El episodio del proceso aparece recogido en el capítulo 18 de los Hechos con especial pulcritud. Lucas, como suele ser habitual en él, describe con enorme exactitud el juicio. En primer lugar, los acusadores tomaron la palabra y resumieron la acusación, concretamente, que Pablo actuaba de una manera contraria a la ley. En ese momento, el acusado debía haber desarrollado su defensa y, efectivamente, lo intentó. Sin embargo, Galión no le permitió que lo hiciera y zanjó la cuestión dirigiéndose a la acusación en los siguientes términos: "Judíos, si se tratara de alguna ofensa o de algún crimen importante, de acuerdo con la ley, aceptaría vuestra acusación. Sin embargo, como se trata de cuestiones de palabras, y de nombres y de vuestra ley, vedlo vosotros. Yo, desde luego, no quiero juzgar de esas cosas".
En otras palabras, Galión afirmó que, por supuesto, estaba dispuesto a conocer la causa si en realidad se trataba de un delito o de una infracción contra la ley. Sin embargo, no era ése el caso. Los responsables de la sinagoga deseaban juzgar a Pablo por cuestiones teológicas y, desde luego, él no tenía la menor intención de inmiscuirse en ese tipo de controversias.
Acto seguido, Galión ordenó que se expulsara a los demandantes de la sala. Se produjo entonces un episodio que pone de manifiesto hasta qué punto el antisemitismo afloraba con relativa frecuencia en ciudades impregnadas por el helenismo. Mientras Galión abandonaba la sala, algunos de los griegos presentes se abalanzaron sobre Sóstenes, el principal de la sinagoga, y comenzaron a golpearlo. Sin embargo, Galión hizo como que no lo veía. En esa actitud despectiva, se encuentra una de las claves de la decisión de Galión. Hasta donde sabía, la expulsión de judíos y cristianos de Roma no había acabado con sus disputas, disputas que podían convertirse en un verdadero semillero de conflictos legales en el futuro. Posiblemente, temía que esos enfrentamientos acabaran degenerando en motines como había sucedido durante siglos entre la población gentil y la judía de distintos lugares del imperio. Por lo tanto, los principios debían quedar claramente establecidos desde el principio. En primer lugar, su interés era mantener el respeto por la ley y el mantenimiento del orden público. Si alguien los burlaba, no podría escapar al castigo lo mismo si era romano, que griego o judío. Pero si guardaba la ley y no provocaba desórdenes, no estaba dispuesto a castigarlo. ¡Allá cada confesión religiosa con su disciplina interna! Por lo que se refería a Sóstenes... bueno, quizá se merecía que le dieran un par de golpes por haberle hecho perder el tiempo y, sobre todo, por pretender utilizar el aparato de justicia romano para reprimir a una minoría religiosa.
La decisión de Galión –un claro precedente judicial– iba a resultar de enorme importancia porque abrió el camino a una predicación libre del Evangelio en Europa durante los siguientes años. De hecho, hasta la persecución de Nerón, los cristianos pudieron ser mejor o peor vistos, pero nadie interfirió en su libertad ni consintió que se les juzgara por motivos meramente religiosos.
El destino de los protagonistas de la Historia no deja, desde luego, de ser significativo.
Sóstenes, el acusador de Pablo, parece haberse convertido al cristianismo y, de hecho, el apóstol lo cita como un estrecho colaborador suyo en I Corintios 1, 1. Sólo podemos especular sobre los motivos de su conversión, pero cuesta no creer que, al final, prevaleció la persuasión teológica sobre la represión.
Pablo permaneció muy poco en Corinto y marchó a Siria, haciendo una interesantísima escala en Éfeso. De todos es sabido que murió martirizado por Nerón pero lo cierto es que hasta entonces el sistema legal romano siguió funcionando de acuerdo con el precedente establecido por Galión lo que permitió al apóstol escaparse de todas las acusaciones que, planteadas sobre una base fundamentalmente religiosa, se presentaron contra él.
Por lo que se refiere a Galión, todo parece indicar que no permaneció mucho tiempo en Corinto. Poco después lo encontramos en un crucero para curarse de una fiebre –un dato que transmite Séneca en Epistulae morales, 104, 1. En torno al año 55-56, viajó de Roma a Egipto de nuevo por razones de salud - esta vez el dato nos lo proporciona Plinio (Historia natural 31, 33) – y en el 65, junto a su hermano Mela, cayó víctima de Nerón, poco después de que el emperador obligara a suicidarse a Séneca (Dión Casio, 42, 25, 3). Así, de manera paradójica, juez y acusado perecieron por el deseo del mismo gobernante.
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