La
Babilonia que nunca ha vuelto a reconstruirse por más que en ello se empeñaran personajes como el difunto Saddam Hussein o la
Nínive arrasada hasta sus cimientos nos proporcionan nuevos casos e incluso a estos paradigmas trágicos se podría sumar el del
templo de Jerusalén del que apenas ha llegado hasta nosotros los restos de un muro.
Y, sin embargo, todo hubiera podido evitarse.
Nínive fue ya objeto en la época de Jonás del perdón de Dios porque se volvió a El arrepentida y Jerusalén fue perdonada una y otra vez cuando tornó sus ojos al Señor con corazón sincero y arrepentido. A fin de cuentas, sigue rigiendo ese principio que señala que
“Si yo cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (
2 Crónicas 7:13-14).
El principio resulta bien claro. La humillación ante Dios, la oración, la búsqueda de Su voluntad y la conversión nunca quedarán sin resultado. El Señor escuchará por muy distante que haya podido parecer hasta entonces, e impartirá perdón y restaurará no sólo nuestras almas sino también aquel entorno que ha sido objeto de su juicio.
Buena prueba de lo que afirmo son el Daniel que contempló el final de la cautividad babilónica o el Nehemías que contempló la restauración de Jerusalén, por no decir el Isaías, el Amós o el Habacuc que anunciaron una restauración que no iban a contemplar con sus ojos, pero que, aún así, resultaba segura.
Sigamos pues ese camino.
Humillémonos reconociendo hasta qué punto nuestros caminos se han alejado de lo que debieron ser siquiera porque hemos antepuesto nuestra voluntad a los mandatos que Dios recoge en Sus Escrituras.
Oremos suplicando a Dios que, si el juicio es ya inevitable, nos guarde hasta que concluya.
Busquemos Su rostro para saber que debemos hacer en medio de una sociedad que, de manera cada vez más clara, va a seguir recibiendo el efecto de la justicia de Dios y
Convirtámonos de nuestros malos caminos para andar sólo por la senda de Dios.
Vivimos tiempos muy difíciles, seguramente mucho más de lo que puede parecer a primera vista, y, en términos generales, no puede decirse que se aprecie el arrepentimiento que podría evitar un juicio. Ante ese panorama, lo mejor que podemos hacer es aceptar la realidad y comportarnos en consecuencia. Como escribió el profeta Habacuc:
“aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya fruto, aunque falte el producto del olivo y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada y no haya vacas en los corrales, con todo yo me alegraré en YHVH y me gozaré en el Dios de mi salvación” (
Habacuc 3:17-18).
La clave para vivir en medio de estos tiempos también la dio Habacuc precisamente al inicio del libro que lleva su nombre:
“He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (
Habacuc 2:4).
Amén.
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