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La nueva vida

Predicación para el siglo XXI (VI)

En la sociedad en que nos movemos se mezclan sentimientos peculiares y contradictorios. Por ejemplo, en apariencia, se rebosa optimismo y orgullo antropológico y, a la vez, se capitula a diario ante determinadas conductas como si, verdaderamente, fuera imposible cambiarlas. De esa forma, en el fondo de ciertas tolerancias supuestas no existe sino una vergonzosa abdicación.
LA VOZ AUTOR César Vidal Manzanares 18 DE OCTUBRE DE 2007 22:00 h

Millones de personas no creen realmente en la promiscuidad sexual, pero han llegado a la conclusión de que es imposible vivir de una manera digna y casta a la vez.

Millones de personas no creen que la hipocresía sea el mejor de los mundos, pero han aceptado que se necesita en ciertas dosis para moverse en el día a día.

Millones de personas no creen en los planteamientos políticamente correctos sobre la familia o la educación de los hijos, pero se han doblegado ante la idea de que no existe manera de salir de ellos.

Esa circunstancia con los matices que se deseen es común a todas las épocas y el mensaje del Evangelio – el que deberíamos predicar los evangélicos – contiene un claro y enérgico anuncio de que es posible comenzar una nueva vida.

Porque la realidad es que quizá uno de los sentimientos más repetidos con que nos encontramos es el de personas que creen que no hay manera de cambiar. Es cierto que su preocupación suele ser política, económica o familiar, pero, a pesar de las encuestas que hablan de la felicidad de los españoles, lo cierto es que suele tratarse de una mezcla de hedonismo, de fatalismo ante lo que no pueden cambiar y de ira reprimida ante lo que desearían cambiar. Pues bien, una nueva vida es posible y esa nueva vida debería dejarse sentir en varias áreas de las que suelo puedo mencionar algunos ejemplos:

1.- Recuperación de la visión bíblica de las relaciones entre hombre y mujer: guste o no reconocerlo, en lugar de enseñar lo que la Biblia establece sobre las relaciones entre el hombre y la mujer no pocas veces nos hemos ido deslizando hacia una adaptación más o menos zafia del discurso del mundo.

De esa manera, en no pocas ocasiones, nuestras iglesias han dejado de ser posibles tierras de refugio para formar parte de la dictadura de lo políticamente correcto. Por utilizar un símil del cristianismo medieval, si alguien se acerca al altar buscando amparo lo que se encuentra es a los mismos soldados del rey dispuestos a prenderlo y arrastrarlo a las mazmorras, aunque, eso sí, quizá con pías palabras.

2.- Recuperación de la visión bíblica de la sexualidad: la visión de la sexualidad en el mundo es verdaderamente asfixiante. Bajo capa de libertad omnímoda y de placer infinito, se oculta, en realidad, una visión que cosifica al ser humano, que reduce hasta lo ínfimo los sentimientos más puros y nobles y que, por añadidura, se presenta como lo natural a menos que uno sea un anormal. Hay que reconocer que el planteamiento se las trae porque acaba llegando a la conclusión de que ser anormal es precisamente actuar de la manera que sería normal.

Por supuesto, hay millones de personas que desearían dejar de ser pedazos de carne en busca de pedazos de carne; que ansiarían encontrar a alguien con quien estar de una manera limpia y fiel toda la vida; que se morirían por vivir una sexualidad encuadrada en algo más profundo que una mera utilización genital de sus cuerpos. El gran problema es que si no encuentran eso en la iglesia, si además la iglesia pierde el norte y comienza a predicar disparates de calibre como el de la autonomía moral del creyente frente a la Biblia, jamás podrán dilucidar que existe una forma de cambiar de vida.

3.- Recuperación de la visión bíblica de la familia: algo similar sucede con la familia. De ser la célula sobre la que se sustenta de manera natural la sociedad, la familia se ha ido convirtiendo en una diana sobre la que disparan sus dardos desde los políticos a los defensores del lobby gay, desde los guionistas de series televisivas a los directores cinematográficos, desde los actores a los comunicadores. Recuerdo con verdadero espanto el día en que llegué a la conclusión de que mis compañeros de una conocida tertulia televisiva sostenían tesis totalmente contrarias a la familia ya no sólo por presupuestos ideológicos, sino, sustancialmente, porque era un fenómeno extraño en su vida y cuando todavía existía, no era raro que anduviera salpicado por significativas circunstancias como el adulterio continuado. El hecho de que a día de hoy la serie de TV de más éxito sea una en la que se nos enseña cómo la vida matrimonial es, por definición, un infierno sin hijos debería llevarnos a reflexionar. Y sin embargo… sin embargo, deberíamos predicar que hay posibilidad de una nueva vida en lugar de intentar de nuevo amoldarnos a las modas efímeras de un mundo que no sabe ni hacia donde se dirige aunque su soberbia de la impresión de lo contrario.

4.- Recuperación de la veracidad: uno de los aspectos más diabólicos del mundo en que vivimos es la mentira. Su uso es tan habitual que se acaba confundiendo con la inteligencia, la cortesía o las buenas maneras, y la veracidad, por muy respetuosa que resulte, puede ser tachada de incorrección política, de intransigencia o en determinados ambientes cristianos de ataque contra la unión o contra la fraternidad. Fue Jesús precisamente el que enseñó que nunca deberíamos pasar del Sí y del No llanos y fáciles de entender porque lo que va más allá es algo diabólico (Mateo 5, 37). Sin embargo, deberíamos predicar que es posible decir la verdad, que es un privilegio decirla y que podemos aceptar gustosos las consecuencias por decirla ya que todo ello nos acerca a un Dios que es Verdad y no intereses, silencios o deformaciones de la realidad.

5.- Recuperación de la visión bíblica del dinero y del bienestar: por último, desearía detenerme en una de las más sangrantes contradicciones de nuestra vida. Me refiero al anuncio de principios grandilocuentes –y no pocas veces errados– para vivir de una manera totalmente distinta a lo proclamado.

Hace unos días, Al Gore ha recibido el premio Nobel de la paz. La noticia no tendría mayor relevancia –también se lo dieron al médico que dirigía los sanatorios psiquiátricos donde se torturaba a los disidentes en la Unión soviética– de no ser porque el documental de Gore ha sido declarado una falsedad demagógica por un tribunal londinense, porque Gore gasta a la semana en energía más que una familia media norteamericana en un año o porque Gore posee una mina de zinc en Tennessee que contamina lo que –me temo- todos los lectores de Protestante digital no conseguirán contaminar en su vida.

Y, sin embargo, Gore es, en buena medida, un ejemplo de nuestros patrones sociales. La sociedad parece conmoverse con sinceridad ante la catástrofe – sea verdadera o imaginaria– arremete contra las oligarquías que la permiten… y se pirra por seguir la última moda tonta viviendo como los “malos”. Sin embargo, deberíamos predicar que existe posibilidad de empezar una nueva vida en la que, por ejemplo, el tiempo no tiene por qué desperdiciarse en cosas que no aprovechan, en que es absurdo hipotecarse de por vida a costa de erosionar la vida familiar y de olvidar nuestra parte espiritual, en que los adolescentes pueden crecer libres y sensatos sin verse reducidos a repetir papanatescamente la última consigna mientras sueñan en ponerse el último producto. Se trata de una vida en la que “con alimento y con que cubrirnos nos sentimos contentos” (I Timoteo 6, 8); en la que, a diferencia de los paganos, no nos dejamos llevar por la ansiedad que deriva de nuestras necesidades porque sabemos que nuestro Padre las conoce mejor que nosotros (Mateo 6, 31-32) y porque sabemos que hay que buscar “en primer lugar, el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6, 33).

NUEVA VIDA DE LIBERTAD
La predicación del Evangelio – y reconozco que es un aspecto que me conmueve – es una predicación de una nueva vida y esa nueva vida es una vida de libertad. Lo es no en el sentido de que permite que el hombre sea plenamente autónomo yendo a la deriva de un relativismo moral que lo aniquilará. Lo es en el sentido de que permite liberarse de la esclavitud de las modas mundanas y del pecado con todas sus terribles consecuencias. Para aquellos que no logran liberarse de la esclavitud de la promiscuidad sexual, de una visión degradante de las relaciones entre hombre y mujer, de la aniquilación de la familia o del yugo de una existencia basada en modas y consumo (aunque tapada a medias por soflamas sobre pobres y ricos, subdesarrollados y calentamiento global) existe un mensaje de Evangelio, de Buena Nueva: hay libertad en Jesús. En Él hay una Nueva Vida.

En todas ellas, existe un claro descanso y alivio para la vida actual.

En todas ellas, la gente podría encontrar un refugio frente a los tiempos que corren, pero de todas ellas se ha ido desviando la iglesia en los últimos tiempos con pésimos resultados. Tanto la ideología de género, como la ideología del lobby gay, tanto el desquiciamiento de la institución familiar como la dictadura de lo políticamente correcto han entrado en la iglesia y –me temo– que los resultados son inquietantes.

Sin embargo, si recuperamos esos énfasis, recuperaremos nuestra visión, nos prepararemos para el juicio que se avecina y restauraremos a nuestro pueblo.

Artículos anteriores de esta serie:
1¿Qué Evangelio debemos predicar?
2Hay y habrá justicia
3El juicio de Dios
4El amor que salva
5Perdidos y salvados

 

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