A primera vista,
habría que preguntarse qué tiene de malo que el pan abunde y, ciertamente, hay que reconocer que, en sí mismo, no sólo no tiene nada de malo sino que constituye una verdadera bendición. En
Deuteronomio 28 se recoge un listado de las bendiciones que recibiría Israel si era leal al pacto con Dios y resulta obvio que entre ellas se encuentra la abundancia económica (v. 3ss), mientras que, en ese mismo capítulo, se anuncia de manera tajante que una de las consecuencias de la desobediencia es la crisis económica (v. 33 ss).
Por otro lado, basta recorrer la vida de personajes como Abraham, Jacob o Job para descubrir que entre las bendiciones que Dios les dispensó se hallaba la abundancia.
Creo que la clave para entender por qué la abundancia de pan forma parte de un proceso de degeneración se halla en pasajes como el de Lucas 4:3-4, donde el Diablo ofrece a Jesús que transforme las piedras en pan –algo que desearían hacer no pocos no siempre con malas intenciones– y Jesús rechaza tal posibilidad contestando claramente que el pan no es la primera preocupación del hombre ni tampoco lo único que lo sustenta porque la Palabra de Dios –lo sepa o no– le hace vivir (
Deut 8:3).
En esta misma línea creo que hay que entender también el pasaje de Lucas 12:13-21 donde se narra la parábola del rico que había prosperado inmensamente. Se ha interpretado este texto en no pocas ocasiones como una referencia al que se dedica sólo a aumentar su capital y, de repente, una noche se muere y no puede llevarse nada al otro lado dejando de manifiesto que es un necio. Temo que el texto original es mucho más profundo que esa interpretación. A decir verdad, nada indica en el pasaje que el hombre se hubiera enriquecido mediante la deshonestidad o el soborno a políticos. Tampoco se nos dice que fuera impío o irreligioso. Mucho menos puede señalarse que el aumentar beneficios constituya un pecado. Incluso me atrevería a decir que tampoco el texto indica que el hombre rico se murió dejando el pleito de su herencia servido a sus herederos. No. El pasaje indica que había prosperado (v. 18), que veía el futuro halagüeño (v.19ª) y que sólo podía concebirse como alguien feliz (v.19b). ¡Pobrecito! El mismo día en que llegó a su conclusión vinieron a pedirle el alma. ¿Quién? ¿Los ángeles para conducirlo al Hades? ¡No! Los bienes materiales, esos bienes materiales a los que había convertido en garantía de su felicidad y sentido de su vida y que, en realidad, eran los dueños de su existencia.
El segundo paso en la degeneración de una cultura que no sabe reconocer el lugar de Dios es no saber reconocer tampoco el lugar que los bienes materiales tienen en nuestra vida.
Éstos son buenos y son ciertamente una bendición de Dios, pero cuando sustituyen a Dios resultan tan repugnantes como el acto de inclinarse ante un ídolo para rendirle culto. Por supuesto, se puede aquí hablar del consumismo, pero no seamos ingenuos. Cualquiera que sepa cómo funciona la inmensa mayoría de las ONGs, cómo dedican buena parte de su tiempo a captar recursos gubernamentales y no a servir a la causa que se supone sirve, y cómo acaban convirtiéndose en un ente que busca por encima de todo su mantenimiento y el de los empleos de sus directivos, también sabe de sobra que
el dinero no atrapa sólo a los consumistas sino también a los que afirman defender las causas más nobles, desinteresadas e idealistas.
No creo que, lamentablemente, este mal esté ausente del seno del pueblo de Dios.
Muchas congregaciones no estarían dormidas si sus miembros dedicaran tantos esfuerzos a la oración como a pagar la hipoteca, si ofrendaran tantos recursos a la evangelización como a irse de vacaciones o si pensaran más en sus hermanos que en cómo gastarse el dinero.
Sí, con todos los matices y todas las excepciones que mis hermanos deseen plantear y que yo, de buena gana y de todo corazón, les concedo. Pero lo cierto es que cuando un día colocamos nuestra seguridad y felicidad en lo material, ese mismo día lo material pide –con razón– nuestra alma.
Quizá por eso, en la Biblia encontramos una y otra vez que los juicios de Dios vienen precedidos de períodos de prosperidad y es que la abundancia de pan es uno de los pasos hacia el desastre. Si volvemos al texto de Deuteronomio 28: 47-8 se nos dice:
“Por cuanto no serviste a YHVH tu Dios con alegría y gozo de corazón, por la abundancia de todo, por eso, servirás a tus enemigos que envíe YHVH contra ti, con hambre y con sed y con desnudez y con falta de todas las cosas”.
El cuadro es digno de llevarnos a reflexión y más cuando entre los versículos anteriores aparecen afirmaciones como la de que
“el extranjero que se encontrará en medio de ti ascenderá muy alto por encima de ti, y tu descenderás muy bajo” (v. 43). Por supuesto, el ser humano que no sabe dar su lugar a Dios ni a lo material tampoco se lo sabe dar al tiempo, pero de eso, Dios mediante, hablaré la semana que viene.
Continuará la semana próxima con “El pecado de Sodoma: la abundancia de ocio”
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