Josué 8, 32 habla, por ejemplo, de la Torah de Moisés que él había escrito y las referencias a una Torah escrita por el mismo Moisés vuelven a repetirse en Josué 1, 7-8; 8, 31, 34; 23, 6. Encontramos lo mismo en los libros históricos (1 Reyes 2, 3; 2 Reyes 14, 6; 23, 25; 1 Crónicas 22, 13; 2 Crónicas 5, 10; 23, 18; 25, 4; 30, 16; 33, 8; 34, 14; 35, 12; Esdras 3, 2; 6, 18; 7, 6; Nehemías 1, 7-8; 8, 1, 14; 9, 14; 10, 29; 13, 1) y, por supuesto, en los profetas (Daniel 19, 11 y 13; Malaquías 4, 4).
Por supuesto, es lo que encontramos también en las primeras fuentes cristianas, las contenidas en el Nuevo Testamento. Jesús afirmó con claridad que la Torah fue dada a través de Moisés (Juan 1, 17) y no a través del recosido tardío de una serie de documentos. De hecho, las citas de Jesús referidas a la autoría de Moisés son muy numerosas (Marcos 7, 10; 10, 3-5; 12, 26; Lucas 5, 14; 16, 29-31; 24, 27 y 44; Juan 7, 19 y 23, etc). Los apóstoles sabían que Moisés escribió la Torah (Marcos 12, 19) y Pablo pudo indicar que era Moisés el que había escrito ese pasaje concreto de la Torah (Romanos 10, 5). Podemos ver otras referencias similares en Hechos 3, 22; 6, 14; 13, 39; 15, 1 y 21; 26, 22; 28, 23; 1 Corintios 9, 9; 2 Corintios 3, 15; Hebreos 9, 19; Apocalipsis 15, 3, etc.
Como ya hemos señalado,
la creencia en que los cinco libros de la Torah se debieron a la redacción de Moisés se mantuvo inalterable hasta finales del s. XIX. Las razones fundamentales para sustentar este punto de vista eran que así lo indica el propio texto, que así se había transmitido por generaciones y que ninguno de los manuscritos de la Torah con que se contaba indicaba ni siquiera de manera indirecta que en su redacción hubieran participado más autores o que el texto final fuera un ensamblado de distintas obras. Obviamente, algunos versículos como los últimos de Deuteronomio donde se hace referencia a la muerte de Moisés se atribuían a un redactor posterior pero en conjunto la Torah seguía considerándose mosaica.
Este punto de vista comenzó a verse seriamente cuestionado cuando en la última década del s. XIX Julius Wellhausen sostuvo que, en realidad, la Torah había experimentado una redacción muy dilatada en el tiempo y que se debía a varios autores que, por supuesto, no se podían identificar con Moisés. Ya hemos tenido ocasión de ver cómo sus argumentos eran muy pobres -la escritura no existía en la época de Moisés; el texto contenía repeticiones o dobletes de episodios; Dios era llamado con diversos nombres en el texto lo que indicaría diferentes obras...–
por más que se sigan repitiendo papanatescamente hasta el día de hoy incluso en seminarios. Pero ¿por qué?
Las razones son varias. La primera es que la Hipótesis documentaria encaja a la perfección con una visión de la historia de las religiones que parte de una concepción evolutiva en virtud de la cual el ser humano habría ido pasando por diversos estadios de su desarrollo espiritual y, por lo tanto, resultaba inaceptable una formulación tan primitiva de la fe monoteísta. Para materialistas, marxistas o ateos – y las tres categorías se juntan en la misma persona en no pocas ocasiones – la HD constituía un instrumento perfecto para atacar la fe en la Biblia y, ciertamente, lo aprovecharon.
Igualmente la HD resultaba atrayente por su insistencia en determinar la datación de una obra partiendo no de criterios históricos y arqueológicos sino filológicos. Perdido en una habitación brumosa de Alemania y enfrentado sólo con textos y teorías y con la visión directa de la realidad, el autor podía especular a su gusto despegándose de la verdad. Cuando ésta era descubierta por la piqueta del arqueólogo, simplemente se la despreciaba.
Dada la falta de solidez de la HD no extraña que, por ejemplo, en los últimos años se hayan multiplicado los libros de historiadores que sostienen la imposibilidad de la Hipótesis documentaria especialmente en relación con el primer libro de la Torah, el Génesis. Rolf Rendtorff, por ejemplo, ha indicado que la asignación de palabras y expresiones hebreas a documentos concretos se colapsa cuando se realiza una investigación seria y, a la vez, señala que la noción de teología específica de estos documentos es “
ilusoria”.
Thomas L. Thompson, por su parte, ha repudiado igualmente la Hipótesis documentaria señalando que la redacción de la Torah es prácticamente contemporánea con los episodios que relata. Incluso
John Van Seters que mantiene la creencia en algunos documentos ha afirmado que la hipótesis documentaria deber ser “contemplada ampliamente como obsoleta”. Finalmente,
Duane Garrett en uno de los estudios más inteligentes sobre la redacción del Génesis escritos en la última década del s. XX niega la hipótesis documentaria y sitúa la redacción del libro en los días de Moisés. Fue
Cassuto el que señaló que la hipótesis documentaria no se apoyaba en pilares caracterizados por la debilidad por la sencilla razón de que ni siquiera tenía esos pilares.
Y ahora llegamos a la razón fundamental por la que la Hipótesis documentaria sigue enseñándose en facultades y seminarios. En buena medida, puede afirmarse que la defensa actual de la hipótesis documentaria descansa fundamentalmente en la pereza que caracteriza a ciertos segmentos del mundo académico para actualizar lo que aprendieron décadas antes. Cyrus Gordon, al final de un artículo dedicado al estudio de la hipótesis documentaria, ha relatado una anécdota bien iluminadora al respecto : “
Un profesor de la Biblia en una universidad de vanguardia me pidió en cierta ocasión que le diera los hechos reales acerca de JEPD. Esencialmente le dije lo mismo que he escrito aquí. Me contestó entonces : lo que me ha dicho me ha convencido, pero seguiré enseñando el antiguo sistema. Cuando le pregunté el porqué me respondió : porque lo que usted me ha contado implica que tendría que desaprender y además volver a estudiar y reflexionar. Me resulta más fácil continuar con el sistema aceptado de la Alta Crítica para el que contamos con libros de texto”.
Lamentablemente, el caso del interlocutor de Gordon es bastante más común en los claustros universitarios de lo que sería deseable y no sólo se da en relación con la HD. La cuestión es si semejante comportamiento es lícito desde un punto de vista académico.
Desde una perspectiva espiritual resulta pura, lisa y llanamente aberrante.
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