Por supuesto, si a un evangélico se le sugiriera que puede existir otro mediador entre Dios y los hombres aparte de Cristo (I Timoteo 2, 5) lo negaría de manera rotunda. Sin embargo, no es menos cierto que se dan entre nosotros conductas en los últimos tiempos que recuerdan mucho comportamientos propios del catolicismo.
Por ejemplo, para un católico es normal acudir a determinados santuarios con la esperanza de ser escuchado por Dios –o por María o algún santo– o de ser curado de alguna dolencia. No lo es menos el aceptar la biografía acrítica de determinados personajes dentro de un género que ha recibido muy justamente el nombre de hagiografía. Debo decir con profundo dolor que esas conductas se han ido haciendo comunes en algunos de nuestros medios.
Por ejemplo, cada vez resulta más común que se produzca la visita a determinados lugares donde un predicador supuestamente goza de un don de sanidad; por ejemplo, cada vez resulta más común considerar que estos personajes concretos son el vehículo más adecuado para predicar el Evangelio y recibir la gracia del Señor; y, por ejemplo, cada vez resulta más común que estos personajes vendan objetos bendecidos por ellos – ¡en algún caso se ha llegado al extremo de vender imágenes bendecidas de Jesús!– como si disfrutaran de algún poder espiritual o incluso milagroso.
Semejantes acciones -que encuentran una fácil repercusión en creyentes que proceden de trasfondos católicos y que, de repente, reproducen patrones de conducta aprendidos en ellos- no pueden conciliarse con la Palabra de Dios.
La Biblia enseña claramente que Dios cura a sus hijos y, por supuesto, recoge distintos relatos en que siervos de Dios fueron canales de esos actos milagrosos. Sin embargo, debería llamarnos a reflexión que la Biblia enseña que si alguien está enfermo no se espera que acuda a alguien supuestamente dotado por el don de curaciones, sino más bien que llame a los ancianos de su iglesia local para que lo unjan con aceite (Santiago 5, 14-15) y
“la oración de fe curará al enfermo”.
Sustituir algo tan sencillo y que discurre en el marco de la congregación local por la creencia en “santuarios” especialmente milagrosos en los que operan determinadas personas no es bíblico. Y confieso que uno de los momentos de mayor tristeza que he pasado en los últimos años fue cuando un hermano me informó de que estaba ahorrando para viajar a una iglesia de Florida, Estados Unidos, que pastoreaba un conocido “sanador” a fin de que Dios lo curara de sus dolencias.
Un católico que deseara ir a Lourdes para que lo curara la Virgen no lo hubiera podido expresar mejor y lo haría en clara coherencia con lo que enseña la iglesia a la que pertenece. Sin embargo, esa conducta es impensable en alguien que pretende creer en el principio de la Sola Scriptura.
A fin de cuentas, fue el mismo Jesús el que dijo que, bajo el Nuevo Pacto, no existiría un lugar especial para adorar a Dios, sino que bastaría con que esa adoración fuera en espíritu y en verdad (Juan 4, 21-24).
La curación –si es la Voluntad del Señor– como la concesión de cualquier otra gracia espiritual no está ligada a determinadas personas ni a lugares concretos. Por el contrario, depende –en cualquier lugar e incluso en la soledad de un cuarto –del Amor de Dios Padre y de la fe con que se acude a El (Lucas 11, 9-13). A ver si nos enteramos…
CONTINUARÁ
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