Integridad y gozo ante la persecución

La ineludible persecución (III)

Señalaba yo en mi última entrega que todos podemos tener de que seremos objeto de persecución por el hecho de ser cristianos, pero que, a la vez, no deberíamos abordar esa circunstancia con angustia ni ansiedad. Al respecto, la predicación apostólica constituye un ejemplo de extrema claridad. Cuando el Sanedrín insistió en que debían recortar el mensaje –ojo, no suprimirlo, sino recortarlo– los apóstoles se negaron.

LA VOZ AUTOR César Vidal Manzanares 31 DE ENERO DE 2008 23:00 h

El sanedrín hubiera aceptado una predicación de Jesús como un simple maestro de moral que hubiera llamado al cumplimiento de la Torah o meramente difundido un mensaje blando de paz y amor. Sin embargo, no estaba dispuesto a tolerar un mensaje que lo señalaba como mesías y sacrificio expiatorio y que además afirmaba la culpabilidad universal y la necesidad de creer en él para salvación (Hechos 2:32-40).

La respuesta de los apóstoles fue clara: “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20). Que ésa era la actitud correcta se desprende de la reacción de la comunidad de Jerusalén.

Teóricamente, se podían haber alzado voces pidiendo moderación, lenguaje más suave o incluso supresión de algunos aspectos ásperos del Evangelio porque – a fin de cuentas – a nadie le gusta ser perseguido.

Sin embargo, lo que pidió la iglesia de Jerusalén fue fuerza del Espíritu Santo para seguir predicando con denuedo (Hechos 4:23-31).

Como era de esperar, la persecución no disminuyó sino que arreció, incluyendo maltratos físicos (Hechos 5:40). Sin embargo, la respuesta de los discípulos fue el estar “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hechos 5:41-42).

Es una reacción similar a la que hallamos en Pablo y Silas cuando, presos en la cárcel de Filipos, alababan a Dios (Hechos 16:20-25).

El comportamiento de aquellos primeros discípulos – que cuenta con tantos paralelos a lo largo de los siglos– no era una muestra de masoquismo enfermizo o de un perverso fanatismo. Era una conducta que provocaba gozo, un gozo muy especial que sólo puede venir de la obediencia a Dios y de la esperanza de que si padecemos con él, seremos glorificados con él (Romanos 8:17).

Ese gozo y esa gloria son infinitamente superiores a los que puedan desprenderse de una buena posición social, de no recibir críticas, de ser objeto de las alabanzas de los poderosos o incluso de cobrar un salario procedente de las subvenciones del Estado y ¡ay de los creyentes que no se percaten de ello!

Continuará

	Artículos anteriores de esta serie:

	1		El seguidor de Cristo será perseguido
	2		El Evangelio, locura a la vanidad humana

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