En estos primeros artículos nos estamos acercando a las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías –en concreto saduceos y fariseos- para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret. Finalizaremos con los saduceos (todos éstos aparecen en las páginas del Nuevo Testamento). Finalmente, haremos mención de los esenios y la secta de Qumrán, los zelotes y los apocalípticos, para concluir con una referencia a los judeo-cristianos.
Los datos de que disponemos acerca de los fariseos nos han llegado fundamentalmente a partir de tres tipos de fuentes: los escritos de Josefo, los contenidos en el Nuevo Testamento y los de origen rabínico. En el anterior artículo comenzamos a estudiar a los fariseos en los escritos de Flavio Josefo. En el presente continuamos el análisis de este grupo a partir de los textos del Nuevo Testamento.
LOS FARISEOS EN EL NUEVO TESTAMENTOEl Nuevo Testamento ofrece un retrato de los fariseos que, a diferencia del presentado por Josefo, no arranca de una mente favorable a los mismos. El Evangelio de Mateo, en especial, muestra una notable animadversión hacia los mismos. Si efectivamente su autor fue el antiguo publicano llamado Leví o Mateo, o se utilizaron tradiciones recogidas por el mismo, podría explicarse tal oposición en el recuerdo del desprecio con que fue contemplado durante años por aquellos "que se consideraban a si mismos justos".
Jesús parece haber reconocido (Mateo 23, 2-3) que enseñaban la Ley de Moisés y que mucho de lo que decían era adecuado. A la vez, sin embargo, parece haber repudiado profundamente mucho de su interpretación específica de la Ley de Moisés o halajah.
Jesús se manifestó opuesto a las interpretaciones farisaicas en cuestiones como el cumplimiento del sábado (Mateo 12, 2; Marcos 2, 27), los lavatorios de manos antes de las comidas (Lucas 11, 37 ss), sus normas alimenticias (Marcos 7, 1 ss) y, en general, todas aquellas tradiciones interpretativas que tendían a centrarse en el ritual desviando con ello la atención de lo que él consideraba lo esencial de la ley divina (Mateo 23, 23-24). Para él, resultaba intolerable que hubieran "sustituido los mandamientos de Dios por enseñanzas de hombres" (Mateo 15, 9; Marcos 7, 7).
Por paradójico que pudiera resultar (y, sin lugar a ninguna duda, debió de ser muy ofensivo para los fariseos), Jesús contemplaba la especial religiosidad farisaica no como una ayuda para llegar a Dios sino como una barrera para conocerlo.
La parábola del publicano y del fariseo pronunciada por Jesús recoge extraordinariamente este punto de vista: "
A unos que confiaban en si mismos como justos, y menospreciaban a los otros, les dijo asimismo esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: `Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano'. Mas el publicano, estando apartado, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, mientras decía: `Dios, ten misericordia de mi, pecador.' Os digo que éste descendió a su casa justificado pero el otro no, porque el que se ensalza, será humillado; y el que se humilla será ensalzado." (Lucas 18, 9-14).
Sin duda, el personaje del fariseo señalado en el relato obedecía a un prototipo muy extendido en la época de Jesús. No sólo su vida era moral en términos generales, sino que además iba mucho más allá de lo establecido como corriente en lo que al cumplimiento de obligaciones religiosas se refería. La afirmación de que no era igual que otros hombres no era ninguna mentira.
Con todo, la enseñanza de Jesús era que las personas que se acercaban así a Dios no podían ser aceptadas por El, ya que este sólo busca los corazones humildes y rechaza los de aquellos convencidos de que son justos gracias a su esfuerzo personal. Los que eran religiosos al estilo de los fariseos -no digamos si además caían en la hipocresía- sólo podían esperar "una condenación más severa" (Marcos 12, 40).
En el siguiente artículo seguiremos con los fariseos, vistos a la luz de los textos rabínicos.
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