato que arrojáramos por la borda lo que enseña la Biblia y lo que muestra la propia Historia del cristianismo occidental para abrazar un dogma de mediados del s. XIX? Cuesta creerlo.
Continuará
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