Las palabras de Jesús resultan, sin duda, sobrecogedoras. Sus seguidores serían expulsados de los lugares de culto que frecuentaban –a la sazón, las sinagogas– e incluso llegaría un momento en que los perseguidores, perseguidores que podrían llegar al homicidio, pensarían que realizaban un servicio sagrado que agradaría a Dios. Por supuesto, detrás de esa conducta se encerraría una profunda ignorancia de Dios y de Su Hijo, pero no una falta de convicción moral.
Los que lincharon a Esteban (Hechos 7) y Pablo, que guardaba sus vestiduras durante la lapidación, encajaban en este tipo de conducta. Sin duda, en el caso de Pablo nos hallamos ante un hombre que tenía celo por Dios y nadie hubiera podido acusarlo de incrédulo, pero esa misma convicción fue la que lo llevó a perseguir a los seguidores de Jesús (
Hechos 8:3).
Ni que decir tiene que
esa misma convicción moral ha estado presente en la tenebrosa historia de las diversas inquisiciones que han ensombrecido la Historia del cristianismo.
No seré yo quien niegue la manera en que los intereses personales de influencia y poder se mezclaban con esos casos de persecución, pero sería absurdo pasar por alto el factor de la convicción moral.
Al respecto, permítaseme relatar un hecho históricamente mucho más reciente. Hace varias décadas, los adventistas solicitaron su entrada en una federación de iglesias evangélicas de ámbito nacional. Como ha señalado recientemente la Alianza Evangélica Europea, los adventistas no son evangélicos y en aquel entonces, de manera lógica, hubo voces que se opusieron a se diera el paso de aceptarlos en el seno de la federación a la que me refiero. Sin embargo, no se produjo debate alguno entre los que, supuestamente, representaban a los evangélicos de esa nación. No hubo diálogo con la Biblia en la mano para decidir al respecto y nadie dio la menor oportunidad de defender sus puntos de vista a los que objetaban contra la entrada de los adventistas. Por el contrario, se encendió la llama de la persecución contra los que se oponían a la entrada de los adventistas.
No deseo entrar en detalles, pero lo cierto es que se deformó su imagen de manera falaz y cruel en alguna revista evangélica, se les acusó de romper la unidad e incluso se esparcieron falsos rumores sobre ellos. Sin duda, en algunos casos, aquella persecución estuvo unida a la mentira, la calumnia y los intereses personales, pero, seguramente, no faltó tampoco la convicción moral de que lo mejor que se podía hacer era aniquilar –siquiera en cuanto a su buena fama- a los que se oponían a la entrada de los adventistas en una federación evangélica porque eso debía redundar en beneficio de todos los evangélicos de aquella nación.
Los creyentes perseguidos podrán ser expulsados de los lugares de culto (y ser objeto de cosas peores)
2.- La persecución arranca - ¡como tantas otras cosas! – de la ignorancia y
3.- Debemos estar preparados para cuando se produzca.
El hecho de que todo arranque de la convicción moral debería pues movernos en varias direcciones:- 1.- Orar para que Dios retire el velo de aquellos que deciden perseguir a otros creyentes -sus hermanos en la fe– sin someter previamente sus acciones a la luz de la Palabra.
- 2.-
Estar preparados para esa eventualidad. Es triste, lamentable, dolorosa, pero no debería sorprendernos y- 3.-
Aceptar que, en algún caso, puede implicar nuestra expulsión incluso de ciertos lugares de culto.
No nos sorprenda. Como afirma un viejo dicho judío: “Si Dios viviera en esta localidad le romperían los cristales de las ventanas”. Pero la semana que viene, Dios mediante, seguiremos hablando de todo esto.
Continuará
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