Tuve ocasión de ver el evento en Estados Unidos, con mi hija sentada a mi lado en el sofá realizando comentarios breves, pero sustanciosos.
Me consta que la información prodigada en los medios de comunicación españoles –cuando existió- fue deplorable.
Por citar algún botón de muestra no sólo es que los evangélicos aparecían por enésima vez como “evangelistas” sino que algún periodista supuestamente enterado señalaba que son protestantes que no están identificados con ninguna iglesia (así, con dos linotipias).
Las interpretaciones eran aún peores y no digamos ya los comentarios sobre Rick Warren al que –se piense lo que se piense de él- nadie parecía conocer en nuestros medios a pesar de que ha vendido más de cincuenta millones de ejemplares de su libro
Una vida con propósito.
A pesar de todo –porque una cosa es la realidad y otra no siempre coincidente lo que cuentan los diarios españoles–
el encuentro fue enormemente significativo y me lleva a formular varias reflexiones. Empezaré hoy por los candidatos.
Sé que aquí se empeñan en decir que Obama es la versión americana de Rodríguez Zapatero, aunque no creo que a nadie se le ocurriera comparar a McCain con Rajoy. La realidad es bastante diferente.
Por supuesto, en el debate –que, según mi hija claramente emocionada, ganó McCain por goleada Obama se pronunció por la subida de impuestos y McCain por mantenerlos e incluso bajarlos y también es verdad que mientras Obama afirmaba que no cambiaría la legislación que permite el aborto, McCain mostró ufano sus credenciales de político pro-vida con un historial de más de dos décadas.
Sin embargo
, a pesar de esas divergencias, el universo de ambos candidatos era bien diferente del nuestro. Permítaseme poner algunos ejemplos.
Warren –sin complejos, cordial, incluso simpático– preguntó a los dos
quién era Jesús para ellos. Lejos de perderse en disquisiciones, tanto Obama como McCain –que van a sendas iglesias protestantes– señalaron que su Salvador que había muerto para redimirlos.
Cuando Warren preguntó a ambos candidatos cuál era su opinión sobre
las ONGs de carácter confesional, los dos reconocieron que era excelente y que resultaban mucho más eficaces y baratas que las públicas.
No solo eso. Preguntados por
una definición del matrimonio, los dos respondieron sin dudar un solo instante que “la unión de un hombre y una mujer”.
Finalmente, ambos afirmaron sin ningún tipo de complejos que
la base de la democracia norteamericana eran los principios judeo-cristianos.
Cada uno valorará como le parezca el discurso político de los candidatos –mi hija, por ejemplo, bostezaba con Obama y se emocionó con McCain hasta el punto de saltársele las lágrimas– y es cierto que ni en términos morales ni en términos políticos Obama y McCain son iguales o intercambiables.
Sin embargo, a pesar de todo, ninguno de ellos estaba dispuesto a impulsar una aberración como la legalización del matrimonio de homosexuales o la adopción de niños por parejas que siguen esa conducta; ninguno de ellos defendió la legalización de la eutanasia y mucho menos la habría presentado como una “ampliación de derechos”; ninguno de ellos consideraba que hablar mal del cristianismo o pretender encerrarlo en las iglesias era deseable y ninguno de ellos hubiera propugnado algo lejanamente parecido al rancio laicismo que tanto gusta a algunos de nuestros políticos y que seduce incluso a algunos hermanos.
Para remate, ambos se presentaron sin temor ni sonrojo como cristianos que asisten regularmente a sus respectivas iglesias por muy distinta que pudiera ser su visión del cristianismo en algunas cuestiones.
Con todos sus fallos y limitaciones, tanto Obama como McCain dejaron de manifiesto en las dos entrevistas que se hallan a años luz de lo que sucede en España. Para suerte de los Estados Unidos y para desgracia nuestra.
Continuará
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