Hemos tratado ya las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret. Así, tras haber comenzado por los escribas, fariseos y saduceos (que aparecen en las páginas del Nuevo Testamento) vimos a los esenios y la secta de Qumrán, para pasar luego a los zelotes.
Cuando uno concluye el examen de las sectas judías en la época de Jesús, no debería caer en el error de pensar que las mismas representaban a la mayoría de la población. De hecho, no pasaban de ser minorías bien constituidas, cuyos miembros rara vez superaban algunos millares. Si hemos de ser sinceros, tenemos que confesar que la inmensa mayoría de los judíos de la época de Jesús quedaba fuera de los mismos. De mayor importancia incluso que las diferentes sectas que encontraban cabida en el seno del judaísmo del Segundo Templo fueron, sin duda, las instituciones religiosas.
LAS GRANDES INSTITUCIONES JUDÍAS
Sin duda las principales fueron el Templo de Jerusalén, el Sanhedrín y la sinagoga. Y (aunque no sea en sí una institución) trataremos por su valor e influencia en el pueblo judío el concepto de esperanza mesiánica.
Estas instituciones sí afectaban la vida de, prácticamente, todo Israel entendiendo como tal no sólo el que vivía en tierra palestina sino los más de dos tercios de sus hijos cuyo hogar material se encontraba fuera de la misma, en lo que, convencionalmente, recibía el nombre griego de "Diáspora" y los hebreos de "gola" y "galut".
LA SINAGOGA
No tenemos certeza acerca del origen de la sinagoga. Algunas fuentes judías lo situan en la época de Moisés pero tal dato es, claramente, legendario e inexacto.
Lo más posible es que surgiera en el Exilio de Babilonia como un intento de crear un lugar de culto para los judíos. Su función específica era la de proporcionar un lugar para el estudio de la Ley de Moisés.
Aunque inicialmente las reuniones sólo debieron tener lugar en sábado, con el paso del tiempo se fueron instituyendo reuniones específicas en la época de las grandes fiestas como sustituto para aquellos que no podían subir a celebrarlas a Jerusalén.
En la época de Jesús era común además que hubiera reuniones los lunes y los jueves. La razón parece haber sido que la gente del campo traía los frutos al mercado en esos días y podían aprovechar para otras reuniones piadosas.
Los cultos sinagogales parecen haber tenido una cierta estructura. Tras las "bendiciones" preliminares, se procedía a recitar la "Shema" (la oración contenida en Deuteronomio 6), a orar, a leer una porción de la Ley de Moisés (y, generalmente, después de los profetas) y, finalmente, se solía invitar a alguien para realizar algun comentario expositivo o exhortatorio. La bendición final, pronunciada por un sacerdote, concluía el culto.
Con la sinagoga estaba conectado un cuerpo de lo que podríamos denominar funcionarios: los ancianos (elegidos por la congregación para supervisar la vida de la comunidad), el "príncipe" (que solía ocuparse de los servicios principales de la sinagoga y de funciones como la conservación del edificio, la custodia de los rollos de las Escrituras, etc), los "receptores" (responsables de las colectas y distribución de las limosnas), el "ministro" - en griego, "diácono" - (ayudante del "príncipe") y el recitador de oraciones que relacionaba a las sinagogas con el mundo exterior.
Tanto Jesús como los primeros cristianos de origen judío visitaron y enseñaron con frecuencia en las sinagogas y las consideraron un lugar de reunión habitual.
Esta circunstancia precisamente nos permite comprender el trauma que debió significar para ellos el ser expulsados definitivamente de las mismas (precedentes parciales los hubo ya durante la vida de Jesús) después del concilio de Jamnia. Con ello, se rompía el cordón umbilical que ligaba al cristianismo con la fe judía de la que había surgido.
EL MESÍAS
Junto con estas instituciones, representaba un papel esencial en las vivencias del pueblo judío de la época de Jesús la esperanza mesiánica.
La palabra "mesías" deriva de "masiaj" que significa únicamente "ungido" en hebreo. Lo mismo puede decirse de su equivalente griego "jristós", de donde deriva nuestro "Cristo". El judaísmo del segundo templo carecía de un concepto uniforme del mesías.
Ciertamente, este mesías podía ser equiparado en algunos casos al "siervo de Yahveh" o al "Hijo del hombre", como veremos en la tercera parte de esta obra, pero esa postura no era generalizada. En ocasiones, el mesías era contemplado más bien como un dirigente dotado de características que hoy consideraríamos políticas.
Eran asimismo muy diversas las tesis acerca del comportamiento que el mesías mostraría hacia los gentiles e incluso podemos aceptar, según se desprende de los escritos de Qumran y quizá de la pregunta del Bautista registrada en Mateo 11, 3, que la creencia en dos mesías gozaba de un cierto predicamento en algunos ámbitos.
Pero
este tema de la esperanza mesiánica lo abordaremos a fondo en el próximo artículo de esta serie….
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