Durante la Edad Media, el Atlántico se convirtió para buen número de navegantes en el límite donde no osaban adentrarse con sus embarcaciones. Todavía en la actualidad, un accidente de la costa de Galicia, en España, lleva el nombre de Finisterre, es decir,
finis térrea, el fin de la tierra. Semejante temor, no pocas veces alimentado por relatos legendarios y carentes de fundamentos, comenzó a verse ligeramente resquebrajado a finales del s. XIII cuando marinos procedentes de Castilla, Cataluña, Mallorca, Portugal, Génova y Venecia se atrevieron a romper esa situación lanzándose de manera aislada a explorar el océano.
A partir del s. XV además tuvo lugar la colonización de los archipiélagos atlánticos. El número de expediciones que se produjeron al respecto resulta claramente revelador y no lo es menos que los pioneros en esta labor fueran marinos españoles. Así en 1402 Juan de Bethencourt emprendió la conquista de las islas Canarias. Bethencourt era normando pero dependía del rey Enrique II de Castilla y de esta formas las islas quedaron vinculadas a la Corona castellana, aunque este control durante años se circunscribiera a permitir que algunos particulares las ocuparan.
Sin embargo, si precursor fue el papel español, extraordinariamente sobresaliente fue el representado por Portugal. En 1419-20, Joao Gonçalvez Zarco y Tistrao Vaz llegaron a Madeira iniciando un proceso que concluyó con su ocupación un lustro después. De 1432 a 1457 las Azores, previamente exploradas por marinos italianos, fueron ocupadas por los portugueses. En 1434 Gil Eanes llegaba hasta Cabo Bojador. En 1456, Cadamosto, un veneciano al servicio de la Corona portuguesa descubrió Cabo Verde, enclave colonizado por Diego Gomes a partir de 1460.
El avance lusitano resultaba tan esperanzador y, a la vez, corría tanto riesgo de chocar con el castellano que en 1479 se firmó entre ambas potencias el Tratado de Alcaçovas-Toledo para dirimir cualquier posible disputa futura. En él se establecía que a Portugal le pertenecían los archipiélagos de Azores, Madeira y Cabo Verde, junto con las islas que encontrara en su navegación de
“Canarias para abajo contra Guinea”. A Castilla, por otro lado, se le atribuían las Canarias
“ganadas o por ganar” a cambio de comprometerse a no penetrar en el territorio acotado para la Corona portuguesa.
El acuerdo resultaba especialmente favorable para Portugal que hizo un extraordinario uso del mismo en los años siguientes. En 1482-84 Diego Cao llegaba al cabo de Santa María. En 1488, finalmente, Bartolomé Dias dobló el Cabo de Buena Esperanza, un paso de enorme trascendencia porque demostraba que era posible circunnavegar África y llegar a Asia a través de la ruta del Índico.
Apenas a unos años del descubrimiento de América existían, por lo tanto, varias potencias europeas que tenían el avance por el Atlántico como punto de mira –de Bristol, por ejemplo, partieron dos expediciones en 1480 y 1481 que fracasaron– y de entre ellas Portugal contaba con una notable ventaja en lo que a logística, experiencia y base jurídica se refería. En términos de mera ucronía debería señalarse que, muy posiblemente, esta nación hubiera sido la que habría descubierto América de no producirse un conjunto de circunstancias a las que haremos referencia a continuación.
LA FIGURA DE COLÓN
La figura de Colón es digna de figurar en la más imaginativa novela de aventuras. En realidad, puede decirse que hasta su aparición en la corte de los Reyes Católicos todos los datos relativos a él están sujetos a controversia, son contradictorios o aparecen envueltos en una aureola de misterio. Sigue siendo dudoso su origen por más que de manera convencional se insista en situarlo en Génova. No lo es menos su trayectoria posterior.
De hecho, la biografía que de él escribió su hijo Hernando en buen número de casos confunde más que aclara y no es nada arriesgada la hipótesis que apunta a que los primeros capítulos son incluso apócrifos y debidos a otra mano distinta. Un buen ejemplo de esto último lo hallamos en la referencia que Hernando Colón da a la llegada de su padre a Portugal. Según él, se produjo en virtud de un naufragio durante una batalla cerca del cabo de San Vicente acontecida el 21 de agosto de 1485. Lo cierto, sin embargo, es que no existen datos que confirmen en absoluto ese episodio y que el único encuentro naval de características relativamente similares tuvo lugar en 1476. Esta fecha seguramente debe ser la adecuada porque en la primavera del año siguiente Colón se encontraba en Lisboa y dos o tres años después se casó con Felipa Moniz de Perestrello, hija del primer capitán donatario de la isla de Porto Santo, en el archipiélago de Madeira.
Al parecer, durante estos años Colón habría intervenido en distintos viajes marítimos que le habrían llevado desde Islandia en el norte a Guinea en el sur. Sea como fuere, parece que fueron tiempos de una formación intensa aunque dudosamente formal. Por esa época, desde luego, parece haber contado con algunas certezas de no escasa trascendencia como la de la redondez de la Tierra, la de que era posible dirigirse por mar hacia oriente yendo por occidente y la de que en ese camino había territorios sin descubrir. Según el relato de Hernando Colón, Cristobal habría entablado correspondencia epistolar con Paolo del Pozzo Toscanelli por esa época. Con todo, este extremo no es del todo seguro. Fuera como fuese, Colón tenía la seguridad de poder dar con tierras ignotas y procuró interesar en su proyecto al monarca portugués.
COLÓN Y PORTUGAL
Entre 1482 y 1484, las amistades de Colón hicieron lo posible por lograr que Juan II de Portugal le concediera una audiencia. Cuando, finalmente, lograron su objetivo, el monarca encomendó el estudio de las propuestas de Colón a una junta de expertos. Se ha señalado que, a la vez, Juan II ordenó que una nave portuguesa siguiera la ruta propuesta por Colón para comprobar la veracidad de sus cálculos concluyendo tal expedición en fracaso. Sucediera o no así, lo cierto es que la junta emitió un dictamen contrario. Este revés provocó una reacción muy negativa en Colón. Las fuentes señalan que llegó a cobrar verdadero odio a Lisboa y a Portugal y, finalmente, decidió dirigirse a España.
Hernando Colón relata que su padre abandonó Portugal en secreto para eludir la prisión decretada por el rey. Sin embargo, no aclara las causas de estas circunstancias. Tampoco se sabe a ciencia cierta el lugar por donde Colón entró en Castilla y es hasta objeto de discusión la fecha en que visitó por primera vez el monasterio de La Rábida. Sí está indiscutiblemente documentado su interés por encontrar patrocinadores para su empresa. Así, Colón se puso en contacto con Enrique de Guzmán, duque de Medinasidonia y conde de Niebla, y con Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, cuyos marinos surcaban el Atlántico. Sin embargo, la oportunidad mayor la ofrecía la Corona castellana, rival de la portuguesa en la exploración del océano y, finalmente, Colón logró obtener una audiencia con los Reyes Católicos que tuvo lugar en Alcalá de Henares el 20 de enero de 1486.
COLÓN Y Y LOS RETES CATÓLICOS
El camino seguido para responder a las pretensiones de Colón por parte de los monarcas españoles fue similar al seguido por el rey de Portugal. Una Junta de
“sabios, letrados y marineros” examinó el proyecto en Salamanca (1486) y Córdoba (1487) y, finalmente, lo desechó. Pese a todo, los intereses eclesiales, comerciales y políticos que podían derivarse de un acontecimiento así eran tan importantes que los monarcas no le dieron una negativa rotunda. De hecho, desde 1487 Colón recibió subsidios regios e Isabel la Católica lo hizo llamar a la Corte en 1489 y 1491 para señalarle que su proyecto seguía siendo de interés aunque, de momento, la guerra contra los moros de Granada lo convirtiera en irrealizable.
En ese período la actividad de Colón resultó auténticamente febril. Se ha señalado que en 1488 regresó a Portugal a petición del rey de este país pero no se trata de un extremo totalmente seguro. Sí es indiscutible que aprovechó cualquier circunstancia para estrechar lazos con personajes de la Corte. De especial relevancia fue al respecto el dominico fray Diego de Deza, obispo de Zamora, Salamanca, Palencia y Jaén, arzobispo de Sevilla y Toledo, Inquisidor General y tutor del príncipe d. Juan. El mismo Colón atribuyó a éste el permanecer en Castilla cuando ya estaba decidido a marcharse y el que los Reyes Católicos
“hubiesen las Indias”.
En el verano de 1491, Colón estaba ya decidido a abandonar Castilla y presentar sus pretensiones al rey de Francia. Sin embargo, fray Juan Pérez, antiguo confesor de la reina Isabel, le convenció para que aguardara en el convento de La Rábida el resultado de unas gestiones. Éstas tuvieron un fruto favorable y en diciembre de 1491 ambos personajes se hallaban en el campamento de Santa Fe donde se asentaba entonces la Corte. El 2 de enero de 1492, se producía la rendición de Granada y quedaba expedito el camino para la expedición tanto tiempo propugnada por Colón.
La próxima semana terminaremos de desvelar la razón por la que los Reyes Católicos financiaron a Colón.
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