Cuando a inicios del s. XVI, Lutero clavó sus tesis sobre las indulgencias en la puerta de la iglesia de Wittenberg no pensaba ni por aproximación oponerse al catolicismo en el que se sentía totalmente encuadrado, pero sí deseaba discutir una práctica consistente en ofrecer bendiciones espirituales – la reducción de la pena en el purgatorio o la salida del mismo – a cambio de dinero. Es obvio que en el ámbito evangélico nadie ofrece la salvación a cambio de dinero – hasta ahí podíamos llegar… - pero no es menos cierto que cada vez se ha ido extendiendo más la costumbre de ofrecer bendiciones materiales presuntamente dispensadas por Dios… a cambio de dinero.
El sistema, con ligeros matices y variaciones, es muy sencillo. Se indica que Dios premia también materialmente a Sus hijos y, a continuación, se subraya que esa bendición está vinculada a la generosidad de éstos a la hora de ayudar económicamente a la iglesia. En la medida en que uno da, así puede esperar recibir.
Los pastores en España por regla general no disfrutan de mucha prosperidad económica – lo que tiene pésimas consecuencias en no pocos casos – pero el caso es diferente en el continente americano y no resulta extraño que el pastor (que lo mismo puede ser un californiano que un ecuatoriano) añada que su propia pujanza económica se debe precisamente a que el mismo entrega mucho dinero a su iglesia, por cierto, la misma de la que procede su sueldo y que suele dirigir con mano de hierro.
Esta conducta, muy común en América y Asia, llegó hace tiempo a España y tengo que decir con profunda tristeza que he asistido a predicaciones cuya base fundamental era que los asistentes comprendieran que podrán pagar la hipoteca, cambiar de automóvil con más facilidad o incluso obtener el permiso de residencia si dan más dinero en la ofrenda.
Con harto dolor debo decir que semejantes comportamientos andan más cerca del tráfico de indulgencias medieval que de lo que enseña la Biblia. Por supuesto, la Biblia indica que debemos ayudar a nuestra iglesia local económicamente. También enseñan las Escrituras que Dios bendice económicamente a sus hijos. De hecho, aunque a algunos despistados no les gustará, Abraham o Job fueron ricos gracias a Dios y así lo dice la Biblia (Génesis 13, 1-2; Job 42, 12 ss) sin que las Escrituras añadan que eran ricos porque otros eran pobres o tonterías semejantes nacidas del pensamiento políticamente correcto.
Igualmente es verdad que el pacto que Dios suscribió con Israel incluía bendiciones materiales (Deuteronomio 11, 13 ss) y no es menos cierto que Jesús contó entre sus discípulos con hombres ricos como José de Arimatea en cuyo sepulcro nuevo se le dio sepultura.
Sin embargo,
aunque la Biblia señala que Dios da entre otras bendiciones las materiales, en ningún momento indica ni que eso sea lo más importante ni que podamos activarlo mediante la entrega de dinero a un determinado sujeto o que la garantía de que pagaremos nuestra hipoteca se encuentra en dar más dinero en la ofrenda.
Por el contrario, la enseñanza de la Biblia es que debemos saber vivir “con abundancia y con escasez” porque Dios sabe mejor que nosotros nuestra necesidad y porque nuestra primera meta debe ser la búsqueda del Reino (Lucas 12, 30 ss); que la viuda que echó dos moneditas dio mucho más que los magnates porque entregó todo lo que tenía (sin promesa de pagar la hipoteca) (Lucas 21, 2 ss); que debemos dar dinero “sin esperar nada a cambio” (Lucas 6, 35) y que a Dios le repugna la conducta de aquellos que, valiéndose de largas oraciones y otros argumentos religiosos, se apoderan del patrimonio de los demás, incluidos los de los más necesitados (Lucas 20, 47).
Me permito dar un paso más allá con el debido respeto. Conductas como las señaladas en este artículo constituyen pecado, aunque los que las practican - igual que los que vendían indulgencias en el s. XVI – estén convencidos de su bondad. A ver si nos enteramos…
CONTINUARÁ
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