Debo aclarar de entrada que la iglesia local a la que pertenezco no es perfecta. Aún más. Si hubiera sido perfecta, seguramente yo hubiera chocado con dificultades insalvables para que me dejaran franquear el umbral.
Jamás he tenido la menor duda de que un creyente debe estar integrado en una iglesia local. Es lo que vemos en el Nuevo Testamento y es la situación natural. Ése ha sido además mi comportamiento desde que me convertí.
Cuestión aparte es que algunas iglesias ni sean neo-testamentarias ni naturales. De esas conozco unas cuantas e incluso he sufrido horas de indecible tortura espiritual acudiendo a algunas de ellas. Por ejemplo, recuerdo una – fuera de Madrid – en que el pastor anunció la inminente Parusía durante la primera guerra del Golfo mediante el argumento sólido de que lo sentía de la misma manera que antes de coger la gripe, también la presentía.
También recuerdo otra – ésta en Madrid – donde mientras predicaba podía ver desde el púlpito a una pareja talluda con sendas pegatinas del “No a la guerra” pegadas en el pecho. Imagino que si a las reuniones del partido socialista llevan también pegatinas donde dice “Sólo Cristo salva”, quedará una cosa compensada con la otra, sólo que no tengo constancia alguna de que lo hayan hecho jamás.
Cuando el diácono de enseñanza decidió apoyar el matrimonio entre homosexuales me pareció llegado el momento de marcharme. No me arrepiento lo más mínimo.
Y, por supuesto, también he estado en reuniones donde el predicador consigue hablar durante tres cuartos de hora sin mencionar una sola vez a Jesús, lo que, desde luego, no es fácil.
En la iglesia en que me congrego desde hace más de tres años – en la Alameda de Osuna, por más señas – se dan una serie de notas que hacen que me sienta cada vez más contento y agradecido al Señor.
- Es una iglesia bíblica. He conocido pocas congregaciones en que se haga un énfasis tan claro en la necesidad de estudiar la Biblia, aprenderla y memorizarla como en mi iglesia local. Sé que para algunos eso puede resultar atrasado o anacrónico, pero para mí es esencial. No tengo la menor intención de formar parte de una iglesia local en que la Escritura es descuidada, minimizada o sustituida y pocas cosas me indignan tanto como ver a creyentes relativizando el contenido de las Escrituras y repitiendo como papanatas argumentos meramente humanos.
- Es una iglesia con un buen pastor. Sé que al pastor de mi iglesia le van a salir los colores cuando lea esta afirmación, pero se trata de una verdad indiscutible. No ha habido una sola vez en que no me haya sentido atendido, escuchado o comprendido por él. Es un hombre que ama la Palabra, que dedica horas y horas a estudiarla, que predica y enseña muy bíblicamente, y que se preocupa por sus ovejas. Y eso con un salario extraordinariamente modesto por el que no se ha quejado nunca. Quizá le queda por aprender hebreo, pero – insisto en ello – nobody is perfect...
- Es una iglesia que desea compartir el Evangelio. A diferencia de otras iglesias, la congregación a la que pertenezco cree que, para ser salvo, cualquier persona necesita aceptar mediante la fe el sacrificio de Cristo en la cruz y, por ello, comparte ese pan del Evangelio con otros.
- Es una iglesia que ora y adora. La congregación a la que pertenezco cree también en la eficacia de la oración y en la sublimidad de la adoración. Para unos su alabanza resultaría demasiado fría y para otros, un tanto informal. Para mi es sencillamente ideal, pero esto es – lo reconozco – muy subjetivo.
- Es una iglesia que vive como un cuerpo. Finalmente, mi congregación vive como un cuerpo que comparte sus necesidades, que se ocupa de ellas y que las tiene en cuenta.
No me cabe la menor duda de que se pueden mejorar muchas cosas incluso en algunos aspectos en los que mi impresión es claramente positiva. Pero no puedo dejar de sentir que es una iglesia viva, con visión de futuro y con deseo de existir en obediencia al Señor.
Para mí es más que suficiente, sobre todo cuando observo cómo han evolucionado las iglesias evangélicas en España durante los últimos treinta años. Pero de eso escribiré la semana que viene, si Dios quiere... a ver si nos enteramos.
CONTINUARÁ
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