Salvo la creencia en un Dios único que se había revelado históricamente al pueblo de Israel (Deuteronomio 6, 4) y cuyas palabras habían sido entregadas en la Torah o Ley a Moisés, los distintos segmentos espirituales del pueblo judío no tenían nada que lo uniera por igual a todos.
En estos primeros artículos nos acercaremos a las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret.
Comenzaremos por los escribas; y luego iremos analizando a los fariseos y saduceos (todos ellos aparecen en las páginas del Nuevo Testamento) y después en la última parte de esta serie haremos mención de los esenios y la secta de Qumrán, los zelotes y los apocalípticos, para concluir con una referencia a los judeo-cristianos.
LOS ESCRIBASEl término "escriba" no es del todo claro y
parece referirse, inicialmente, a una labor relacionada fundamentalmente con la capacidad para leer y poder poner por escrito. Dado el grado de analfabetismo de la sociedad antigua no es de extrañar que constituyeran un grupo específico, aunque no puede decirse que tuvieran una visión tan estrictamente delimitada como la de los fariseos o los saduceos.
Su estratificación debió ser muy variada yendo desde puestos del alto funcionariado a simples escribas de aldeas que, quizá, se limitaban a desarrollar tareas sencillas como las de consignar contratos por escrito
Hubo escribas seguramente en la mayoría de los distintos grupos religiosos judíos. Los intérpretes de la Ley que había entre los fariseos seguramente fueron escribas; los esenios contaron con escribas y lo mismo podíamos decir en relación al servicio del Templo o de la corte.
Esto obliga a pensar que debieron distar de mantener un punto de vista uniforme.
En las fuentes judías, los escribas aparecen relacionados por regla general con la Torah y resulta lógico que así sea por cuanto ellos eran los encargados de escribir, preservar y transmitir el depósito escrito de la fe judía. Esdras, que vivió en el s. IV a. de C. y que tuvo un papel de enorme relevancia en la recuperación espiritual de Israel tras el destierro en Babilonia, aparece descrito en el libro que lleva su nombre precisamente como escriba (Esdras 7, 6).
Con todo, la literatura rabínica dista mucho de presentarnos una imagen homogénea de ellos.
En ocasiones resultan copistas y en otras aparecen como expertos en cuestiones legales.
Esta misma sensación de que eran un grupo diverso que se extendía por buen número de las capas sociales es la que se desprende de los escritos del historiador judío del s. I d. de C., Flavio Josefo. Este autor nos habla tanto de un cuerpo de escribas del Templo que, prácticamente, equivalía a un funcionariado (Ant, 11, 5, 1; 12, 3, 3) como de algún escriba que pertenecía a la clase alta (Guerra 5, 13, 1).
El retrato contenido en los Evangelios armoniza con estas fuentes por cuanto se refleja la misma diversidad. En algún caso, los escribas están ligados al servicio del Templo (como nos informa Josefo), en otros aparecen como intérpretes de la Ley (como en las fuentes rabínicas) e incluso, aunque en general parecen haberse opuesto a Jesús, conocemos por lo menos un caso en que un escriba coincidió con él en lo relativo a cuáles eran los mandamientos más importantes (Marcos 12, 28-34).
En el próximo artículo iniciaremos el estudio de un grupo de enorme peso y trascendencia, tanto en la sociedad judía como en los mismos Evangelios: los fariseos.
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